Implicancias económicas y políticas de la flexibilización del yuan

Por Luis Palma Cané, Economista

Es bien conocido el fenomenal proceso de crecimiento de China producido a partir de las reformas de mercado, introducidas por el entonces Primer Ministro Deng Xiao Ping hacia fines de la década del 70.

El modelo se basó en un fuerte y constante incremento de las exportaciones y de la inversión externa directa. Para ello, y merced a su sistema político de partido único y ausencia de sindicatos, fijó un costo de mano de obra extremadamente bajo -a la fecha de dos dólares/hora, contra dieciocho de EE.UU.- y un tipo de cambio fijo, artificialmente subvaluado. Como contrapartida, los paupérrimos salarios no permitieron desarrollar el consumo interno; el cual ¡nunca representó más del 35% de su PBI!

Por otra parte, la combinación de mano de obra barata y tipo de cambio subvaluado fue permanentemente objetado por sus “socios comerciales -especialmente EE UU, la Comunidad Europea y el resto de los países avanzados- los cuales vieron sus economías inundadas con productos chinos en “desleal competencia con la oferta doméstica, generando déficits comerciales y cierres de numerosas actividades. Sus presiones para que el tipo de cambio del yuan dejara de ser controlado y, en consecuencia, se revaluara fueron permanentes y en constante aumento.

Así las cosas, recién hacia mediados de 2005, la autoridades monetarias del Banco Popular de China -BPoC por sus siglas en inglés- cedieron a la presión y decidieron “flexibilizar la política cambiaria (¡la palabra “revaluar estaba prohibida!); lo cual permitiría iniciar un proceso de valorización de su moneda, el cual gradualmente iba a ir corrigiendo los fuertes desequilibrios externos ya mencionados. Sin embargo, en medio de la crisis global, en julio de 2008 nuevamente el BPoC decidió anclar el tipo de cambio; ahora en la paridad de 6,83 yuan/dólar, valor al cual había llegado a esa fecha. El argumento era muy simple: la crisis global, con la fuerte caída del comercio mundial, no le dejaba a China otra alternativa que dejar fijo su tipo de cambio aún subvaluado: de seguir valorizando su moneda, la consecuente caída de las exportaciones “hundiría su nivel de actividad.

A partir de allí, no hubo reunión bilateral o multilateral donde no se le reclamara a China que volviera nuevamente a flexibilizar su tipo de cambio: los superávits comerciales chinos provocaban nuevos y mayores desequilibrios externos. La respuesta era siempre la misma: China consideraba su paridad de 6.83 como “...razonable y necesaria para impedir una recesión interna de impredecibles consecuencias sociales

Finalmente, el sábado pasado, el BPoC anunció que se retornaba al anterior sistema de flexibilización: el yuan retomaría su sendero de revaluación.

Sin dejar de mencionar la oportunidad política del anuncio -realizado a una semana de la próxima reunión del G20 en Canadá- es indiscutible la enorme contribución que este cambio hará para aliviar los desequilibrios externos, consolidar la actual recuperación global y contribuir a reducir eventuales conflictos comerciales.

Sin embargo, y más allá de la significativa importancia de lo mencionado en el párrafo anterior, esta modificación de la estrategia cambiaria implica una decisión de política interna que -en el mediano y largo plazo-podría tener impactos cruciales para la situación geoestratégica mundial. En efecto, el permitir la revaluación del yuan - sumado a la quita de estímulos a la exportación para evitar el recalentamiento de la economía-indica claramente que cambia el “driver de su crecimiento: la demanda interna reemplazará a la exportación. Esta decisión no es casual sino que refleja un significativo reposicionamiento de China, con dos claros objetivos: reducir su dependencia externa y, simultáneamente, mejorar las condiciones de vida de su población; hoy, sin duda, mejor que hace 30 años, pero aún -en su gran mayoría- sumergida con salarios y condiciones de trabajo de miseria. Es claro, entonces, que a la revaluación del yuan, a la brevedad, le debieran seguir aumentos salariales que mejoraran el ingreso real de la población y, consecuentemente, aumentaran el consumo interno.

La jugada no es menor. La necesidad tiene cara de hereje: el objetivo de reducir la dependencia externa vía un significativo aumento de la demanda doméstica llevará, necesariamente, a incrementar los ingresos reales de los consumidores. A este respecto, la teoría y la experiencia indican que a una mejora en las condiciones de vida de la sociedad le siguen significativos incrementos de las demandas sociales y políticas; incluyendo mayores grados de libertad y de propiedad privada. Sin embargo, la satisfacción de estas demandas no podrá lograrse sino a través de un proceso de apertura democrática que flexibilice el régimen de partido único. De verificarse este escenario, sería de fundamental importancia para la estabilidad económica y política mundial que el mismo se llevara a cabo gradualmente y sin violencias de ningún tipo.

Noticias de tu interés