¿Quo vadis, Argentina?

En una presentación académica me preguntaba hace poco ¿a dónde va la Argentina?, ¿qué hay en lo profundo de nuestra sociedad? ¿Hay una sociedad cosmopolita, abierta al mundo, segura de sí misma o es insegura, temerosa de lo extranjero y con tendencia a cerrarse? Y hacía estas preguntas a la luz de nuestra historia y de la historia y experiencia de muchas otras sociedades.

La nuestra es una historia que arranca con una sociedad cerrada y atrasada, que al calor de una Constitución liberal crece durante más de cuarenta años (1870-1912) a una tasa promedio del 6% anual, que en esas décadas cerró una brecha de 40 puntos porcentuales y alcanzó el ingreso per cápita del grupo de naciones más avanzadas del orbe. Es la historia de una economía que en los siguientes veinticinco años (1912-1935) y pese a los shocks negativos de la primera guerra mundial y de la mega-crisis mundial de 1930-33, se mantuvo en el grupo de punta hasta mediados de la década de los 30. Pero es también la historia de una sociedad que en los siguientes cincuenta y cinco años, víctima del virus proteccionista, estatista, sindicalista e inflacionario, retrocedió hasta volver a tener en 1990 un ingreso per cápita inferior al 40% del que gozan las economías avanzadas. Finalmente, es una economía que desde 1990, en medio de gran volatilidad dejó de atrasarse, pero tampoco recuperó lo perdido.

Si bien hay muchas características ideosincráticas que distinguen a diversas sociedades, la historia mundial muestra que ninguna está exenta de sufrir altibajos, más o menos prolongados. Desde casos seculares (como fue la declinación de España), hasta episodios más breves, pero dantescos (como la Alemania de Hitler), muchas de las economías socialistas o los países castigados por duras guerras civiles. Pero también la historia está plena de rebotes espectaculares (como los de Alemania y Japón de pos-guerra) o más lentos, pero también otros a lo mejor mejores espectaculares, pero también llamativos (como los de Chile y España desde la década de los 80).

Esto sugiere que más allá de las diferentes ideosincracias, la suerte de las sociedades está ligada a la calidad de sus dirigencias. Es probable que la sociedad argentina sea tan permeable a prédicas proteccionistas o xenofóbicas como la alemana, la chilena o la española, pero en tanto allá las dirigencias aprendieron y corrigieron los excesos, aquí no. Digámoslo sin eufemismos: El nacionalismo estatista y proteccionista que arraigó en las elites dirigentes argentinas en los años de crisis (década de 1930) y que luego Perón llevó hasta el paroxismo en la posguerra, fue letal. Y no solo en los años durante los cuales Perón mantuvo el poder, sino para siempre, porque ningún gobierno posterior (ni civil, ni militar) pudo desembarazarse total y permanentemente de esos virus tan caros y esenciales al justicialismo.

Si bien es cierto que en los últimos veinticinco años nuestro país dejó de perder posiciones relativas cuando nos medimos por el PIB o el ingreso per cápita, no ha sido el caso cuando nos medimos por otros criterios. La crisis de 2001/2002 y los doce años kirchneristas lograron por ejemplo que en el ranking de Calidad Institucional (elaborado por la Fundación Libertad y Progreso) cayéramos 99 posiciones, pasando del puesto 44 al 143 en 20 años hasta el dato que mide 2015.

Merced al gobierno más sensato de Cambiemos, últimamente hemos tenido la buena noticia que entre 2015 y 2017 la Argentina recuperó 23 puestos, progresando hasta el lugar 119 dentro de las 191 naciones consideradas.

Con la alianza Cambiemos en el gobierno la Argentina está frente a la posibilidad histórica de terminar con ocho décadas de retraso y deterioro y entrar en una etapa de recuperación. Hoy se discute con pasión si hay demasiado gradualismo, o sea, si vamos demasiado despacio en las reformas de fondo del Estado, de la legislación laboral y sindical y de la apertura de la economía. No me preocuparía mucho que vayamos despacio si en el fondo la alianza Cambiemos tiene las ideas claras. Si las metas son buenas, la velocidad no es tan importante.

Son respetables los temores de quienes dudan de las ideas centrales de Cambiemos, como de los que confiando en el fondo, temen que por ir muy despacio se caiga en una crisis antes de cosechar resultados. Pero es también indiscutible que para que la Argentina cambie de rumbo y entre en un período de recuperación, la alianza Cambiemos tiene que mantener el liderazgo electoral en 2019. ¿Quedarán entonces para el cuatrienio 2020-2023 las reformas de fondo? Suaviter in modo, fortiter in re, decían los romanos cuando describían a quienes siendo suaves en los modos, eran sólidos o firmes en las cosas, en sus principios, ideas y propósitos. Dios quiera que este sea el caso de nuestra alianza gobernante.

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