Gonzalo es Gonzalo Casado, un egresado del Cema que ocupa la gerencia de Operaciones Financieras. Entre sus tareas figura el seguimiento y liquidación de divisas por exportación, prefinanciación de exportaciones, préstamos y depósitos, seguimiento y soporte al mercado de futuros Rofex, y el cash management. Por encima de Gonzalo está Bruno, que es Bruno Demaría, un ex Citibank que ostenta el cargo de Director Financiero. Y arriba de todo aparece Hugo, que es Hugo Kranjc, el Presidente de la filial argentina de la principal cerealera del mundo y líder en el ranking de exportadores argentinos.

En estas horas y en las próximas semanas Gonzalo, Bruno y Hugo van a evaluar si con el dólar oficial a $ 8 y tasas de interés varios puntos porcentuales más altas que hace diez días, les conviene liquidar. Aplicando el abc de las finanzas, van a comparar la tasa de devaluación que esperan de ahora en adelante con la tasa de interés que deberían pagar para cubrir el agujero de retener la cosecha y con la tasa de interés que obtendrían por los pesos de la venta. Y si la tasa de devaluación esperada resulta inferior a las tasas de interés, seguramente liquidarán.

De la decisión de Gonzalo, Bruno y Hugo, y del mismo proceso que harán sus pares de Bunge, Louis Dreyfus Commodities, Aceitera General Deheza, Vicentín, Noble, Alfred Topfler y del resto de grandes productores, acopiadores y exportadores, depende parte considerable del éxito o fracaso del miniplan económico que con mucha desprolijidad está articulando el gobierno.

Un miniplan que, precisamente, busca entre otras cosas dar vuelta la absurda relación que se daba entre una mayor devaluación esperada que la tasa de interés, y que fue el motivo básico de que el campo retuviera sin liquidar cosecha por u$s 4.000 millones, según cálculos oficiales y de algunos consultores privados.

Es razonable intuir que Gonzalo, Bruno, Hugo y el resto de gerentes y directores de ese negocio son furiosos antikirchneristas. Si bien ganaron mucho dinero ellos y las compañías, están convencidos de que podrían haber ganado mucho más, enojados con el trato que les dispensa el gobierno, y alterados por las causas judiciales que les inició la AFIP por supuesta evasión. Además, hay algunas claras señales de que la situación actual no es lo próspera que era. Como explicaba Roberto Lavagna cuando como ministro de Néstor Kirchner defendía los derechos de exportación frente a la protesta agraria, un buen espejo de la rentabilidad del sector es el valor de la tierra. Y de acuerdo a la estadística de la Compañía Argentina de Tierras, luego de varios años de aumento casi ininterrumpido (a excepción de 2009), el precio de los campos ha caído en el último año y medio: la hectárea en la zona núcleo había alcanzado un pico de u$s 17.500 a mediados de 2012 y ahora cotiza a u$s 15.000, aunque sigue bien arriba de los u$s 11.400 de promedio entre 2004 y ahora.

De todas maneras, es de suponer que la lógica económico-financiera va a primar sobre malhumores y antipatías.

Es por eso que uno de los desafíos clave para el dúo Kicillof-Fábrega es convencer que están decididos y con municiones para defender el nuevo tipo de cambio oficial, tal vez con pequeños deslizamientos para evitar que vuelva a atrasarse, pero sin un nuevo salto devaluatorio.

Para esa tarea las reservas son como agua en el desierto. Por eso mismo, la decisión de levantar parcialmente la prohibición para comprar dólares para atesorar es, además de arriesgada, muy cuestionable. No parece que vaya a servir para reconquistar adhesión de clase media ni para descomprimir la demanda de dólares en el mercado negro que achique la brecha y modere expectativas. Y provoca un constante drenaje de reservas que algunos calculan en alrededor de u$s 10.000 millones por año.

El otro gran desafío es minimizar el traslado a precios de la devaluación. En eso se juega la consolidación de una mejora en el tipo de cambio real que apuntale las economías regionales, satisfaga reclamos de industriales y otros productores agropecuarios, aligere aunque sea parcialmente la demanda de importación y turismo, y, por sobre todo, que no exacerbe el ya recalentado panorama sindical.

A propósito, los que trazan analogías entre la actual coyuntura y el Rodrigazo, deberían considerar que en 1975 Lorenzo Miguel y toda la CGT enfrentó a Isabel, mientras que ahora Antonio Caló y parte del sindicalismo siguen alineados con Cristina. Al menos hasta el momento, y dependiendo de que suceda con el salario real.

Si gana el desafío de los precios, Kicillof habrá demostrado que lo que pensaba algunos años atrás era incorrecto. En una muy citada nota que escribió en Página12 en diciembre de 2010 sostuvo: La apreciación es un gran negocio financiero y tal vez tenga un efecto neutro para los sectores exportadores con un fuerte componente de insumos importados, pero lo cierto es que esta salida es recesiva, tal como lo fue en los noventa. Lo malo es que el camino de la devaluación probablemente tampoco sea efectivo para extender la protección cambiaria ya que, a diferencia de 2002, no tardará en trasladarse a precios y de ahí, mientras se mantenga el empleo elevado, a salarios y costos. He aquí el dilema: la apreciación es recesiva y la devaluación sin retenciones móviles inflacionaria. El corolario es que, en apariencia, se llegó a una vía muerta porque no es conveniente apreciar ni devaluar.

En ese entonces planteaba como salida de la vía muerta un proceso de planificación desde el Estado que modifique la estructura productiva, promoviendo la industrialización y procesos innovadores de sustitución.

Ahora no tiene tiempo para salidas estructurales. Se vio forzado a devaluar a la espera de que Gonzalo, Bruno y Hugo decidan a favor.