LEJOS DEL TRIUNFO Y DE LA INJUSTICIA ES POSIBLE ANALIZAR MECANISMOS DE PODER QUE SE REPITEN EN EL PA S

El país adolescente, sin la Copa y sin el “me cortaron las piernas

Conozco el efecto Maradona desde cerca. En 1994, me tocó cubrir para la revista Noticias el Campeonato Mundial de Fútbol que se disputó en los Estados Unidos. En términos maradonianos, podría decir que lo vi casi todo. El regreso con gloria; el entrenamiento que lo llevó de gordito retirado otra vez a atleta mundialista; el llanto colectivo por el golazo a Grecia; el enorme partido ante Nigeria; la prensa internacional que nos consagraba campeones anticipadamente; la limousine de la esposa de Caniggia; la impotencia de Basile y la cara de piedra de Don Julio Grondona cuando nos dijo a todos los periodistas en un estadio de Dallas que Diego “había tomado un nastizol (sic) y lo vamos a parar un partido para que no nos descalifiquen del Mundial .

Después vino aquella historia repetida de la campaña antiargentina para quitarnos el lauro futbolístico titulada por el mejor autor de frases célebres de la Argentina reciente. “Me cortaron las piernas , resumió el gran Diego Armando, concepto que se repitió en la Argentina hasta el hartazgo, ratificando la habilidad discursiva del más hábil de los futbolistas argentinos. Alejados del duelo y la negación que se vivía en nuestro país, los periodistas argentinos en EE.UU. ya sabíamos que no habría escapatoria del caso de doping positivo que nos robó la fiesta.

Al final de aquella nueva tragedia nacional, compartí con otros dos periodistas una breve caminata con Grondona a través del parque del Babson College de Boston, el lugar donde se entrenaba la selección. Le preguntamos lo que todos queríamos saber: “¿Por qué no se controló a tiempo a Maradona? . Don Julio nos abrazó como si fuéramos sus amigos y nos respondió: “Nunca lo controlamos, pero la diferencia es que en el 86 salimos campeones .

Grondona había depositado su suerte en Maradona y le fue mal, lo mismo que acaba de suceder ahora. Lo designó director técnico, sabiendo de su falta de experiencia y temperamento volcánico, y confió en la magia de la improvisación, una virtud que rinde muy bien dentro de las canchas, pero que resulta insuficiente cuando se debe organizar y conducir un equipo de alta competencia.

No se trata de castigar a Maradona por el fracaso futbolístico. Marcelo Bielsa y José Pekerman, dos buenos entrenadores con fama de laboriosos, no obtuvieron mejores resultados. Pero es interesante analizar lo que sucedió en Sudáfrica para tratar de entender algunos mecanismos que se repiten en las batallas por el poder en la Argentina. Y es claro que el fútbol a escala planetaria es un escenario de poder.

El universo Maradona se mueve entre dos extremos incompatibles: el de la victoria absoluta (llamémosle “hasta la victoria siempre ). Y el de la derrota injusta, habitualmente provocada por fuerzas del mal que se unen para evitar nuestro destino de grandeza (llamémosle, como la frase de Diego, “nos cortaron las piernas ). Allí no hay otro término posible. Estamos condenados al cielo o al infierno y la opción intermedia no cuenta.

El problema de la goleada alemana que nos amargó el fin de semana es que nos cortó de cuajo la posibilidad de la victoria absoluta, pero que además no tiene ninguno de los componentes que nos hubiera permitido gritarle al mundo que “nos cortaron las piernas . A todos nuestros jugadores se les permitió jugar; no hubo fallos arbitrales discutibles y el score de 4 a 0 fue tan, pero tan contundente, que hasta lo inhibió a Maradona de inventar algunas de sus frases célebres, como hubiera sucedido tal vez si nos hubieran eliminado en el contexto de alguna situación polémica.

El dilema para el país adolescente, cuya suerte institucional siempre parece disputarse entre el cielo y el infierno, es encontrar tras el fracaso futbolístico un camino de rehabilitación más sencillo. Menos dependiente de la nostalgia maradoniana y que pueda deshacerse de dirigentes como Grondona, eternizados en el poder gracias a los acuerdos oscuros y a la consolidación de los mecanismos violentos personalizados en fenómenos inaceptables como el de los barrabravas financiados con fondos estatales.

Hace diez días, cuando todo era color de rosas, decíamos en El Cronista que la victoria de la Selección no iba a decretar la permanencia de los Kirchner y que la derrota del fútbol tampoco iba a ser una señal de decadencia para el Gobierno actual. Pero siempre conviene prestar atención a las lecciones cuando están al alcance de la mano.

Allí está Uruguay, que mañana disputará las semifinales. Entró al Mundial por la ventana; pero sostenido en la labor humilde de su experimentado entrenador, Washington Tabarez. Carece de estrellas de la estatura de Maradona o Messi y nadie se imagina a su austero presidente, Pepe Mujica, haciendo uso político de tan buenos e inesperados resultados. El sendero del trabajo, de la sensatez y de los proyectos a largo plazo quizá sea el mejor ejemplo que la Argentina pueda tomar de este maravilloso juego.

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