Tarifas: un triste minué de hipocresías y silencios; el veto, ¿fortalece o debilita?

Para los griegos, la hipocresía tenía que ver con el teatro y con la forma de actuar, fingiendo sentimientos o expresando ideales no propios. El miércoles, en el Senado de la Nación, hubo mucho de esto expresado en la bancada del peronismo opositor que, mientras hablaba de la gente, cruzaba los dedos para que todo se terminara con un veto sin que sufran las provincias que representan. En tanto, Cambiemos se aguantó todos los chubascos sabiendo que el tema tarifario había sido un grano político gestado en sus propias entrañas, aunque celebraron que igual seguirían teniendo el control del achicamiento del déficit.

En general, fueron intervenciones ruidosas llena de críticas de parte de los opositores y más bien quejosas por el lado del oficialismo, una importante puesta en escena, en la que los consumidores fueron los convidados de piedra. Como siempre el oficialismo falló en aportar un buen detalle público de sus argumentos, algunos de ellos de bastante peso, aunque no tuvieron demasiada difusión, salvo un número gaseoso de aumento del déficit fiscal.

En el Gobierno no aprendieron con lo que le pasó con los índices jubilatorios, ya que son mejores los actuales que los anteriores, pero la gente sigue creyendo que la movilidad le juega en contra. Hasta el jefe de la bancada del PJ, Miguel Pichetto, en su discurso de cierre, se dio el lujo de recordarle al Ejecutivo este punto que no logra encauzar: cómo primerear con la comunicación para no correr detrás de los acontecimientos.

¿Qué pudo haber explicado bien el Gobierno? Por ejemplo, que en toda medición estadística lo importante es tomar en cuenta lo que se llama la Base del Índice, ya que es sabido que no es la misma cosa comparar contra tal o cual año o tal mes que contra otro y que ese detalle no menor distorsiona cualquier cálculo. Por supuesto que si para subir las tarifas de servicios públicos se toma como arranque del ajuste el mes de noviembre del año pasado en relación al Coeficiente de Variación Salarial (CVS) para los usuarios residenciales y al Índice de Precios Internos al Por Mayor (IPIM) en el caso de las PYME, tal como dice la Ley que votó el Congreso, la distorsión será flagrante, ya que en estos meses la recomposición tarifaria corrió más ligero que estos dos índices que eligieron los legisladores para hacer el ajuste de valores.

Otro cantar hubiese sido, por ejemplo, medir y presentar las variables desde 2003 a la fecha, tomando en el medio años y años de tarifas políticas que, convenientemente pisadas, generaron una evidente recomposición salarial indirecta, que quizás resultó necesaria para salir de la crisis de aquellos años, pero que se perpetuó en los lugares que más votos aportaban, el Área Metropolitana, a costa del resto del país. Dicho de otra manera, el cóctel entre tarifas congeladas e índices de precios nada claros produjeron en los años del kirchnerismo el estrangulamiento fiscal que, impulsado por los subsidios, ahora llevan a esta situación de reajuste tarifario.

Desde el lado del Gobierno quedó en claro que una vez más durmió la siesta en materia política y que todavía está procesando puertas para adentro qué le ocurrió con la cuestión de las tarifas, seguramente atribulado por una crisis que se fue amasando durante el relax del verano y que, hace unos tres meses, casi nadie esperaba, proceso que llevó a los mercados a una loca dinámica que lo desacomodó mal (suba del tipo de cambio, traslado a precios, menores previsiones de crecimiento, pedido de asistencia al FMI, recomposición interna en la toma de decisiones en lo político y en lo económico, etc.).

Puntualmente, sobre el tema tarifario fueron algunos de los miembros de Cambiemos con mayor vocación populista quienes le dieron letra a la resurrección opositora bajo el argumento de una supuesta solidaridad con los que menos tienen, más allá de la tarifa social que la ley duplica, pero que nadie había tocado. A su vez, los peronistas manejaron la cosa con total subestimación hacia la inteligencia de la gente con la esperanza de que se creyera que ellos eran los buenos y los dadivosos, mientras los oficialistas quedaban expuestos como los perversos defensores del ajuste.

