

Lo primero que es necesario saber sobre la distribución del ingreso es que hay al menos dos formas de medirla: por el reparto entre capital y trabajo o por la relación de ingresos entre ricos y pobres. Lo segundo, es que ninguna de las dos puede saberse con exactitud en la Argentina debido a la manipulación de las estadísticas oficiales y a la intervención oficial en el Indec.
Desde comienzos de 2007, cuando se aceleró la inflación y golpeó con fuerza a los que menos tienen, el instituto de estadísticas dejó de publicar datos oficiales sobre la distribución del ingreso. De cualquier manera, los analistas coinciden en que el reparto entre la cúspide de la pirámide social y la base no mejoró. El 10% más rico de la población gana más de 30 veces la suma de ingresos del 10% más pobre. Un resultado que ni siquiera representa una mejora respecto al promedio de la década de los ‘90. Sí lo es, en cambio, cuando se lo compara frente al máximo de desigualdad del año 2002, cuando la diferencia llegó a 42 veces como consecuencia de la abrupta devaluación.
En tanto el factor trabajo concentra cerca del 40% de los ingresos totales, todavía por debajo del famoso “cincuenta y cincuenta , conseguido por los asalariados sólo a mediados del siglo pasado, durante el régimen peronista.
Pero más allá de la radiografía actual del reparto de la riqueza, el debate de la distribución está ligado a la creencia en la teoría del derrame. La cuestión podría resumirse de la siguiente manera: ¿crecer para distribuir o distribuir para crecer? En este caso, el orden de los factores altera el producto. Por un lado están quienes aseguran que sin crecimiento económico sólo puede distribuirse la pobreza, y que aumentar la torta debiera ser la prioridad. Del otro lado del ring, se ubican quienes aseguran que la concentración económica sólo genera un mercado más chico, menor demanda, menos consumo y producción en el largo plazo.
Desde la ruptura del régimen de convertibilidad, el Producto Bruto de la Argentina (PBI) creció 45%, se crearon 1,2 millones de empleos y se incorporaron 2 millones de nuevos jubilados. Sin embargo, la distribución del ingreso no mejoró. No debe de extrañar: el principal mecanismo para distribuir la riqueza es a través del sistema tributario y, más allá de la suba y baja de las retenciones y otros cambios menores, la estructura impositiva prácticamente no se modificó en la era K.
Otra manera de medir la pobreza es a través del coeficiente de Gini, un indicador entre cero y uno, y que indica mayor desigualdad cuando más cerca se esté de uno. Con un coeficiente de Gini de 0,52 la Argentina aún está lejos de los países con peor desempeño de la región, Brasil y Chile, justamente las dos economías que se suelen tomar como modelo por su crecimiento acompañado con estabilidad de precios. Los más equitativos son Uruguay, Costa Rica y Cuba, aunque se puede ser igualmente pobre o igualmente rico.
Los especialistas proponen diversas recetas para mejorar la distribución del ingreso, como garantizar la igualdad de oportunidades, de acceso a la educación y a la salud, y la de fomentar el progreso en base al mérito en las instituciones. Pero, por sobre todas las cosas, es necesario conocer el punto de partida y tener una radiografía lo más exacta posible de la situación social.
Esta semana, en el Congreso anual de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA), una usina de pensamiento económico vinculada al Gobierno, Martha Novick, Subsecretaria de Programación Técnica y Estudios Laborales, aseguró que “la distribución del ingreso es difícil de medir y que “el Gobierno es responsable y víctima de lo que ocurre en el Indec . A confesión de parte, relevo de prueba. z we