

Es bueno reiterarlo en estos días agitados: el incremento de la delincuencia, el aumento de los niveles de inseguridad, no son fenómenos vernáculos, sino que responden a un patrón de conducta mundial que a escala global pone en evidencia el avance del crimen organizado.
Es por ello que deben ser enfrentados con decisiones y políticas que calibren el fenómeno en su justa dimensión y que combinen las experiencias “de afuera con las particularidades “de adentro .
Los sucesos del Parque Indoamericano nos han vuelto a encerrar en la antinomia del garantismo y la mano dura. Estas posiciones irreductibles, además de exhibir de manera impúdica un maniqueísmo anacrónico, son fruto de un mismo pecado original: identifican pobreza con delincuencia.
Y así con más asistencia social a secas por un lado o más represión al pobre desde el otro, es que se piensa que el problema se resuelve mágicamenteà Pero la verdad de la realidad de la última semana nos ha dado una cachetada que nos tiene que hacer reaccionar y salir del encierro ideológico. Convengamos que si seguimos así, por un lado o por el otro, las soluciones no llegarán nunca.
Observemos objetivamente nuestra realidad, en los últimos seis años América Latina, y nuestro país en particular, han crecido sostenidamente en el plano económico, y en la Argentina una porción cada vez más significativa del Presupuesto se destina a ampliar la base de beneficiarios de diversos planes de asistencia social. Pero, aun en este contexto, el flagelo de la delincuencia no sólo no ha retrocedido sino que avanza.
Lo cierto es que -como lo demuestran las estadísticas-, no puede afirmarse que la pobreza por sí misma genera delincuencia: no existe correlación entre las necesidades básicas insatisfechas y el nivel de delito, pese a tantos que afirman lo contrario.
Lo que hay, digámoslo con todas las letras, es un accionar del crimen organizado que usa a la pobreza como escudo para dominar territorios donde elude el control del estado. Los asentamientos urbanos irregulares son hoy unidades de producción donde los pobres son rehenes de organizaciones que los explotan para su propio beneficio.
La verdadera causalidad del fenómeno delictivo hay que buscarla en la falta de una política que, reconociendo esta realidad, focalice su accionar en la desarticulación de estas organizaciones. Así, la ausencia notoria del Estado donde debe tener activa presencia, hace que la inseguridad se reproduzca al todo social desde aquellos lugares donde el poder público le cede el espacio al poder paralelo del narcotráfico.
Lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo: los argentinos en su gran mayoría incorporaron en el imaginario colectivo, rémora de nuestro pasado dictatorial, la “zoncera de que “autoridad es sinónimo de “autoritarismo .
Y así se fue abriendo paso la “feudalización del Estado. Se permitió, por no decir se consensuó, que el Estado, atomizado, se hiciera cargo del reclamo de las minorías y perdiera la noción de cumplir con las legítimas demandas del conjunto.
Al negar la realidad de la criminalidad actual, ignorando sus raíces en el crimen organizado, los pensadores que se autodenominan progresistas no conciben que la inseguridad castiga mucho mas a los humildes en cuyo hábitat se enquista el narcotráfico. Siguen viendo a quienes cometen delitos como la resultante de una sociedad injusta, cuando en realidad son esclavos de un poder paralelo que busca multiplicarlos para ampliar su poder.
La lucha contra el delito no supone una violación ni un recorte de las garantías individuales si aquello que se reprime es su causalidad (el narcotráfico) y se respetan los derechos de los pobres que son usados para sus propósitos.
En el estado de derecho existen todos los instrumentos y mecanismos necesarios para manejar con inteligencia esta situación, separando la paja del trigo.
En fin, el repliegue del Estado ha traído como consecuencia la aparición de un nuevo orden alternativo que con su propagación genera una cultura propia de la marginalidad, donde la noción de futuro se desvanece. Y al no existir un futuro donde referenciar expectativas, el presente pierde sentido y así la vida misma, propia y ajena, carece de valor.
Matar o morir son apenas dos sucedáneos más de una linealidad temporal sin vocación y sin conciencia, donde el sentido eternal de la muerte y con él, el de la vida, se esfuman en los aires de la ausencia de significado.
La tres víctimas del Parque Indoamericano no son sino un lacerante tributo al nihilismo que envuelve a una cultura marginal signada por los intereses del narcotráfico.
Ante esto, la respuesta de la gente toma matices insolidarios. Todos intentando que “el otro , innominado, no penetre en el intimo reducto donde la supuesta seguridad se refugia.
Reaccionemos. Hay otro futuro porque la gente lo está reclamando.