Lo que se notó en el peronismo, sobre todo en el Senado, fue una dosis de hipocresía tal que llamó mucho la atención. Las contradicciones y los derrapes fueron más que evidentes, no sólo por haberse juntado codo a codo quienes no se pueden ver, que fue lo más evidente y que motivó la frase del mensaje del Presidente sobre "un peronismo responsable y confiable que no se deja conducir por las locuras que impulsa" la senadora Cristina Fernández.

Esta frase, que dicen en el Gobierno que pretendió separar la paja del trigo, resultó ser muy desafortunada a la hora de acercar posiciones con los senadores y aglutinó más a los peronistas responsables que la vieron como lo que era, una chicana. Por supuesto que esta crítica a las ideas de la senadora, trajo luego la consecuente victimización personal de CFK, fiel al estilo de armar relatos a su gusto y conveniencia: "Tratar de loca a una mujer. Típico de machirulo", martilló en Twitter con un neologismo que ya es inscripción de paredes y remeras.

Para enmarcar el término hipocresía conviene empezar por el final, porque en el recinto los senadores de la oposición se sacaron la careta y no tuvieron empacho en confesar públicamente que todo lo que se había pergeñado durante varias semanas no era más que un mensaje político que se le quería pasar al Gobierno, como si el veto fuera algo inocuo. No es un detalle menor la interpretación, porque esas palabras de Pichetto, nada menos, encierra una de las claves del asunto: a nadie le conviene más el veto que a los propios gobernadores.

La ley que votaron los senadores, tal como fue amasada en Diputados entre el Frente Renovador y los justicialistas de Diego Bossio, sectores que moderaron bastante al kirchnerismo, tiene una contradicción de base, ya que es lo más antifederal que se recuerde porque vuelve a darle prebendas a los habitantes de las zonas más ricas del país a costa de provincias en las que estos ajustes han sido incorporados desde hace mucho tiempo.

En segundo término, el text

o prevé el resarcimiento de las distribuidoras de gas y luz a los clientes, pero hay que ver las eléctricas cómo van a hacer para recuperar lo que ya le pagaron a Cammesa cuando compraron la energía, por ejemplo. Suelto de cuerpo, un senador justicialista refería que la deuda de las provincias dueñas de muchas distribuidoras hacia la mesa energética es muy alta: qué le hace una mancha más al tigre..., justificó sin ponerse colorado.

En tanto, lo más preocupante y lo menos decoroso del minué parlamentario vivido en estos últimos días, matizado con reuniones, propuestas y declaraciones de gobernadores y senadores que parecían reaccionar a estímulos derivados de promesas del gobierno central, es que quedó una vez más en evidencia la imposibilidad que tiene la clase política de acordar, ya no políticas de Estado sino, aunque sea, pequeñas cosas en común.

Tras la votación y el veto presidencial, una de las incógnitas del episodio es saber hacia dónde se inclinará la balanza de la opinión pública a la hora de juzgar la situación: ¿hacia las necesidades del bolsillo que, sólo en apariencia, apuntó a defender la oposición o hacia la exigencia de un reordenamiento como llave para achicar el déficit, caballito de batalla del Gobierno?

Dicho de otra manera, sería bueno evaluar de aquí en adelante si la gente va a castigar aún más al presidente Macri por insensible o si va a premiar su arrojo de vetar la norma y ver si ese gesto constitucional de autoridad le puede devolver en algo los favores perdidos. O si agradecerá la movida peronista conjunta o si terminará repudiando la defensa de algo que el propio peronismo sabía que no tenía futuro, una ley que, si salía, iba a jugar en contra de las mismas provincias.

Las dos partes de este muy triste paso de comedia se equivocaron tanto en la sobreactuación que la sordera mutua y los pases de factura para enlodar a la otros superaron en esta oportunidad, como quizás nunca antes de 2015 a la fecha, la necesidad de encontrar caminos comunes. Ahora, llegará el turno de encauzar el Presupuesto 2019, que será auditado por el FMI. No será el diálogo que le gusta al papa Francisco, pero vista la pobreza extrema de los últimos días podría ser una buena ocasión para tratar, al menos, de recomponer algunos puentes desde el lado de racionalidad.

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