

Una semana de WikiLeaks dejó una serie de imágenes memorables en su estela.
Vladimir Putin y Dmitry Medvedev, el tándem primer ministro/presidente que dirige a Rusia, son pintados como Batman y Robin. El rey Abdullah de Arabia Saudita supuestamente pidió un ataque a Irán para “cortar la cabeza de la serpiente . Una cansada embajada estadounidense en Roma se quejaba de una “andanada de berlusconismos cuando el primer ministro italiano defiende a su amigo Putin con demasiado ardor.
Pero el impacto de más largo plazo de lo que sería la mayor filtración del mundo (de unos 251.287 documentos) está menos claro. El mismo WikiLeaks ha publicado sólo una mínima proporción de ese total. Como el grupo resaltó en una petición de fondos para acelerar sus esfuerzos: “a un cable por hora, WikiLeaks demorará 28,6 años en difundirlos todos .
Además, a ese paso, muchos de los cables habrán sido desclasificados mucho antes de que WikiLeaks logre difundirlos. Una consecuencia de este “goteo de información es la exageración y distorsión de algunas aseveraciones, como el rumor filtrado a través de un vice ministro surcoreano de Relaciones Exteriores en cuanto a que China podría aceptar una Corea unida.
Por otra parte, la difusión del enorme archivo dio al mundo una visión sin paralelos de los tratos de Estados Unidos con sus aliados y socios. “Ha hecho daño , lamentó William Burns, el principal diplomático profesional de Estados Unidos, quien como embajador ante Moscú supervisó el envío de muchos de los cables ahora filtrados sobre Putin. “La confidencialidad de las conversaciones es crucial para lo que hacemos como diplomáticos, así como lo es para periodistas, médicos, abogados y otros , agregó Burns.
Julian Assange, fundador de WikiLeaks, con frecuencia dice que lucha por la apertura y transparencia. Pero en EE.UU., la filtración ha galvanizado el apoyo por más, y no menos, control sobre la información oficial. A los empleados federales hasta se les ha dicho que no bajen los cables de WikiLeaks. La nueva dirigencia republicana de la Cámara de Representantes ya le pidió a la secretaria de Estado Hillary Clinton que testificara sobre cómo endurecerá los controles.
Por último, está el impacto sobre la imagen de EE.UU. en todo el mundo. Un cable del departamento de Estado delineaba nuevas normas para la inteligencia y parecía pedir a los diplomáticos estadounidenses que reunieran información sobre sus contrapartes, hasta el detalle de sus números de pasajero frecuente y tarjetas de crédito. El cable en cuestión no ha sido explicado por completo ni defendido. Fuera de eso, hay escasa evidencia de triquiñuelas estadounidenses o de una agenda muy distinta a la presentada públicamente. Sobre Irán, los diplomáticos examinan alternativas a la acción militar. Sobre Rusia, buscan cooperación con un socio en el que no confían plenamente. Los mismos cables a veces parecen reliquias de una era pasada: resúmenes informales de la prensa y rumores locales. Tales comunicaciones no deben confundirse con la información más valiosa reunida por el programa de inteligencia nacional –de u$s 53.000 millones– de EE.UU. La respuesta pública al archivo de WikiLeaks podría parecerse a lo que dicen algunas autoridades estadounidenses cuando leen los informes de inteligencia tras asumir su cargo: “Dios mío, ¿esto es lo mejor que tenemos?