Preocupadas llamadas telefónicas entre Washington y Berlín. Creciente frustración con el presidente afgano, Hamid Karzai. Profunda incertidumbre sobre si Estados Unidos cuenta con el tiempo y las tropas necesarias para producir un vuelco definitivo. Bienvenidos a la guerra de Barack Obama.

Este fin de semana el presidente estadounidense leerá un informe militar sobre Afganistán que prepara el camino para un pedido de aumentar recursos, justo cuando las malas noticias desde el frente amenazan con cuestionar la estrategia total.

A medida que Obama lea las páginas escritas por el general Stanley McChrystal, comandante de las tropas de EE.UU. y la OTAN en Afganistán, necesitará todo su sentido de la ironía, ya que tras los problemas que enfrenta su administración hay tres dolorosas paradojas.

La primera es que Alemania, el país más pacifista de la OTAN y el más preocupado por las víctimas civiles, se encontró trenzado en una disputa con el comando militar sobre las bajas que causó entre civiles.

Después que el coronel alemán Georg Klein pidiera un ataque aéreo contra dos camiones cisterna en manos de los talibanes, el general McChrystal rápidamente pidió disculpas por las muertes civiles resultantes y su vocero censuró al comando germano. En cierta forma esto era esperable: McChrystal puso como centro de su nueva estrategia mejorar la suerte de los afganos y, al esforzarse por mostrar remordimiento, los militares estadounidenses evitaron en parte la indignación afgana que acompañó otras veces este tipo de incidentes.

Pero en Washington las prioridades son otras. El gobierno quiere mantener unida la coalición internacional y ha dado marcha atrás en las críticas a Berlín, ya que lo último que quiere es desestabilizar a la canciller Angela Merkel justo antes de las elecciones alemanas, de modo que el Pentágono dijo que Alemania actuó “con las mejores intenciones .

La segunda paradoja es que EE.UU. subrayó la importancia de las elecciones afganas –Obama las llamó el acontecimiento más importante de este año en ese país– pero los comicios han terminado recordando los fraudes de la carrera presidencial en Irán. Ahora Washington inició un ejercicio para limitar los daños que involucra rogarle a Karzai que no declare la victoria, alistarse para hacer lobby por un gobierno que incluya a figuras de la oposición y concentrarse en temas básicos para la población afgana, como luchar contra la corrupción.

Todo esto está muy bien, pero las elecciones han profundizado las sospechas mutuas entre Karzai y Occidente, y entre el palacio presidencial y los afganos, lo que hace más difícil librar la guerra.

Finalmente está el mayor dilema de todos. El gobierno de Obama se enorgullece de aprender de los errores de sus predecesores pero corre el riesgo de adoptar, simultáneamente, objetivos ambiciosos y medidas a medias, al estilo de George W. Bush. Se espera que McChrystal presente a la administración una serie de opciones para incrementar los recursos. Sin embargo, se dice en Washington que los asesores políticos de Obama –principalmente Rahm Emanuel, su influyente Jefe de Gabinete– advirtieron al presidente que no debería gastar demasiado capital político en asuntos exteriores, cuando lo necesita todo para la reforma del sistema de salud.

De ahí que se estime que Obama decidirá enviar entre 10.000 y 20.000 efectivos, y revisará el progreso logrado en cerca de un año, con lo que podría diferir la decisión. Pero tanto los que defienden la guerra como los que la critican alertan que si quiere lograr sus metas en Afganistán tiene que comprometerse a fondo y mostrar paciencia estratégica.