

Entre las fronteras de Roma se encuentra un Estado cuya magnitud no se mide en kilómetros ni en cantidad de habitantes, sino en el peso histórico, religioso y político que representa para millones de personas. El Vaticano es el país más pequeño del mundo, y resguarda a una de las figuras más destacadas del planeta: el Papa.
Pese a su tamaño,el Vaticanose ha consolidado como un símbolo de neutralidad y paz. Su existencia no solo es una rareza geográfica, sino también una singularidad en el escenario internacional.
El Vaticano: historia y soberanía de un país único
El Vaticano, conocido oficialmente como Ciudad del Vaticano, se convirtió en Estado soberano en 1929 gracias al Tratado de Letrán, firmado entre la Santa Sede y el Reino de Italia. Este acuerdo le otorgó el estatus de nación independiente, con personalidad jurídica internacional distinta de la Iglesia Católica.

Con apenas 44 kilómetros cuadrados y una población de aproximadamente 246 personas, la Ciudad del Vaticano no permite el acceso libre. Solamente un grupo reducido de individuos, como clérigos y funcionarios, pueden permanecer dentro por lapsos limitados.
A pesar de su tamaño, este país cuenta con una estructura de gobierno, normas propias y cuerpos de seguridad altamente especializados, como la Guardia Suiza, encargada de proteger a sus residentes, entre ellos al Papa.
Además, en su interior se resguardan archivos y tesoros invaluables de la Iglesia Católica.

El Vaticano alberga residencias de figuras de alto rango como cardenales, monjas, sacerdotes y empleados laicos que trabajan en la administración del Estado o en servicios como cocina, jardinería y atención médica. Es también uno de los pocos países en el mundo que nunca ha sido escenario de una guerra o enfrentamiento armado.
El Papa Francisco y los habitantes de este microestado
La figura central del Vaticano es, sin duda, el Papa. Francisco, el último Sumo Pontífice, eligió una vida austera, residiendo en la Casa Santa Marta, dentro del mismo territorio.
Junto al Papa, viven otros altos cargos de la Curia Romana, quienes se encargan de la administración central de la Iglesia. También se encuentran las monjas y sacerdotes que prestan sus servicios dentro de las numerosas funciones que operan en esta nación, desde el cuidado de las basílicas hasta la atención en el hospital del Vaticano.


