El camino abierto tras la captura de Saddam

La captura de Saddam Hussein, un éxito obtenido por las fuerzas de inteligencia y militares de la coalición en Irak, representa un punto de cambio en el proceso de Medio Oriente, desde que se desató el ataque a Bagdad. Es la primera captura de uno de los líderes señalados por el gobierno de los Estados Unidos como integrantes del “eje del mal del terrorismo internacional desde el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el fatídico 11 de septiembre de 2001. El otro líder es Osama Bin Laden, de cuyo paradero no se tiene idea, al menos pública.

Aunque la resistencia contra las fuerzas de la coalición sigue en pie en Irak, está claro que la detención de Saddam –un dictador que no terminó su carrera con una batalla heroica, como había prometido, sino refugiado en un pozo y capturado sin posibilidad de defensa– representa una señal de triunfo para la política de mano dura impulsada principalmente por George W. Bush. Sin embargo, no está claro todavía que este punto de cambio allane el camino a un proceso de reconstrucción definitiva de Irak.

Una batalla está ganada: la captura del ya ex dictador, que condujo a su país al terror, el sufrimiento y la pobreza, responsable de torturas, asesinatos y guerras de agresión durante décadas –aunque no hasta el momento de la tenencia de armas de destrucción masiva por las que EE.UU. justificó el inicio de los ataques– es un mensaje contundente para todas las organizaciones terroristas, con Al Qaeda a la cabeza. Así también para aquellos que los cobijan, atentando contra la paz y la estabilidad mundial.

La resistencia iraquí al avance de la democratización del país se mantendrá firme en el corto plazo, y así lo han entendido los mercados. Pero significa un fuerte revés anímico para las fuerzas que aún resisten –leales o no a Saddam–, para quienes ven frustrada cualquier perspectiva de regreso del dictador, y de paso acaba con los temores que albergaban muchos ciudadanos iraquíes sobre la vuelta del anterior régimen. Además, los atentados, los desafíos terroristas , han supuesto un evidente freno psicológico para los mercados bursátiles.

El modo en que se resolverá el enjuiciamiento de Hussein –es decir, si será juzgado por un tribunal internacional o por una corte iraquí– será el primer paso clave para determinar la reconstrucción. Un procedimiento consensuado y creíble será la mejor señal de estabilidad y seguridad. La comunidad internacional tiene ahora la oportunidad de colaborar en el proceso de democratización y de recuperación del pueblo iraquí, dejando de lado los unilateralismos y fortaleciendo el papel y el funcionamiento de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

El logro de un Irak encaminado hacia la libertad, el desarrollo económico y dignidad de su pueblo, castigado hasta el extremo por la sucesión de conflictos, sería la señal más contundente para las naciones de esa conflictiva región y del resto del mundo de que el terrorismo, sea cual fuere su bandera, está lejos de ser una vía de salvación.



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