La humillación de un tirano sanguinario

Las imágenes de video emitidas ayer valieron mucho más que la caída de cualquier estatua. Saddam Hussein, uno de los líderes más infames de los tiempos modernos, fue capturado en un sótano. Los iraquíes, traumatizados por décadas de guerra y tiranía, observaron una figura sucia y desalineada, la intimidatoria soberbia fue reemplazada por la mirada temerosa de un fugitivo capturado. El dictador, que fue arrestado sin que se disparara un solo tiro, fue humillado frente al pueblo iraquí.

La captura de Hussein pone fin a uno de los capítulos más horrorosos de la historia árabe, terminando con la grotesca postura de un asesino que se presentaba como la reencarnación de Saladin y Nebuchadnezzar. Ese video quebró el dominio psicológico que él mantenía sobre Irak. Definitivamente es un triunfo muy necesario para la autoridad de ocupación encabezada por Estados Unidos, pero por sobre todo es un enorme estímulo para los iraquíes, un pueblo culto y rico que el régimen de Saddam brutalizó y redujo a la miseria.

En los ocho meses posteriores al derrocamiento del régimen, las fuerzas de la ocupación enfrentaron ataques y atentados suicidas contra las tropas estadounidense y sus aliados. Inicialmente, Washington y la Autoridad Provisoria de la Coalición en Bagdad insistían en que esos ataques eran el último hurra de los desesperados intransigentes del régimen. Cuando empezaron a proliferar los atentados suicidas, culparon a los militantes pan-islámicos. Hace poco, algunos comandantes confesaron que no tenían un panorama claro sobre contra quién están peleando. Pero la tentación será sentir que el enemigo fue decapitado. Y caer en ese triunfalismo sería un error serio.

Algunos de los que están combatiendo contra EE.UU.

y sus aliados sin duda son miembros desplazados del régimen, pero hay mucha más gente con razones para odiar la ocupación. Ahora se reconoce que fue un error disolver el ejército en mayo, dejando 400.000 hombres armados y entrenados sin sueldo pero con rencor.

Si bien durante los últimos seis meses Saddam Hussein parece haber podido comunicarse periódicamente a través de las estaciones satelitales árabes, es probable que no haya podido coordinar todo desde su miserable escondite. Además, casi no hay nada que sugiera que la guerra de desgaste contra la ocupación sea un intento por restablecer a Hussein. El punto común de la rebelión es la defensa de los privilegios de los sunitas.

Mientras Washington, la autoridad y el consejo gobernante iraquí deciden qué forma debería tomar la transición, el principal peligro que enfrentan es caer en una lucha sectaria del tipo que destruyó a El Líbano en 1975-90, y arrastró a todos sus vecinos. Será extremadamente difícil el manejo de la transición para garantizar a los shiítas, sunitas y kurdos que todos creen en su legitimidad. Algunos dicen que hasta podría ser imposible. Pero la captura del tirano puede solamente ayudar, permitiendo que los iraquíes finalmente empiecen a creer en un futuro.



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