El desafío de invertir en la transformación

En la Argentina, el ecosistema competitivo resultó un limitante para los negocios, producto de la volatilidad económica.

Los inversores evalúan sus decisiones en tres niveles: las condiciones microeconómicas, las macro y las sistémicas. El primer caso supone analizar las circunstancias para la inversión en su mercado como los costos, el precio y la competencia. En el segundo, se consideran factores como el crecimiento económico, la inflación y el tipo de cambio. Y el análisis sistémico, por último, contempla el marco institucional que les sirve de soporte, incorporando aspectos clave como la estructura tributaria y la estabilidad de las reglas del juego.

 

Los dos últimos factores definen el ecosistema en el que operan empresas y emprendedores y determina en buena medida su capacidad de competir globalmente, generar utilidades, inversión, empleo e innovación. Suele tener menos protagonismo cuando se planea una inversión en un país que cuenta con estabilidad económica e instituciones fuertes. Una vez que se dimensionó la rentabilidad, dadas las reglas de juego del país, no parece necesario contemplar escenarios diferentes para poder asignarle un valor a los riesgos económico y jurídico.

En la Argentina el ecosistema competitivo resultó un limitante para los negocios, producto de la volatilidad económica y el escaso respeto por las reglas de juego. El programa económico vigente desde hace dos años y medio busca atacar estas restricciones, y con ello, generar un clima de negocios favorable, que permita a las empresas locales y extranjeras aprovechar las oportunidades de inversión presentes en los diversos sectores.

La inversión quebró su tendencia negativa en 2017, logrando aumentar su participación en la economía hasta representar 22,8% del PBI, versus 20% en 2016. La mejora estuvo impulsada por el dinamismo de las obras de infraestructura, la energía, el agro y el sector financiero. Sin embargo, aún no se advierte un proceso inversor generalizado, capaz de impulsar el crecimiento y el empleo de forma significativa.

Construir credibilidad lleva tiempo. Y más en un marco en que las restricciones de la economía política presentes obligaron a las autoridades a adoptar un enfoque gradual para la corrección de los desbalances macros, dando espacio para la volatilidad en el corto plazo.

El estrés cambiario sufrido a principios de mayo es prueba de ello. Y tras este episodio, el acuerdo alcanzado con el FMI aceleró los tiempos de la política económica. Hacia adelante, veremos más dinamismo oficial en atacar los desbalances fiscal y externo, lo que podría aproximar el alcance de un equilibrio más favorable para la inversión, tras la mejora del tipo de cambio real.

El cambio estructural de la economía argentina continúa en marcha y probablemente se haya precipitado. Este escenario supone oportunidades de inversión en múltiples sectores, pero también constituye una apelación para los líderes empresarios locales, dado que los obliga a repensar sus estrategias comerciales. Las empresas deberán prepararse para competir con jugadores internacionales. La presidencia del G-20 en Buenos Aires, la negociación de diversos acuerdos de libre comercio son pasos concretos hacia una creciente integración económica y política de Argentina.

Este proceso se da un escenario internacional desafiante. La transformación disruptiva de las cadenas globales de valor, que ha generado la intervención de las tecnologías exponenciales en todos los procesos de negocios, puede dejar a una empresa local fuera del juego.

Muchas industrias del siglo XXI convergen en mundos físicos y digitales en los que se espera que un hardware sofisticado combinado con software innovador, sensores con cantidades masivas de datos y análisis profundo, puedan desarrollar productos y servicios inteligentes, procesos eficientes, así como clientes y proveedores más conectados. Nacen ecosistemas caracterizados por relaciones multidireccionales con intercambios de bienes, datos, conocimientos y servicios. Las barreras de entrada y los silos de competitividad se esfuman. La competencia surge de fuentes no tradicionales que buscan generar valor más allá del producto en sí mismo aplicando una nueva lógica a toda la cadena. El ritmo del cambio ya no es gradual; es exponencial, disruptivo y no lineal. Cuanto más dilaten las empresas su transformación, más difícil y costoso será sobrevivir.

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