El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos es el hecho internacional más impactante desde la caída del muro de Berlín, ocurrido en 1989. En los últimos 54 años, el apoyo o el rechazo absoluto al régimen castrista han dividido sistemáticamente a los países del continente americano.

La Organización de los Estados Americanos, por presiones de Washington, expulsó a Cuba del organismo en 1962. Las naciones americanas recién anularon esa resolución en 2009, cuando era demasiado obvio el fracaso de la política de aislacionismo que había instrumentado la Casa Blanca durante los últimos 50 años.

Desde el regreso de la democracia en 1983, la Argentina se mantuvo alejada de las pretensiones estadounidenses durante el gobierno del radical Raúl Alfonsín, pero volvió a zigzaguear en su respaldo a La Habana durante los años de alineamiento automático con Washington que caracterizaron a la política exterior de Carlos Menem. En los 90, cada vez que el riojano intentó tejer un acercamiento con Fidel Castro, recibió sin excepción un llamado del gobierno norteamericano para pedirle que clarifique su postura. "Estoy dispuesto a dar la vida por la libertad de Cuba", llegó a decir Menem frente a un grupo de anticastristas en Miami.

En su fugaz paso por la presidencia, poco cambió la postura de Fernando De la Rúa, quien se ganó la enemistad pública de Fidel Castro por el voto condenatorio de la Argentina a Cuba en el marco de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. "Es un lamebotas de los yanquis", dijo el líder cubano sobre De la Rúa, en febrero del 2001.

Eduardo Duhalde mantuvo en el primer año de su gobierno el apoyo a las sanciones a Cuba, pero las frías relaciones con Washington determinaron que se abstuviera de una condena al castrismo en el final de su mandato. "La Argentina no puede condenar a un pequeño país bloqueado cuando vemos cómo se afectan los derechos humanos en Irak", dijo Duhalde, antes de entregarle el bastón de mando a Néstor Kirchner.

Con el santacruceño las cosas cambiaron radicalmente. Castro viajó especialmente con su uniforme verde y sus zapatillas negras a la asunción de Kirchner en mayo del 2003.

Y su llegada al poder coincidió, temporalmente, con la consolidación de otros gobiernos progresistas, y pro-cubanos, en América Latina. Michelle Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia, José Pepe Mujica en Uruguay, Lula primero y Dilma Rousseff luego, en Brasil, bajo el ala defensora del fallecido Hugo Chávez, cuyo gobierno auxilió a Castro en su crisis económica terminal, a partir de la debacle y posterior desintegración en 1991 de su principal proveedor: la Unión Soviética.

América Latina bregó en los últimos años por el fin del bloqueo estadounidense y la inclusión de Cuba en los organismos regionales, a pesar de la resistencia estadounidense, ya vaciada de todo contenido diplomático. Ayer, en la reunión del Mercosur que comenzó en la ciudad de Paraná, el mensaje de los mandatarios fue contundente. "Es una victoria de Fidel y el pueblo cubano", aseguró el venezolano Nicolás Maduro. "Este día marca un cambio en la civilización", destacó Rousseff. Y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo: "Celebramos los latinoamericanos; hoy es un día maravilloso y es muy importante porque Cuba es un pequeño gran país que soportó años de bloqueo a tan sólo 90 millas del país más poderoso del mundo".

El uruguayo Mujica puso el hecho en perspectiva: "El anuncio es algo que, en la escala latinoamericana, es parecido al Muro de Berlín", aseguró. En tanto, el canciller chileno, Heraldo Muñoz opinó en el mismo sentido: "Es el principio del fin de la guerra fría en la región". En definitiva, como remató ayer su discurso el propio Barack Obama, pero en idioma castellano, y para que se entienda perfectamente: "Todos somos americanos".