Qué se necesita para ganarle a Cristina
En los últimos días, un grupo de intelectuales, entre quienes se encuentran periodistas de renombre, se trenzaron en una discusión apasionante. Es la misma idea que enoja a la diputada nacional Elisa Carrió, quien a veces, en su afán de llegar a la verdad, comete el pecado de presentase como si fuera el único camino para terminar con la corrupción en la Argentina. La discusión es si, para ganarle a Cristina Fernández de Kirchner y todo lo que representa, hay que imitar ciertos procedimientos exitosos de los K, o si es imprescindible hacerlo con otras armas, ya que el cristinismo en el poder parece, nada más y nada menos, que la reencarnación del mal absoluto. Uno de esos periodistas se llama Gustavo Noriega. Trabaja conmigo todos los días en la radio. El afirma que no hay nada rescatable en el modelo nacional y popular. Que puede entender las razones por las que algunos sostenemos que los dos primeros años del gobierno de Néstor Kirchner podrían ser considerados los mejores desde 1983, pero que la intervención del INDEC en 2006 marca un antes y un después entre las nociones del bien y las del mal. Un gobierno que te miente en la cara no puede ser honesto ni bien intencionado. Desde ese hecho hacia adelante no hay más nada que discutir, sentenció, más de una vez. La historia reciente parecería darle la razón. Desde marzo de 2008, cuando iniciaron su cruzada contra Clarín y el campo, Néstor y Cristina decidieron llevarse todo por delante. La flamante reforma judicial, que, de ser aplicada, aboliría más de cien años de conquistas sociales a favor de una nueva corporación de fiscales y jueces partidizados, es solo el último eslabón de una cadena de decisiones oficiales prepotentes, autoritarias y sin límites, que los dirigentes de la oposición no pudieron neutralizar. Es decir: el gobierno avanza y se queda con todo porque no hay nadie que los detenga.
¿Entonces, Noriega tiene toda la razón? Quizá solo parte de ella. Porque, para ganarle a la Presidenta, incluso para doblegarla en lo que Beatriz Sarlo denominó la batalla cultural, quizá los referentes de la oposición deberían dejar de mirarse el ombligo y empezar a trabajar en serio para sumar y evitar un nuevo triunfo del oficialismo en octubre. ¿Y esto significa necesariamente, hacerse cristinista? No. Solo tomar conciencia de los errores que se cometieron y de lo que hay en juego. Desde el hecho de reconocer que quienes defienden el modelo trabajan durante muchas horas incluidos los fines de semana para sostenerlo mientras los que se oponen no. De aceptar que no se pueden volver a cometer errores estratégicos como el apoyo a la Ley de Medios.
¿Es que para ganarles las elecciones hay que ser como ellos? ¿Tan malos e inescrupulosos como ellos? ¿Capaces de rodearse de empresarios como Lázaro Báez, porque se supone que para hacer política hay que juntar mucha platita? ¿Tan inmorales como los referentes legislativos del Frente para la Victoria, quienes convencieron al diputado Jorge Garramuño de votar el acuerdo con Irán a cambio de adelantar a Tierra del Fuego fondos de la coparticipación? La respuesta correcta es: no hay que actuar como ellos, pero si pensar cómo ellos. ¿Y cuál sería el objetivo? Neutralizarlos. Estar atentos al próximo ataque. Adelantarse a la jugada que viene. No se trata de ser inmoral o de comerse a los caníbales. Se trata de pensar hasta donde son capaces de llegar para perpetuarse en el poder y trabajar para evitarlo.
Por ejemplo, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna y el diputado nacional Fernando Pino Solanas están seguros de que Cristina Fernández no obtuvo de verdad el 54% de los votos en las últimas elecciones presidenciales. Ambos aceptan que ganó, pero no por tanta diferencia. Mis cálculos indican que puso haber triunfado con el 44 o 45% de los votos me dijo Lavagna por radio. Si su sospecha fuera cierta ¿qué están haciendo ahora mismo para tratar de que no suceda otra vez en octubre?
