Un Día del Periodista en la frontera caliente entre Israel y Gaza

Una bandera israelí flamea en la última casa de la calle Moshe Rabenu, a metros de la que llaman colina de Kobi. Sobre el techo de otra casa se ven restos de un misil y una escuela está rodeada por un alero de hormigón a modo de protección. Cada casa y cada departamento en la ciudad de Sderot (en el suroeste israelí) tienen una habitación búnker construida por el Estado. En las veredas también hay refugios antimisiles.

En una visita coordinada por Fuente Latina, una organización sin fines de lucro que ofrece información sobre Israel y Medio Oriente, ocho periodistas llegamos a la colina de Kobi. Cuatro argentinos, tres mejicanos y una boliviana que vive en México, entrevistamos al jefe de seguridad de Sderot, Kobi Arush (por quien así llaman al lugar), que señala la Franja de Gaza: 30 kilómetros que se extienden hasta Egipto.

Enfrente, junto a unos pinos, Arush nos muestra un sitio donde parece que hubiera trabajado una excavadora. "Yo estaba aquí mismo cuando vi salir de la tierra a 12 palestinos vestidos con uniforme del ejército israelí. Ordené chequear y a los que fueron en un jeep de pronto les lanzaron un misil. Murieron el jefe al mando y tres soldados".

Hace una pausa y continúa en hebreo: "Tengo 58 años. Muchas veces he estado bajo fuego pero nunca tiramos tanto como ese día. Intentaban llevarse los cuerpos, vimos cuando empezaban a arrastrarlos hacia el túnel, pero no lo permitimos. Los matamos a todos". La entrada del túnel está a 200 metros de Sderot y el Ejército asegura haber detectado muchos otros, utilizados para contrabando y ataques palestinos.

Vemos un globo suspendido en el aire cerca de la frontera y sospechamos que drones fuera de nuestra vista nos sobrevuelan pero Arush no nos dará más información sobre inteligencia y seguridad. Un grupo de jóvenes, chicas de 18 y 19 años, hacen ejercicios de vigilancia. Cumplen con el primer y segundo año del servicio militar obligatorio que para los varones son tres años. Una de ellas nos cuenta que es hija de argentinos. Son, confirma su jefe, quienes dan el alerta cuando detectan misiles una o dos veces por día.

"A partir de que suena la alarma hay 15 segundos para esconderse en el refugio", describe. ¿Si no se llega?, preguntamos casi al unísono. "Entonces hay que rezar", responde, pero también aclara que casi el 100% son interceptados por el sistema llamado cúpula de hierro. "Si los palestinos bajan las armas va a haber paz. Si nosotros bajamos las armas, no existiría Israel", opina.

Pero advierte también que "la cúpula de hierro protege más a Palestina que a Israel. Porque si un misil cayera sobre la ciudad atacaríamos a toda la Franja de Gaza". Una de nuestras colegas, que estuvo aquí ocho años atrás, recuerda que en aquella oportunidad fue testigo de un ataque con misil y que todos debieron tirarse al piso.

Después del mediodía nos trasladamos lo más cerca que pudimos del límite entre israelíes y palestinos, siempre sin cruzar del otro lado. En medio del desierto un paredón de nueve metros de longitud, levantado después de 2005, separa a un moshav (un barrio cerrado con una organización similar a un kibbutz) de Gaza.

Natan Gal, un brasileño casado con una argentina, que vive aquí desde 1980, nos lleva al sitio donde murió su hija Danna en el 2005, también a 200 metros del principio de Gaza. Ella tenía 22 años, se estaba por casar y no alcanzó a correr hasta el refugio y recibió el impacto de un mortero. Gal señala el piso y nos cuenta que seguramente por allí abajo hay más túneles, cavados a 30 metros de profundidad y recubiertos con hormigón. Vemos juguetes en los jardines de las casas pero nos cuenta que sacaron a todos los chicos y que muchos adultos también se fueron.

Cuando nos estamos por ir un tanque de guerra recorre el perímetro entre el paredón y el alambrado que rodea el moshav. Alguien se preocupa porque tal vez de uno y otro lado escuchen con tecnología avanzada cada palabra que decimos. Alguien pregunta si tendremos miedo de dormir por la noche en Ashkelon, a 25 kilómetros de allí. Los ocho periodistas decimos que no.

A mí me da pudor sentir temor porque pienso en los colegas degollados, en los mejicanos asesinados, en los amenazados, en los que han sido secuestrados, en los censurados y en tantos corresponsales de guerra. Antes de dormir pienso también en los periodistas que no tienen el privilegio que tengo, trabajar un 7 de junio ahí donde los hechos están sucediendo.

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