Un retroceso en las relaciones con el Vaticano

La eventual decisión del gobierno argentino de dar por suprimido al obispado castrense representaría, de concretarse, un indiscutible retroceso cualitativo en las relaciones entre la Argentina y el Vaticano.

Pese a que no hubo hasta ahora pronunciamiento oficial alguno, es preciso referirse a esta cuestión justamente porque la versión no recibió desmentidas ni aclaraciones desde ámbitos de autoridad de nuestro país.

Si debe atenderse a los mencionados rumores, el Poder Ejecutivo ha resuelto eliminar la jurisdicción eclesiástica destinada a la atención espiritual de las Fuerzas Armadas, paso que podría consumarse por vía de un acto legislativo o bien a través de un decreto.

Las interpretaciones vinculan esta decisión, en lo inmediato, con las dificultades que la Casa Rosada encuentra para imponer a Alberto Iribarne como embajador ante la Santa Sede, y más atrás en el tiempo con la actitud de Roma frente al desconocimiento argentino de monseñor Antonio Baseotto como obispo castrense luego de que el gobierno argentino interpretara como amenazadora para con el entonces ministro de Salud, Ginés González García, una cita evangélica de aquél acerca de quienes generen escándalos.

Cabe recordar que pese a la medida dispuesta por el ex presidente Néstor Kirchner, el Papa Benedicto XVI mantuvo a Baseotto en su puesto. Sólo cuando cumplió la edad canónica para su retiro (75 años) le aceptó la dimisión reglamentaria, pero no le designó sucesor, y en este momento la responsabilidad del obispado está en manos de un dignatario de menor rango.

El obispo castrense requiere el visto bueno del gobierno argentino para ejercer en plenitud sus funciones, según el tratado vigente desde hace más de medio siglo y que ahora, al parecer, dejará de regir por voluntad del actual gobierno.

Si este anuncio se hace realidad quedará indiscutiblemente de lado el tantas veces mentado interés de la Casa de Gobierno por impulsar un acercamiento con Roma. Más allá de cualquier consideración de contenido religioso, en un país que sufre un importante grado de aislamiento internacional, como ocurre hoy por hoy con la Argentina, no parece lo más conveniente agregar otro diferendo bilateral a los numerosos ya existentes.

Será, desde el punto de vista de los intereses nacionales, un paso en la dirección incorrecta; y si en el orden local acaso no muchos terminen de comprender sus alcances, no debe dudarse de que éstos sí son adecuadamente valorados por la siempre influyente diplomacia vaticana.

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