

Asistimos en estos días a una constante persecución por parte del gobierno y sus voceros contra el periodismo y los medios de comunicación en los que éstos trabajan. Las medidas adoptadas contra Papel Prensa y Fibertel son una muestra elocuente de ello. Se olvidan quienes ejercen dicha presión que la forma republicana de gobierno implica, entre otras cosas, la alternancia en el poder y la posibilidad de expresarse libremente sin censura ni amenazas. El primero de estos dos aspectos suele ser olvidado por aquellos que, habiendo logrado mayorías circunstanciales, han podido acceder al poder y lo ejercen como si el mandato que les confirió la ciudadanía fuera a durar en forma indefinida. Por este motivo se ven tentados a actuar como déspotas contra aquellos que se animan a hacer críticas abiertas a su gestión y a sus proyectos, descalificándolos o acallando sus voces cada vez que se escribe o se dice algo que no les agrada. Se olvidan que fue, precisamente, la libertad de expresión y las críticas al gobierno de turno lo que les permitió acceder al poder democráticamente, cuando (los que ahora ejercen el gobierno) eran minoría. Las críticas a sus gobiernos no les permiten ver que las mayorías son temporales y que las minorías y las mayorías mutan mucho más rápido de lo que uno suele creer. Para ello, basta echar una mirada a la historia reciente de los países donde se realizan elecciones periódicas en un sistema republicano para apreciar que la alternancia en el poder es la regla y que, en consecuencia, los que hoy son mayoría podrán ser minoría en el futuro y necesitarán de esa libertad de expresión para marcar lo que se está haciendo mal para así lograr el apoyo de nuevas mayorías que les permitan retornar al gobierno.
Pero más allá de tomar la libertad de expresión como un mero elemento utilitarista que permite a los políticos dar a conocer sus ideas para llegar al electorado que decide quién ejercerá el poder, el concepto de libertad de expresión es mucho más rico y complejo. El mismo encierra una de las claves del progreso de la humanidad, ya que en aquellas naciones donde el mismo fue más respetado y defendido se ha conseguido un mayor respeto por los derechos individuales de las personas como ser los de la vida, la propiedad y la libertad. En este sentido son contundentes los argumentos que esbozó John Suart Mill sobre el asunto en su obra “Sobre la Libertad publicada en 1859. La claridad de su razonamiento amerita un par de breves citas sobre el tema. Mill sostenía que “si toda la humanidad, menos una persona, fuera de una misma opinión, y esta persona fuera de opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase como ella misma [la persona en cuestión] lo sería si teniendo poder bastante impidiera que hablara la humanidad... [ya que] si la opinión es verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; y si es errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error .
En este sentido, los que callan a las voces disidentes pierden la oportunidad de acercarse al conocimiento de la verdad, porque piensan que ellos mismos son los únicos detentadores de la misma. Mill sostuvo que “negarse a oír una opinión, porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Toda negativa a una discusión implica una presunción de infalibilidad . Lamentablemente, esto último parecería ser la idea que predomina en nuestro país en las actuales circunstancias. La soberbia del poder, conseguido con mayorías circunstanciales y perentorias, suele confundir a los gobernantes que creen que “sus verdades absolutas durarán por siempre sin poder apreciar que en un futuro no muy lejano serán ellos mismos los que estarán clamando por sus derechos a expresarse libremente.