Henry Kissinger, a los 91 años de edad, acaba de publicar un libro titulado "World Order" que merece ser leído más allá de la polémica sobre su figura. El análisis, tras un recorrido histórico, permite entender los comportamientos geopolíticos de las principales potencias, la estrategia de Irán con relación al programa militar nuclear o el alcance del fundamentalismo yihadista, a la vez que intenta responder al interrogante de "cómo experiencias y valores históricos divergentes se pueden acomodar en un orden común".


Como síntesis, afirma que el mundo se enfrenta a la paradoja que consiste en que su prosperidad depende de la globalización y, sin embargo, el "caos amenaza el orden mundial". Indica que el principal motor de esa volatilidad está encabezado por Estados Unidos, lo que denomina como el G-cero, y recomienda un mayor compromiso en el escenario global. En ese contexto, entre otras consideraciones, predice que el mundo se dividirá en diversas zonas regionales de influencia y que, como consecuencia, serán crecientes los riesgos de conflictos agudos entre Washington y Beijing además de describir perspectivas de complejidad con Moscú.
El reciente discurso del Presidente Obama en Naciones Unidas parecería, en alguna medida, recoger parte del pensamiento de Kissinger. La intervención, que fue el plato fuerte de la Asamblea General, podría interpretarse como un anuncio de la intención norteamericana de recuperar el terreno perdido. La ausencia en la ONU de los Presidentes de Rusia y China es también un síntoma político a tener en cuenta en el contexto de la visión de Kissinger.


Los conceptos contenidos en el libro plantean numerosas cuestiones y escenarios para la reflexión. En gran medida sirve para tomar conciencia de lo delicado de las opciones de política exterior para países emergentes intermedios. La enseñanza sería que en un mundo que podría dividirse entre amigos y enemigos, las decisiones son cada día de mayor complejidad. En definitiva, en un escenario de anarquía global, el éxito o fracaso de un país dependería en una medida creciente de la capacidad de análisis del contexto internacional.


En este marco, el provocador discurso de la Presidenta de la Nación en Naciones Unidas, que incluye el escepticismo expresado en el Consejo de Seguridad sobre el accionar del fundamentalismo yihadista, tiene aún más relevancia como el alcance de las recientes visitas a Buenos Aires de los Presidentes de Rusia y China.


La duda es si el gobierno argentino ha adoptado ciertas decisiones de política exterior consciente de la volátil dinámica global o si, por el contrario y en virtud meramente de acontecimientos de orden doméstico, se puso inconscientemente en la vereda más compleja y sensible del escenario internacional. La respuestas a este interrogante no es menor. Es de esperar que las reflexiones permitan ordenar estrategias diplomáticas antes que sea demasiado tarde.