Definiciones ideológicas de la suerte

La variable de la ‘fortuna’ se está difundiendo entre los análisis económicos. El contexto internacional debe ser tenido en cuenta, pero sin seleccionar los hechos con un sesgo ideológico

Mientras se amplía el consenso acerca de que la economía argentina ha ingresado en una etapa de crecimiento, se ha puesto de moda afirmar que el elemento determinante de esta dinámica es... la suerte. Se denomina suerte a la combinación de un alto precio de la soja con una baja tasa de interés internacional y se argumenta que estos factores le están dando al país una oportunidad que no es seguro el Gobierno sepa aprovechar. La suerte es un ingrediente nuevo en

los diagnósticos de muchos de nuestros economistas.

Llamativamente, no se habló de suerte (buena) en 1997, cuando el precio de la soja estaba más alto que en la actualidad y, en cambio, se atribuía la recuperación post-tequila a “la determinación oficial para avanzar con las reformas estructurales ; tampoco se habló de suerte (mala), cuando después del Plan Austral el precio de la soja –y el de todos los bienes primarios que exportaba Argentina– alcanzó un mínimo histórico al mismo tiempo que las tasas de interés se mantenían persistentemente elevadas.

Introducir los caprichosos avatares del mundo en el análisis económico no sólo es lícito sino que es necesario en un país pequeño y vulnerable como Argentina, pero a condición de que no se seleccionen los eventos del contexto internacional con un sesgo ideológico.

Una ilustración de este sesgo es el de nuestra supuesta suerte comercial. Es cierto que Argentina percibe hoy muy buenos precios de su principal cultivo de exportación, pero la contracara es que ello ha venido ocurriendo simultáneamente con una recesión brasileña que ha afectado las ventas externas del país, sobre todo en productos que no es fácil desviar hacia destinos alternativos. ¿Qué vale más, la buena suerte soja o la mala suerte Brasil?.

Si evitamos confinar nuestro examen a una coyuntura demasiado breve y demasiado volátil, aprenderemos algo nuevo: entre 1998 y 2003 –como lo hemos señalado en un trabajo con Osvaldo Kacef– las exportaciones del complejo sojero se incrementaron en 2.400 millones de dólares, exactamente la misma cifra en que cayeron las exportaciones a Brasil. Y si bien es cierto que el cómputo de la mala suerte Brasil debería acotarse a aquellos productos industriales que no es posible colocar en otros mercados, también lo es que la buena suerte soja, tal como la hemos medido, conlleva un elemento que nada tiene que ver con la fortuna : el aumento de nuestra producción. Parece, pues, que si hacemos las cuentas bien, la mala suerte más que compensa a la buena.

Más complejo es el análisis de nuestra suerte financiera. La tasa de interés a seis meses en dólares es la más baja de los últimos 45 años y sería una necedad negar que va a subir. Pero , ¿cuándo va a subir?, ¿cuánto va a subir?, ¿cómo nos va a afectar esa suba?. A juzgar por las intervenciones públicas de Ben Bernanke, gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos y uno de los expertos más prestigiosos en teoría monetaria, no va a ser pronto ni va a ser mucho. Bernanke –y la mayoría de sus colegas– cree que la recuperación de la economía norteamericana está fundada en los incrementos de productividad y que por lo tanto no va a haber una reducción sustantiva del desempleo. En ese contexto, el riesgo que preocupa a quienes así piensan es el de un proceso dañino de deflación y no el del retorno de la inflación. La recomendación consecuente es el mantenimiento de una política monetaria laxa.

Bernanke puede estar equivocado o puede cambiar pronto de opinión. En cualquier caso lo que importa es el tercer interrogante: ¿cuál sería la suerte financiera de Argentina si la tasa de interés aumenta? No será un lecho de rosas, pero tampoco configurará un cuadro dramático. En primer lugar, porque si la tasa se incrementa será como respuesta a una expansión económica de la que nos beneficiaremos comercialmente; en segundo lugar, porque de la reestructuración de la deuda vieja y en default la Argentina emergerá con una deuda nueva a tasas fijas; en tercer lugar, porque la indefectible apreciación cambiaria real compensará parcialmente el efecto fiscal nocivo sobre aquella parte de la deuda que quede a tasa variable.

En síntesis, ni la situación comercial es tan afortunada como suele presentársela, ni aparece en el horizonte una tormenta financiera. En el escenario más probable que tenemos por delante hay margen para que la economía siga creciendo y para que se completen las condiciones para que este crecimiento sea sostenido en el tiempo.



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