El mismo análisis vale para la gente de Hermes Binner y la de Mauricio Macri, dos dirigentes que aspiran a ser candidatos a presidente en 2015. El socialista acepta que el narcotráfico es, en la provincia de Santa Fe, un gravísimo problema que ni él ni su sucesor, Antonio Bonfatti, pudieron todavía combatir. Pero afirma que vincular a sus funcionarios con semejante delito es una operación de dirigentes de La Cámpora como Andrés El Cuervo Larroque, y que no la vieron venir. ¿Tampoco vio venir, el jefe de gobierno de la Ciudad, la posibilidad de que los manifestantes de ATE frente al Borda les podían armar un escándalo nacional, muy propicio para cambiar la agenda, olvidar la investigación de la ruta del dinero de Lázaro Báez y colocar a Macri, otra vez, en el lugar de la represión de la derecha, contra la supuesta tolerancia del gobierno central?
Para transformarse en una alternativa, los dirigentes opositores más inteligentes deberían plantarse ya mismo y capitalizar así un momento político excepcional como el del último 18 de abril. ¿Qué fue lo que impidió a Macri, Francisco De Narváez, Binner, Ricardo Alfonsín, José Manuel De la Sota, Lavagna y una docena de dirigentes más mostrarse juntos con el objeto de expresar semejante coincidencia?
Para entender al cristinismo, hay que estudiar, por ejemplo, cómo hizo la Presidenta para apropiarse con cierto éxito, del Papa, y evitar que la entronización de Francisco destruyera parte de su imagen positiva en las encuestas. O analizar qué tenía en la cabeza Néstor Kirchner cuando emergió de entre las ruinas del que se vayan todos, asumió el poder e inauguró una década que la historia juzgará. Lo primero que decidió fue pararse en el andén, en el vagón indicado, a la hora señalada, con los socios necesarios, para ganar las elecciones que lo transformarían en presidente. Adivinó que el tren de la historia pasaría por la puerta de su casa una sola vez y se lo tomó. Abandonó el purismo ideológico. Recurrió a Eduardo Duhalde, a los barones del conurbano y a Daniel Scioli para ganar la segunda vuelta. Hizo todo lo contrario a lo que pregona, por ejemplo, la propia Carrió, quien ahora colocó al presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti y a la senadora María Eugenia Estensoro en la lista de sus nuevos enemigos. ¿Es, lo que hace la diputada, purismo o sectarismo? Poner límites por todos lados no es una buena decisión para transformarse en alternativa de poder. Porque después las opciones se achican. Está flojo de papeles. Su declaración jurada no cierra. Pero los voy a votar en segunda vuelta, porque representa el mal menor, me dijo la propia Carrió por televisión después de la primera vuelta que Carlos Menem le ganó a Kirchner por el 3% de los votos. Es decir: construyó con tan pocos que se debió conformar con elegir al que entonces suponía menos malo. Y así le fue. Y así nos fue.
¿Entonces, Noriega tiene toda la razón? Quizá solo parte de ella. Porque, para ganarle a la Presidenta, incluso para doblegarla en lo que Beatriz Sarlo denominó la batalla cultural, quizá los referentes de la oposición deberían dejar de mirarse el ombligo y empezar a trabajar en serio para sumar y evitar un nuevo triunfo del oficialismo en octubre. ¿Y esto significa necesariamente, hacerse cristinista? No. Solo tomar conciencia de los errores que se cometieron y de lo que hay en juego. Desde el hecho de reconocer que quienes defienden el modelo trabajan durante muchas horas incluidos los fines de semana para sostenerlo mientras los que se oponen no. De aceptar que no se pueden volver a cometer errores estratégicos como el apoyo a la Ley de Medios.
