Mansiones con alcurnia trocadas en restaurantes

Comer en palacios

Tres nuevas propuestas que intentan romper con las actuales modas de espacios minimalistas. Edificios palaciegos donde la gastronomía invita a viajar en busca del tiempo perdido

En la Argentina, entre 1880 y 1930, las familias pudientes vivían en petits hoteles, construcciones magníficas de estilo arquitectónico clásico francés, donde la piedra París, los techos de pizarra, las verjas de hierro forjado, las grandes entradas, la opulencia y los enormes salones evocaban el ambiente sofisticado de la Ciudad Luz. Mármoles de Carrara, bronces, mobiliarios y esculturas traídas de Europa poblaban estas residencias fastuosas, hoy convertidas en museos, embajadas, clubes, tiendas de moda e, incluso, restaurantes. Y, si bien hay grandes construcciones en todos los barrios capitalinos, estos emprendimientos de la belle epoque, inspirados en la arquitectura barroca del siglo XVIII y el neoclasicismo del siglo XIX, se aglutinan en la zona de Recoleta. Allí, precisamente, acaban de reabrir tres grandes clásicos de la gastronomía porteña.



El tiempo reencontrado

La casa data de 1920 y allí habitó la familia Riglos. Au Bec Fin, un restaurante que siempre mantuvo su nivel de calidad, funcionó allí hasta hace un par de años. Ahora, reabrió y reanudó su oferta con su famosa cocina de prosapia francesa clásica, a la que se han añadido ciertos toques de modernidad. Comer en los ámbitos de esta casa forma parte de una experiencia única. La boisserie, las arañas de cristal de Baccarat, el hogar que domina el salón comedor, la escalera de maderas oscuras y hasta el pequeño ascensor, todo nos remite a un ámbito proustiano y finisecular. Como el bar, con sus muros adamascados y sus divanes, donde podemos degustar desde el happy hour del atardecer hasta el novedoso Café de Paloma, ubicado justo frente a la entrada. En El Café de Paloma es posible tomar el desayuno ($ 8), merendar (de $ 7 a $ 18) o comer a cualquier hora del día (sandwichs abiertos, de miga o tostados, desde $ 1,50 a $ 14). También hay tartas, tortas, budines y canapés. Otro tema es la cocina: hay un menú del mediodía con entradas frías o calientes, pastas o carnes y postres a elección que incluye una bebida, por $ 17. De la carta, entre las entradas es ideal la ensalada de rúcula con manzana y brie en pan de campo ($ 10). El salmón grillé con alcaparras, aceitunas negras, tomate y albahaca, bien estilo provenzal ($ 12) y, como postre, la torta de chocolate, salsa de menta y crema, es deliciosa ($ 9). Una comida completa con un syrah de Familia Zuccardi, ronda los $ 55.

Au Bec Fin

Vicente L

ópez 1827

Tel: 4805-0861



El lujo del Orient Express

Es un petit hotel reciclado para adecuarlo a las necesidades de un monumental templo de la gastronomía criolla, un ícono del baby beef que durante más de 60 años reinó en la calle Entre Ríos, casi esquina Belgrano: La Cabaña. La historia es así: Jems Sherwod, propietario del Orient Express y la cadena hotelera que lleva el mismo nombre, adoraba comer en La Cabaña, cada vez que visitaba Buenos Aires por negocios. Cuando en 1996 el restaurante cerró, compró todos los enseres y los guardó a la espera de tiempos mejores. Y, llegado el momento, La Cabaña reabrió sus puertas. La suntuosidad palaciega del lugar está curiosamente marcada por la presencia de un ambiente campero. El cuero, que tapiza muros, sillas y, hasta aparece en los cortinados, junto con el hierro forjado, la plata y la madera generan una extraña suntuosidad. Las fotos de antiguos campeones, el patio vidriado, la terraza y los tres salones privados entre los que se destaca el Salta, por la armonía de su concepción hasta los originales de Molina Campos, todo es un derroche de lujo. Y, desde ya, las carnes autóctonas, que van desde la entraña ($ 22) al ostentoso Gran Baby Beef de un kilo cien ($ 72). Entre los postres sobresalen el huevo quimbo con sorbete monacal y el tradicional rogel (mil hojas con dulce de leche) ($ 13). Al mediodía, un menú de entrada, plato, postre, café y petit fours, copa de vino, agua), sale $ 50. Con los platos de la carta y un San Pedro de Yacochuya o un Marcus Gran Reserva Merlot, hay que prever un promedio de $ 80 por persona.

La Cabaña

Rodríguez Peña 1967

Tel: 4814-0001



El Club Francés

En 1874, el coronel Boer, un veterano de la Campaña del Desierto, adquirió una mansión de clásico estilo francés. Allí, y desde 1941, la casa con sus bronces, sus bacantes y sus gobelinos del siglo XIX pasó a pertenecer al Club Francés. Con los años llegó la decadencia y, finalmente, el cierre. Ahora, de la mano de Juan Portela, el restó del Francés reabrió sus puertas. La comida, de un estilo bistrot aunque más refinado, abunda en clasicismos. Conviene probar el hojaldre con espárragos ($ 8), como plato principal el pollo al gratín con queso de cabra y romero ($ 16) y, como final, la tarte Tatin –pero sin mancillarla con helado– ($ 9). Tienen buenos vinos, como el Trapiche Malbec Roble ($ 29) o el chardonnay de Nieto Senetiner ($ 19). Al mediodía, un almuerzo: plato principal con copa de vino y postre

($ 16). El menú a la carta ronda los $ 50.

Le Coq Bleu

Rodríguez Peña 1832

Tel: 4394-4075



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