La renovación política necesita de reformas

El resultado del extenso calendario electoral de este año, que culminará el mes próximo, deja como resultado que a primera luz puede parecer contradictorio, pero que no lo es tanto. En primer lugar, las elecciones legislativas en las diferentes provincias consolidó la hegemonía política que muchos presagiaban para el peronismo. El partido al que pertenece el actual Gobierno tendrá un claro dominio en el Congreso a partir de la renovación legislativa del 10 de diciembre, ya que en la Cámara de Diputados contará con 131 legisladores –dos más de los 129 que exige el quórum–, mientras que en el Senado tendrá una bancada de al menos 38 legisladores –uno por encima del quórum–. Esos números le permitirán a la principal fuerza política del país tratar y aprobar leyes sin depender del acompañamiento de la oposición. Siempre y cuando, claro está, el bloque oficialista logre mantener la unidad necesaria para sustentar esa ventaja.

El otro aspecto esencial es que en la mayoría de los distritos donde se eligió gobernador fueron las cuestiones locales las que predominaron como factor principal de influencia en el voto. Eso impidió que el impulso de Néstor Kirchner en el gobierno nacional se tradujera en una corriente triunfadora para todos aquellos candidatos que eligiera como aliados, como sí lo logró, por ejemplo, en el caso de Aníbal Ibarra en la Capital Federal y de Carlos Rovira en Misiones. Las urnas le dieron la espalda el domingo en Mendoza, donde triunfó la UCR, y en La Pampa, donde ganó el candidato peronista que no pertenecía al kirchnerismo.

Ese escenario tiene entonces una doble lectura: ni Kirchner está en condiciones de plebiscitar su gestión en todos los distritos, ni los resultados adversos de sus candidatos pueden medirse linealmente como un voto contra la administración nacional. El armado del calendario electoral, con las elecciones de gobernadores separadas de la elección presidencial, favoreció la preeminencia de los liderazgos locales (al evitar el efecto arrastre), muchos de los cuales consiguieron mantenerse en el poder pese a su pertenencia a la llamada vieja política.

La hegemonía del peronismo en el Congreso, la fragmentación del voto que de todas formas coexiste, y la supervivencia de fuertes liderazgos provinciales, conforman entonces un desafío complejo para la transversalidad que pretende Kirchner (es decir, una alianza que exceda al PJ) y para las aspiraciones de renovación política que el propio Gobierno proclama y que la sociedad espera.

La realidad muestra que cualquier impulso de recambio político deberá convivir –como ocurrió en otras sociedades– con liderazgos más conservadores, y que el oxígeno institucional sólo podrá garantizarse si al actual escenario se le agregan las siempre prometidas reformas electorales y si se aplican las reglas de transparencia para el financiamiento de los partidos políticos. Pero, sobre todo, debe tenerse en cuenta que la movilidad política en las provincias será difícil mientras el crecimiento económico dependa exageradamente del empleo público.



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