

Una certeza recorre Brasil: Dilma Rousseff será la nueva presidenta del país. Ya sea en los comicios generales del domingo o en el ballotage, la preferida de Lula da Silva ganará por amplio margen a su rival José Serra.
Aunque en los últimos días las encuestas reavivaron la posibilidad de que la definición requiera una segunda vuelta, lo cierto es que continúan anticipando el advenimiento de una ola roja en todo el territorio: la alianza que encabeza el Partido de los Trabajadores (PT) se quedaría con 20 de las 27 gobernaciones en juego y la oposición alcanzaría apenas un tercio de las bancas en juego en Diputados y Senadores (ver pág. 13).
Esto le daría una suerte de carta blanca al próximo gobierno y limitaría el rol de la oposición como control del oficialismo en el Congreso.
El triunfo de Dilma será el resultado de una cadena de éxitos de la gestión Lula. Ella representa la continuidad y los datos macroeconómicos que ostenta el país le dan un magnífico marco a esa tendencia. Se prevé que este año la economía crecerá 7,5%; el país desplazó a Estados Unidos del primer puesto en el ranking de los estados receptores de inversiones extranjeras y el desempleo cayó al 6,7%, el más bajo en ocho años. Uno de sus más recientes logros fue la oferta de acciones para ampliar el capital de Petrobras, en el que la petrolera estatal logró captar u$s 70.600 millones y se transformó en la mayor capitalización bursátil del mundo de una empresa. Así, a lo grande, como a los brasileños les gusta.
Es que durante la gestión de Lula da Silva, Brasil creció no sólo económicamente. El ex líder sindical logró posicionarse entre los políticos más influyentes del mundo y dejará la presidencia con una popularidad récord cercana a 80%. Hábil diplomático, su apoyo a Irán y sus simpatías hacia el régimen cubano y el presidente de Venezuela lo obligaron a transitar un peligroso equilibrio para ano comprometer su relación con Estados Unidos.
Si se confirman todos los pronósticos electorales, la candidata del PT tendrá la suerte de recibir un país pujante y optimista (la confianza de los consumidores alcanzó un máximo histórico). Su misión será continuar con lo ya puesto en marcha, en especial las obras para la deficiente infraestructura del país. Aunque todavía queda mucho por andar, un Congreso de mayoría oficialista le facilitará la gestión.
Pero no todo serán rosas para la primera mujer en la historia de Brasil que seguramente asumirá la presidencia. Líderes de su propio partido ya adelantaron que no le darán carta abierta a sus decisiones, y ella sabe que no cuenta con esa simpaatía y carisma que a Lula tanto le sirvieron para convencer a propios y ajenos.
Deberá negociar además puestos en el gabinete con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), socio en esta elección.
Tiempo de retos
Sus desafíos principales serán mejorar el deficitario sistema de salud y la baja calidad de la educación, dos sectores en los que Lula no logró progresos significativos. La lucha contra la pobreza sigue siendo prioritaria en Brasil donde pese a los avances durante la gestión de Lula, unos 30 millones de ciudadanos aún no pueden satisfacer sus necesidades básicas.
También tendrá que resolver un plan alternativo para la asistencialista Bolsa Familia para que la nueva clase media brasileña se sostenga con su propia fuerza productiva. Y lidiar con la corrupción y la ineficiencia de algunos sectores del aparato estatal.
Expertos coinciden en que se le deberá prestar especial atención al crecimiento de la participación de las materias primas en el conjunto de las exportaciones ya que en la última década, el sector casi ha doblado su parte en el total de la ventas externas del país.
También tendrá que prestar especial atención a la política cambiaria. El flujo de inversiones a Brasil ha puesto una presión constante al real y con ello a la industria nacional, cuya competitividad se ha visto en parte amenazada.
La era post Lula comienza a ponerse en marcha. Su consolidación como potencia global le exigirá encarar una segunda ola de reformas que sostengan su crecimiento a largo plazo.