Ideologías y realidades en la discusión sobre política cambiaria e inflación

El tipo de cambio real se fija a través del equilibrio general de la economía. Según Lavagna, habrá una apreciación del 20% hasta 2006, aunque puede haber más inflación si hoy el dólar debe seguir a $ 3

Decían en el siglo XV que “el tipo de cambio es laberinto de las conciencias, abismo de la salud, guerra sin tregua y mar sin puerto . Esta verdad sigue en pie y por ello es saludable el renacer de la discusión sobre la política cambiaria, siempre que se encare sin los preconceptos ideológicos y mezquindades subyacentes que llevan, por ejemplo, a ignorar la fuerte desvalorización del dólar. Tanto la moneda depreciada como la apreciada tienen ventajas y desventajas. En el primer caso, la principal ventaja es su impacto potencial sobre las exportaciones. Si el país mantiene por mucho tiempo la depreciación, y la acompaña con políticas adecuadas, será más probable que crezcan las exportaciones. Lo propio cabe decir de la sustitución de importaciones, más aun con la economía abierta. En ambos casos hay dos etapas. Una es la actual, en la que la producción de bienes comercializables crece sobre la capacidad ya instalada. Otra, aún no alcanzada, es el aumento de la inversión en exportables y en sustitutos de importaciones. Está probado que, a la larga, las exportaciones dependen dos veces más de la inversión que del tipo de cambio. Es cierto que la moneda depreciada implica una alta relación precios/salarios –alto nivel de beneficios– que puede ayudar a atraer la inversión, tanto nacional como extranjera. Pero aquí están faltando mayor certidumbre y un mejor clima de inversión para competir exitosamente con otros países en la atracción de capitales de riesgo. En fin, una ventaja adicional de la política de tipo de cambio alto es moderar los ciclos de intensa apreciación cambiaria, que casi siempre terminan mal.

Entre las desventajas de la moneda depreciada sobresale su impacto negativo sobre la pobreza y la distribución del ingreso, dos efectos insólitamente negados ahora por los devaluacionistas o por quienes hablan sin más de una devaluación exitosa. Desde diciembre de 2001, el costo de la canasta básica alimentaria ha aumentado un 75%. Este ha sido un costo innecesariamente alto y resultante de una devaluación sin programa económico amortiguador. La situación puede empeorar en el futuro cercano, porque numerosos bienes son hoy mucho más exportables y sus precios están en aumento (frutas, miel, vinos, mañana carnes, por citar solo algunos). El deterioro de la distribución del ingreso es la otra cara de la alta relación precios/salarios. Las debilidades del sistema financiero y del mercado de capitales son por ahora imperfectamente reemplazadas por el autofinanciamiento originado en los elevados beneficios. Como en un círculo vicioso, el tipo de cambio alto determina que el mismo superávit fiscal en pesos compre menos dólares, dificultando así el acuerdo con los acreedores que es una condición importante para la normalización financiera del país.

Es bien sabido que el tipo de cambio real lo fija, a la larga, el equilibrio general de la economía y no las autoridades, que sí pueden actuar sobre el cambio nominal. Pero no es para nada irrelevante la trayectoria que se siga para converger al equilibrio del cambio real. Las estimaciones oficiales son de una apreciación del 20% en los próximos tres años, en buena media causada por un aumento transitorio de la inflación que será tanto mayor cuanto más se empeñen las autoridades en comprar todos los dólares necesarios para mantenerlo a $ 3. Este es un juego muy peligroso en un país con la historia inflacionaria de la Argentina y con evidentes retrasos salariales y de tarifas públicas. Subyace aquí la tensión entre Economía y el Central en torno al inflation targeting, aunque Ho y McCauley (BIS, 2003) han mostrado que casi todos los países que aplican esta regla no dejan de mirar con el otro ojo al tipo de cambio real, evitando por ejemplo excesivas apreciaciones.

La tendencia a la apreciación del peso es inevitable en tanto continúe disminuyendo la salida neta de capitales y se transforme luego en entrada, y ocurrirá aun reintroduciendo la inflación en la economía. Pero por las razones mencionadas opino que es mejor acompañar esta tendencia con una apreciación nominal del peso. La desventaja de esta política para exportadores y sustituidores de importaciones en el corto plazo podría más que compensarse mediante un cronograma cierto de eliminación de los impuestos distorsivos. Por otro lado, en ese contexto sería más probable lograr un acuerdo más rápido con los acreedores, sin subir la meta del 3% de superávit primario, lo que permitiría abaratar significativamente el costo del capital.



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