

La expansión del "casual day" en las oficinas de los viernes a todos los días de la semana, trajo bienestar a muchos empleados pero sumado al aumento de las importaciones en los últimos años, conspiraron contra las pocas fabricantes locales de trajes de vestir y de corbatas que quedan en pie.
La semana pasada, además, sufrieron otro golpe: desde el 21 de febrero cayó la medida antidumping que protegía a los productores locales frente a la importación de trajes de China. Las empresas que lograron sobrevivir ahora buscan adaptar su negocio a los cambios de hábitos y los gustos de los consumidores más jóvenes.
"Es un sector muy chico, no hay escala ni volumen. Puede haber volumen en los commodities, que son los ambos lisos en telas de calidad más económicas pero siempre se está compitiendo con la importación desde Oriente", explicó uno de los empresarios del sector.
Un traje importado en un local comercial puede costar entre $ 3000 y $ 4000 mientras que los de fabricación nacional tienen un piso de $ 7000. La industria de la indumentaria, en general, registra caídas en su negocio del 20% en promedio. Pero en el caso de la sastrería el panorama es aún más complejo.
Las firmas que quedan en pie producen para su propia marca pero, sobre todo, para terceros. En épocas de trabas a las importaciones, muchas proveían a las grandes tiendas como Zara o Falabella, pero ahora lo hacen para clientes locales y más pequeños.
Con todo, reconocen que la importación no es el único problema y hablan del impacto de los cambios de hábitos: el 80% de los trajes que se venden, según datos del sector, se usan sólo para eventos especiales, como los casamientos, y muy poco para el uso diario en el trabajo.
Es curioso que el pico de ventas anual del segmento hoy esté generado por los más jóvenes: "A partir agosto es la temporada más alta por las fiestas de egresados y las promociones escolares", destacó el empresario.
Los jóvenes también reconvirtieron el segmento de las corbatas que, según estiman desde la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (Ciai), ya no cuenta con fabricantes de peso en el mercado local. "Hoy no hay escala, es un accesorio que se usa ocasionalmente, y todo se importa. Las fábricas de corbata locales comenzaron a desaparecer en la crisis de 2001. Es un producto tan pequeño, como los relojes, que es fácil de traer en forma de contrabando hormiga", estimó Alicia Hernández, gerente de la cámara. Hoy, además, el moño le gana a la corbata y es el accesorio más elegido por los sub-30 para fiestas de egresados, cumpleaños de 15 y casamientos.
Agrest es una de las pocas fábricas activas en el negocio de la sastrería: produce para su propia marca y, en mayor porcentaje, para terceros. "Somos una de las grandes que quedan. No hay muchas más. Trabajamos con varios clientes para sus marcas y cada uno le pone su estilo. Se está usando mucho traje slim y ultraslim, forrería con estampados o colores fuertes para atraer al público joven", explicaron desde la firma. Actualmente fabrican unos 4000 sacos y 4000 pantalones por mes. Y aunque advierten sobre la caída de la demanda, aseguran que muchas marcas encargan las prendas cada vez con menos anticipación y que al quedarse sin stock piden más, pero todo se define a último momento.
Para estas empresas, reconvertir su negocio no es una tarea simple. "Para la sastrería, se requiere mano de obra y tecnología específica. Tenemos una planta armada para sacos de hombre, ni siquiera se pueden hacer sacos de mujer", advirtieron desde una de las empresas.


