A una década de la mayor crisis financiera de la historia de Grecia, el país ya puede sacar la cuenta de lo que le costó vivir durante tanto tiempo por encima de sus propios medios. En ese sentido, el balance resulta bastante demoledor, aunque lo positivo sea que probablemente la economía haya tocado el fondo del pozo y lo que venga de ahora en más sea mejor.

Si Grecia no llegó finalmente a caer en default (estuvo muy cerca en 2015, cuando incumplió el pago de una parte de su deuda), fue gracias a los tres rescates financieros que le otorgaron los organismos internacionales (FMI, Banco Central Europeo BCE- y Comisión Europea) a partir de 2010, por un total de casi u$s330.000 millones.

A cambio de ese dinero, el gobierno griego tuvo que comprometerse a realizar un ajuste fiscal muy severo, que implicó aprobar un paquete de reformas económicas entre las que se destacaban recortes de salarios para los empleados estatales, un congelamiento de las jubilaciones y el aumento en la edad de retiro. La recesión no se hizo esperar, con una caída en el consumo y el poder adquisitivo, una suba muy significativa del desempleo y un freno en la actividad económica que duró durante casi toda la década.

La luz al final del túnel

"Grecia está lista para salir. Ha hecho la mayor parte del trabajo duro de ajuste y su economía finalmente se está expandiendo de nuevo a un ritmo medio satisfactorio", afirmó Holger Schmieding, analista del Berenberg Bank. El problema no es tanto lo que está por venir y que ya se vea la luz al final del túnel de la crisis, sino que ahora se empieza a tomar conciencia de lo que costó el descalabro.

Si la economía se encuentra en un nivel equivalente a tres cuartas partes del tamaño que tenía antes de que estallara la crisis, desde el punto de vista de los mercados financieros, el panorama se asemeja a tierra arrasada.

Tomando como referencia fines de 2009, la capitalización bursátil de la bolsa de Atenas se redujo en un 70%, y el índice líder Athex Composite perdió todas las ganancias que había obtenido desde los años 1990 (parafraseando a Carlos Gardel, sentir que 20 años no es nada). El mercado de renta variable no fue ajeno a la situación de degradación que vivía el resto de la economía, aunque la debacle le terminó pegando con mayor intensidad.

Fue así que, en 2013, la compañía MSCI Inc. (que elabora los índices "Morgan Stanley Capital International Developed, Emerging and Frontier Markets") decidió excluir a las acciones griegas del indicador de mercados desarrollados para enviarlo al de los emergentes, donde hoy comparte la tabla con los papeles argentinos.

Como en un círculo vicioso, esta medida provocó que el índice Athex perdiera un 20% adicional durante el año siguiente.

Pero si este derrumbe bursátil se debe en gran parte al estado de deterioro del país, también tuvo su causa en el colapso en que aún se encuentra el sistema bancario heleno: antes de la crisis, los bancos representaban un 43% del Athex, mientras que hoy su peso relativo no supera el 20% del índice líder.

El problema radica en que las entidades financieras griegas no logran desprenderse de los activos tóxicos en cartera que fueron acumulando a medida que la crisis se profundizaba, lo que les hizo perder valor de manera significativa.

Tal el caso del Banco Nacional de Grecia (el más grande del país), cuya capitalización bursátil pasó de 15.000 millones de euros en 2009 a tan solo 2.100 millones al día de hoy.

De acuerdo con datos del Banco Central griego, casi la mitad de los préstamos otorgados por las entidades del país son de baja calidad.

Esto motivó una advertencia de la presidenta del consejo de supervisión del BCE, Daniele Nouy, para que los bancos griegos "hagan un mayor esfuerzo por reducir su cartera de créditos subprime, una prioridad absoluta".

Empresas zombis

En este contexto, se hace difícil para el gobierno decidir adónde aplicar el bisturí sin anestesia. Porque todavía siguen funcionando muchas empresas llamadas "zombis", cuyo modelo de negocios se tornó inviable, pero sobreviven gracias a los subsidios públicos (un 16% del total, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos -OCDE-).

En tren de reducir el déficit fiscal, el cierre de estas compañías aparece como una decisión lógica. Pero el problema radica en el costo social de tal medida, dentro de un escenario con un alto nivel de desempleo y marginalidad.

Por eso no debería llamar la atención que los mayores interesados en comprar bonos griegos sean los fondos especulativos, y todavía no se logre atraer a grandes inversores más estables, de cara a la recuperación de la confianza de parte de los mercados financieros.

Para ello, los analistas estiman que deberán pasar varios años hasta que la deuda griega vuelva a ser de grado de inversión y las acciones helenas regresen al paraíso del índice MSCI de mercados desarrollados.

"Grecia sigue teniendo una connotación negativa en la memoria de los inversores, no forma parte de ningún índice y se mantiene en la parte inferior de la tabla cuando aparecen turbulencias en los mercados europeos. Por estos motivos, los fondos soberanos y un cierto número de grandes inversores prefieren mantenerse apartados", explicó el analista Mujtaba Rahman, de Eurasia Group.

Entre ellos, el que más sorprende que todavía no se haya decidido a comprar deuda griega es el mismísimo BCE. Toda una señal de lo difícil que es para Grecia salir del purgatorio.