¿Es que para ganarles las elecciones hay que ser como ellos? ¿Tan malos e inescrupulosos como ellos? ¿Capaces de rodearse de empresarios como Lázaro Báez, porque se supone que para hacer política hay que juntar mucha platita? ¿Tan inmorales como los referentes legislativos del Frente para la Victoria, quienes convencieron al diputado Jorge Garramuño de votar el acuerdo con Irán a cambio de adelantar a Tierra del Fuego fondos de la coparticipación? La respuesta correcta es: no hay que actuar como ellos, pero si pensar cómo ellos. ¿Y cuál sería el objetivo? Neutralizarlos. Estar atentos al próximo ataque. Adelantarse a la jugada que viene. No se trata de ser inmoral o de comerse a los caníbales. Se trata de pensar hasta donde son capaces de llegar para perpetuarse en el poder y trabajar para evitarlo.
Por ejemplo, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna y el diputado nacional Fernando Pino Solanas están seguros de que Cristina Fernández no obtuvo de verdad el 54% de los votos en las últimas elecciones presidenciales. Ambos aceptan que ganó, pero no por tanta diferencia. Mis cálculos indican que puso haber triunfado con el 44 o 45% de los votos me dijo Lavagna por radio. Si su sospecha fuera cierta ¿qué están haciendo ahora mismo para tratar de que no suceda otra vez en octubre?
El mismo análisis vale para la gente de Hermes Binner y la de Mauricio Macri, dos dirigentes que aspiran a ser candidatos a presidente en 2015. El socialista acepta que el narcotráfico es, en la provincia de Santa Fe, un gravísimo problema que ni él ni su sucesor, Antonio Bonfatti, pudieron todavía combatir. Pero afirma que vincular a sus funcionarios con semejante delito es una operación de dirigentes de La Cámpora como Andrés El Cuervo Larroque, y que no la vieron venir. ¿Tampoco vio venir, el jefe de gobierno de la Ciudad, la posibilidad de que los manifestantes de ATE frente al Borda les podían armar un escándalo nacional, muy propicio para cambiar la agenda, olvidar la investigación de la ruta del dinero de Lázaro Báez y colocar a Macri, otra vez, en el lugar de la represión de la derecha, contra la supuesta tolerancia del gobierno central?
Para transformarse en una alternativa, los dirigentes opositores más inteligentes deberían plantarse ya mismo y capitalizar así un momento político excepcional como el del último 18 de abril. ¿Qué fue lo que impidió a Macri, Francisco De Narváez, Binner, Ricardo Alfonsín, José Manuel De la Sota, Lavagna y una docena de dirigentes más mostrarse juntos con el objeto de expresar semejante coincidencia?
Para entender al cristinismo, hay que estudiar, por ejemplo, cómo hizo la Presidenta para apropiarse con cierto éxito, del Papa, y evitar que la entronización de Francisco destruyera parte de su imagen positiva en las encuestas. O analizar qué tenía en la cabeza Néstor Kirchner cuando emergió de entre las ruinas del que se vayan todos, asumió el poder e inauguró una década que la historia juzgará. Lo primero que decidió fue pararse en el andén, en el vagón indicado, a la hora señalada, con los socios necesarios, para ganar las elecciones que lo transformarían en presidente. Adivinó que el tren de la historia pasaría por la puerta de su casa una sola vez y se lo tomó. Abandonó el purismo ideológico. Recurrió a Eduardo Duhalde, a los barones del conurbano y a Daniel Scioli para ganar la segunda vuelta. Hizo todo lo contrario a lo que pregona, por ejemplo, la propia Carrió, quien ahora colocó al presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti y a la senadora María Eugenia Estensoro en la lista de sus nuevos enemigos. ¿Es, lo que hace la diputada, purismo o sectarismo? Poner límites por todos lados no es una buena decisión para transformarse en alternativa de poder. Porque después las opciones se achican. Está flojo de papeles. Su declaración jurada no cierra. Pero los voy a votar en segunda vuelta, porque representa el mal menor, me dijo la propia Carrió por televisión después de la primera vuelta que Carlos Menem le ganó a Kirchner por el 3% de los votos. Es decir: construyó con tan pocos que se debió conformar con elegir al que entonces suponía menos malo. Y así le fue. Y así nos fue.
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