El dólar oficial va rumbo a terminar el año con el valor que Guillermo Moreno adelantó en enero pasado, cuando durante la extravagante gira por Vietnam dijo que no es descabellado pensar que el dólar pueda cerrar 2013 cerca de los 6 pesos. De esa manera, este año no se acumulará más atraso cambiario, ya que la devaluación del peso le empardará a la inflación. Fue una obligada modificación de política económica respecto a lo que había sucedido en los seis años anteriores: entre 2007 y 2011 la inflación anual promedió 21 por ciento y el tipo de cambio subió 7 por ciento, y el año pasado los precios subieron 25 por ciento y la divisa aumentó 14 por ciento.

Por el momento, la nueva estrategia no consiste en una devaluación real sino en impedir que continúe erosionándose el colchón de competitividad cambiaria que surgió tras la explosión de competitividad. A esta altura, el tipo de cambio real multilateral (que toma en cuenta la paridad del peso con las monedas de los principales socios comerciales y los respectivos niveles de precios) es un 32 por ciento más alto que en diciembre de 2001, pero la mitad que el máximo que alcanzó a mediados de 2002 y un 36 por ciento inferior que hace cuatro años, según la medición del blog Cosas que Pasan.

¿Es posible superar la reaparecida restricción externa manteniendo ese nivel de tipo de cambio, o se necesita algún salto adicional?

En un ensayo publicado en el último número de la revista Problemas del Desarrollo, la economista mexicana Guadalupe Mántey sostiene que no es la vía cambiaria la apropiada para abordar el tipo de problemas externos que tienen economías como la argentina. El trabajo titulado ¿Conviene flexibilizar el tipo de cambio para mejorar la competitividad?, sostiene que la apertura económica y la desregulación financiera han producido transformaciones en la estructura del comercio internacional, y en la especialización productiva de los países, que no corresponden ya con las ventajas comparativas basadas en sus costos laborales unitarios. Lo fundamenta con datos empíricos que muestran que un conjunto de doce países en desarrollo ha incrementado sus exportaciones cuando el tipo de cambio real ha bajado. La Argentina de los últimos siete años encaja a la perfección en el caso, con sus exportaciones en ascenso, e incluso manteniendo muy elevado el superávit comercial.

Para lograr superar la restricción externa al crecimiento en los países con industrialización tardía, Mantéy aconseja mantener el tipo de cambio estable y procurar elevar la competitividad mediante aumentos en la productividad, lo que debe impulsarse con una intervención estratégica del Estado y el uso responsable de la soberanía monetaria; por ejemplo, asignando selectivamente crédito a sectores prioritarios, promoviendo los encadenamientos productivos, y mejorando la infraestructura para bajar los costos de exportación.

Pero opina que, más importante aún, es dar prioridad a la sustitución de importaciones sobre la promoción de exportaciones, a fin de revertir los procesos de desindustrialización que se han observado en varias economías emergentes. Aclara que eso no significa desatender la promoción de las exportaciones ni volver al pasado proteccionismo, sino encaminar las políticas para reducir la restricción al crecimiento, preferentemente hacia el área donde los resultados cuantitativos pueden ser más elevados.

En el mismo sentido, y con manifiesta preocupación por la reaparición de la restricción externa, Aldo Ferrer está pregonando como urgente la necesidad de avanzar en la sustitución de importaciones, con especial énfasis en los bienes de última generación. Para él, siguiendo a Marcelo Diamand, la causa estructural de la restricción externa es el déficit de divisas que genera el sector industrial.

Algo muy similar apunta el Informe sobre el Desarrollo Humano en la Argentina que Naciones Unidas difundió la semana pasada. En el capítulo sobre la industria, destaca la recuperación del empleo, de la inversión, la creación de nuevas empresas y exportadores, los signos incipientes de reindustrialización, pero señala que no parecen haberse revertido algunos rasgos de larga data; los requerimientos de empleo y de importaciones por unidad de producto continúan siendo relativamente elevados, los esfuerzos en innovación de productos y procesos continúan siendo escasos, y predominan las estrategias de negocios cortoplacistas y sesgadas hacia gamas productivas de menor complejidad. Agrega que la agroindustria ha presentado un gran dinamismo productivo y exportador, y tiene un enorme potencial de expansión, si bien aún se ubica en las cadenas mundiales de valor como proveedor de materias primas y productos semielaborados.

Axel Kicillof, Deborah Giorgi, Mercedes Marcó del Pont piensan bastante parecido a Mántey, Ferrer y a los economistas que elaboraron el informe de Naciones Unidas. De hecho, el viceministro recomienda la relectura de un artículo que escribió en 2010, donde reconocía que la ventaja cambiaria se había diluido, descartaba la devaluación por su impacto negativo en precios y salarios, y se pronunciaba a favor de que el Estado planifique y promueva la industrialización.

Falta que lo hagan.