Qué cosas diferencian y separan hoy al pensamiento ortodoxo del heterodoxo

La polémica entre los economistas arreció en estos últimos días y el tono de la discusión roza las descalificaciones de los unos y los otros. Los ortodoxos, en vez de defender sus puntos de vista con energía, insisten en que este Gobierno quiere instaurar un pensamiento único (¿será así, o sólo se defienden con fuerza?). Los heterodoxos también acusan y continúan pasando facturas. Insisten además en que la crisis se explica por lo ocurrido en los polémicos años noventa. No es fácil encontrar una posición equilibrada –que no sea un simple promedio de ambas posturas– porque aquí hay tanta discusión ideológica como teoría económica. Pero hay algunos temas centrales del club de la pelea que son los que generan más polémica y donde hay menos diferencias de lo que parece.

El tema cambiario es una de esas diferencias. El nivel de superávit primario es otra. La nueva política de ingresos (los aumentos salariales al sector privado y la misma forma de hacerlos) es el tercer tema. Por último, la pregunta del millón sobre cómo llegar al crecimiento genuino es el cuarto punto de vista polémico. En todo caso, la gran diferencias son las reformas estructurales, pero hasta en eso hay bastante acuerdo (terminar con los impuestos distorsivos, por ejemplo).

¿Se trata de diferencias irreconciliables entre argentinos, que hacen que unos se pongan junto a Roberto Lavagna y los otros muy cerca de Idea, Fiel y Compañía?

Respecto al tipo de cambio, a “dólar alto versus dólar bajo , hoy pocos dudan que la convertibilidad 1 x 1 era insostenible en un mundo en que todos los emergentes devaluaron, menos Hong Kong (y China, que es otra historia). En todo caso, la polémica ya estéril es que debiera haberse salido antes de 2001 y por las buenas. Pero eso ya no tiene remedio.

El dilema es que hoy la deuda pública en default será mucho más difícil de pagar a 3 pesos por dólar que a 2,40, y eso lo admiten todos, con lo que la diferencia es de unos sesenta centavos o quizá algo más por dólar y para el futuro. No parece demasiada diferencia, salvo qué viene primero, si volver al mundo o seguir lejos.

Respecto al superávit fiscal primario necesario, tampoco hay muchas diferencias: el argumento de Roberto Lavagna de que los ortodoxos se la pasan hablando de eso pero él ya araña 3 puntos del PIB sin hacer tanto ruido es un dato objetivo, pero también tienen razón quienes aseguran que en esta expansión el Gobierno debiera hacer un fondo anticrisis para los tiempos de vacas flacas. Ambas argumentaciones son correctas y entre un superávit de 4 puntos del PIB y uno de 3 puntos no hay un abismo, ni mucho menos.

En política de ingresos, se critica al Gobierno por un aumento salarial por decreto, pero hoy el centro del debate es que este aumento podría alimentar una economía negra que todos, unos y otros, critican y no es fácil derrotar. Todos quieren lo mismo (las empresas, obvio): más consumo y menos economía negra.

El último punto: cómo llegar al crecimiento. Para los heterodoxos vía un consumo pujante que, en algún momento, desate inversiones en los sectores que llegaron al tope. Para los ortodoxos, con señales pronegocios que generen deseos de invertir más, mucho más, en la Argentina. La respuesta es que ambas señales son necesarias para el crecimiento: más consumo y más inversión productiva.

Las diferencias no parecen irreconciliables. Por ahora, palabras como diálogo, tolerancia y pluralismo son las grandes perdedoras de esta Argentina pendular.



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