Parece una historia con final feliz. Hace dieciocho meses, Hillary Clinton y Barack Obama se atacaban públicamente en la batalla por llegar a la Casa Blanca. Pero, tras la inspirada decisión de Obama de elegir a su antigua rival para ocupar el principal puesto del área de relaciones exteriores de Estados Unidos, ambos se convirtieron en un equipo y Hillary se transformó en el activo más formidable de esta administración.

La única dificultad es que no hay garantías de que la historia terminará con un tono optimista.

Ahora Clinton y Obama están inundados de problemas en el frente internacional y la secretaria de Estado tiene que lidiar con una Casa Blanca dominante y con su propia tendencia a expresar verdades inconvenientes.

Dicho esto, hay que señalar que hubo menos sobresaltos de lo que nadie lo hubiera imaginado posible después de los malhumorados enfrentamientos en la campaña de las elecciones primarias.

Hasta no hace mucho tiempo a Hillary se la veía como a una figura que causaba disenso y a la que muchos estadounidenses simplemente no podían soportar. En la actualidad, su estilo duro e infatigable, y su capacidad para conocer a fondo los temas de su área, la han hecho popular, y tiene altos niveles de aceptación. En una encuesta realizada este mes, 67% de los estadounidenses dijo que estaba capacitada para ser presidenta, aunque al mismo tiempo se publicó un muy halagador perfil de ella en una revista como Vogue.

No es sorprendente que estuviera en Afganistán la semana pasada, enviada por Obama para presionar a Hamid Karzai, que está iniciando su segundo período como presidente. Y sin embargo, la sola mención de la palabra Afganistán pone de relieve los desafíos que debe enfrentar el equipo Clinton-Obama. Además, está lejos de ser el único problema de política exterior que da la impresión de abrumar al gobierno. El impulso de Washington a las negociaciones de paz entre árabes e israelíes parece haber vuelto al primer casillero. Y el acuerdo con Irán -al que algunos diplomáticos consideraban una señal de que la política de "entendimiento y compromiso mutuo", que es la que suscribe Obama, finalmente estaba dando resultados- de hecho ha colapsado.

La pregunta es por qué si cuenta con un equipo tan formidable, la política exterior de EE.UU. no funciona mejor.

Un factor que complica más las cosas es la tendencia de Hillary a cometer gaffes. El mes pasado indignó a los árabes cuando dijo que una oferta israelí para detener la construcción de algunos asentamientos era "sin precedentes", aunque ella había reclamado con vigor que los trabajos de construcción debían cesar. Y esto ocurrió justo después de que la secretaria dijera en Pakistán que le resultaba difícil creer que nadie en el gobierno de ese país supiera dónde se esconden los líderes de Al Qaeda. Y esto fue en una visita destinada a fortalecer las relaciones con Islamabad.

La funcionaria ha hecho otros comentarios igualmente directos en muchos de sus frecuentes viajes al exterior. Aunque su estilo a menudo parece refrescante cuando se lo compara con la cautela extrema de Condoleezza Rice, su predecesora, también tiene un costado negativo. La diplomacia muchas veces consiste en permitirse el mayor margen de maniobra posible mientras se usa la franqueza en privado. Además, como un diplomático observó recientemente: "Con Condoleezza, se sabía que cuando hablaba lo que decía reflejaba la política de Estado; en el caso de Hillary, uno no está tan seguro". Aunque aporta activos políticos que pocos secretarios de Estado anteriores han tenido, Hillary Clinton todavía es relativamente una principiante en su puesto.

Pero este no es el panorama completo. Muchos problemas con el mensaje de esta administración, incluyendo sus contradicciones sobre las relaciones entre Israel y Palestina, tienen su origen en la Casa Blanca que, bajo el jefe de Gabinete Rahm Emanuel, mantiene un firme control sobre la política exterior. Algunos ex diplomáticos dicen que nunca han visto un poder tan centralizado.

Al propio segundo en el mando de Hillary, el subsecretario Jim Steinberg, se lo percibe en general como un funcionario preocupado por hacer cumplir la política de la Casa Blanca y que controla hasta los comunicados relativamente poco importantes. Con frecuencia, esto deja a los voceros del Departamento de Estado repitiendo fórmulas casi vacías de sentido al mismo tiempo que Hillary abandona la disciplina del mensaje oficial.

La relación con Obama es aún más importante. Es probable que el secretario de Estado más exitoso de los últimos 20 años haya sido James Baker, que fue el que tuvo un vínculo más estrecho con el presidente bajo el cual sirvió: George H. W. Bush. Ese vínculo entre presidente y secretario de Estado ayuda a la hora de ejercer la política exterior y, aunque las relaciones entre Hillary y Obama son cordiales, sería difícil decir que son amigos.

La conclusión de la historia Clinton-Obama todavía no ha sido escrita: que este equipo de rivales sea capaz de trabajar como una maquinaria bien aceitada será crucial para determinar cómo termina esa historia.