Gobernar o no gobernar, una cuestión

Considerada la gobernabilidad en un sentido restringido o schumpeteriano no es más que la capacidad de un régimen político para garantizar la eficacia del ejercicio de la autoridad, sin importar la consecuencia social y económica que el régimen tenga. En un sentido amplio, está íntimamente relacionado con el concepto de desarrollo y, particularmente, con el desarrollo del capital social. Es así como es necesario analizar la relación entre gobernabilidad y conflicto y gobernabilidad y economía.

No todo conflicto implica una crisis de gobernabilidad, por el contrario la gobernabilidad estará asegurada en la medida en que el sistema pueda acceder a generar, o propiciar distintas instancias de crecimiento y desarrollo mediante nuevas modalidades de articulación que surgen del mismo conflicto; en este sentido, el concepto de gobernabilidad se acerca al de entropía.

El desarrollo no es posible sin gobernabilidad, a la vez que la performance de la economía la afecta en forma directa. Es imposible pensar un sistema con gobernabilidad en economías de pobre desempeño, incapaces de asegurar un crecimiento sustentable y niveles de vida aceptables para la población.

Sin embargo, el crecimiento sustentable no es suficiente para asegurar la gobernabilidad; éste debe traducirse en una distribución del ingreso equitativa y en políticas sociales de amplia cobertura que impidan la fragmentación social.

El desarrollo del capital social requiere una sociedad civil que ejerza sus derechos, sin aceptar metodologías prebendarias y que participe en las decisiones del Estado a través de organizaciones confiables.

También es condición necesaria que el aparato político no subordine a las instituciones democráticas a su propia lógica. Por su parte, los actores económicos deben comprender los límites que imponen la responsabilidad moral y la equidad a la búsqueda del beneficio.

Uno de los principales problemas que deben enfrentar los países en desarrollo es la existencia de sociedades pretorianas. Según Huntington, una sociedad pretoriana se caracteriza por sus elevados niveles de complejidad y diferenciación y carencia de estabilidad institucional, los nuevos actores se movilizan sin una red de instituciones políticas capaces de articular sus demandas, a modo de ejemplo podemos citar el desarrollo del movimiento piquetero.

La mayoría de los países latinoamericanos conforman este tipo de sociedad, con una historia de alta inestabilidad institucional. A diferencia del caso de otros países, la transición en la Argentina no fue pactada, lo que, combinado con la más profunda y persistente crisis económica de nuestra historia, con un nivel de desempleo estructural elevado, una clase media pauperizada, polarización social creciente, disminución de la calidad de los servicios sociales básicos y un elevado nivel de inseguridad, implican un grave riesgo para nuestra, todavía, vulnerable democracia.

Sin duda, un camino de solución implica desarrollar instituciones que actúen como generadoras de un desarrollo sustentable e inclusivo. Cómo generarlas es el debate pendiente.

Conscientes de ello, en la Cumbre Europa-América Latina-Biarritz, realizada en noviembre de 2003 bajo el título América Latina: La Gobernabilidad Amenazada –de la que participé–, políticos y pensadores europeos y latinoamericanos reconocieron que la democracia, más allá de su invalorable aporte a la recuperación de los derechos civiles y políticos, no fue suficiente para asegurar el crecimiento y la inclusión social.

Plantean que el desafío para la región consiste en articular un Estado activo, un mercado transparente, democracia representativa y participativa con inclusión social y políticas de desarrollo humano. Temas que necesariamente deben incorporarse a la agenda de la gobernabilidad como forma de superar los graves problemas que hoy enfrenta la región.

El ejercicio de la gobernabilidad, en consecuencia, requiere decisión.

Como en la navegación la decisión puede enfrentarse a diferentes caminos, el de los pesimistas que se quejan del viento, el de los optimistas que esperan que cambie y finalmente el de los realistas que ajustan las velas.



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