La importancia de la industria

América latina y Asia oriental crecieron aproximadamente al mismo ritmo entre 1960 y 1973. Sin embargo, desde 1974 las tasas de crecimiento comenzaron a divergir fuertemente, y Asia oriental creció a una tasa que duplicó la media de América latina. El informe de la Unctad sobre el Comercio y el Desarrollo 2003, publicado el mes pasado, argumenta que las diferencias de crecimiento económico entre América latina y Asia tienen su explicación en los mayores niveles de inversión e industrialización de Asia frente a América latina. El informe también señala que lo realmente importante es el ahorro y la inversión nacional, tanto pública como privada. Desgraciadamente, en América latina se ha producido una caída regular y persistente de la tasa de inversión interna tanto pública como privada, y aunque en la década de los ’90 hubo incrementos importantes de inversión directa exterior, ésta se dirigió a las compras de empresas públicas y privadas, que no supusieron un aumento importante en la formación bruta de capital. En las economías del Asia oriental, en cambio, el patrón fue muy diferente, con fuertes inversiones de capital nacional en maquinaria, equipo y en construcción de obras de infraestructura.

El otro factor fundamental que explica el atraso de América latina con respecto a Asia es su menor industrialización. Es sabido que en las economías avanzadas el proceso de desindustrialización coincide con un aumento del peso de los servicios, que a su vez se debe, en buena medida, a actividades estrechamente relacionadas con las necesidades de la industria, es decir, el outsourcing. En América latina, en cambio, la desindustrialización prematura, que se viene produciendo desde la década de los ’80, se genera en un contexto de crecimiento lento y de terciarización desvinculada del sector industrial. Es por tanto un proceso de desindustrialización que no puede interpretarse como cambio favorable hacia un patrón de desarrollo más elevado.

La experiencia histórica muestra que para alcanzar un alto nivel de desarrollo es preciso que los países establezcan una base industrial interna amplia y robusta. Es más, no se conoce ningún país desarrollado de tamaño grande que no esté industrializado, de ahí que el

G-7 sea el grupo de países más importantes e industrializados del mundo. La industria se percibe como una señal de desarrollo, empleo, productividad y fortaleza. Precisamente por ello, el proceso desindustrializador por el que actualmente pasan los países desarrollados es fuente de preocupación y enciende claras luces de alarma.

La historia, sin embargo, nos revela que a medida que las economías maduran, la participación del sector industrial en la economía se estabiliza y, a la larga, empieza a disminuir. Mientras en los países del Sur el fomento y creación de la industria parece un paso necesario para el desarrollo, la misma política en los países del Norte no es otra cosa que una nueva ola de proteccionismo comercial. Y ese proteccionismo comercial perjudica a todos los países, especialmente a los del Sur, y representa además un duro golpe al ya deteriorado crecimiento del comercio global, que está sufriendo también las consecuencias de la desaceleración económica mundial. La defensa del libre comercio va mucho más allá de ser un mero ejercicio académico.

La gran competencia de países emergentes en producción de bienes industriales, basada en costos salariales más bajos, exige a los países industrializados un desplazamiento de su producción hacia actividades de alta tecnología. Donde los países ricos tienen ventajas es en la nueva revolución tecnológica, en la llamada economía del conocimiento, donde pueden generar mayor riqueza. En vez de proteger sus industrias a cualquier precio, países ricos como los europeos deberían apostar más por la investigación, la educación y el desarrollo de capital intelectual. Los pueblos más ricos del mundo sólo deben seguir produciendo acero, barcos, textiles, teléfonos móviles y automóviles si son competitivos. Lo que importa hoy es la ciencia y la tecnología, y las patentes que generamos que nos permiten vender conocimientos al resto del mundo.

No se trata de abandonar la industria, pero tampoco de defenderla a ultranza. Si estamos en la economía del conocimiento y no generamos conocimiento, mal vamos, porque el mundo está evolucionando desde una economía de producción de bienes hacia una verdadera economía del conocimiento.



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