En Wall Street, también las empresas se resisten a aceptar las derrotas políticas
Son grandes donantes de las campañas del presidente estadounidense, pero su poder de lobby y su diversificación les aseguran seguir haciendo buenos negocios durante el próximo gobierno.
En una elección tan polarizada como resultó ser la presidencial en los Estados Unidos, muchas de las grandes empresas también habían definido cuál era su candidato preferido.
Sobre todo, aquellas "amigas" del actual presidente Donald Trump, con quien compartieron durante estos cuatro años su visión en temas tan diversos como el rechazo al cambio climático, la rebaja impositiva, la guerra comercial con China, la libertad para poseer armas, minimización de los efectos de la pandemia y desmantelamiento del sistema de salud gratuito y la reforma financiera.
Esto hizo que estas firmas fueran grandes donantes de las campañas políticas del magnate inmobiliario, una manera de asegurarse negocios con el Estado y - al mismo tiempo- conseguir reglamentaciones favorables. Según el New York Times, unas 60 entidades contrataron servicios de las empresas Trump por casi u$s 12 millones en los dos primeros años de mandato y casi todas fueron beneficiadas por decisiones de Gobierno.
Los analistas habían anticipado qué sectores de actividad eran los más propensos a beneficiarse con la continuidad de Trump. La realidad demuestra que no necesariamente su derrota es una noticia tan mala.
PolarizaciónLas empresas de defensa, los fabricantes de armas, las compañías petroleras, la banca, los laboratorios y el consumo masivo suelen ser los sectores que tradicionalmente apoyan a los candidatos republicanos, algo que no fue la excepción en esta última campaña, y menos ahora que las elecciones estuvieron tan polarizadas, como pocas veces se ha visto en la historia de EE.UU.
Pero para todas estas compañías que cotizan en Wall Street, como General Dynamics, Lockheed Martin (defensa), Chevron (energía), JP Morgan Chase, Citigroup, Wells Fargo (banca), Walmart, Amazon (consumo) y Pfizer (laboratorios), la victoria demócrata no debería provocar un quiebre en sus negocios.
En primer lugar, porque todos los analistas coinciden en sostener que Biden va a recibir un gobierno muy fragmentado, con una fuerte oposición republicana en el Senado, que muy probablemente conserve su mayoría, por lo que su margen de maniobra para hacer grandes cambios en las regulaciones va a ser reducido.
Cuadro políticoEl nuevo presidente fue senador por 36 años por lo cual es un cuadro político formado en los pasillos del Congreso. Sabe lo que es el lobby de las empresas para conseguir beneficios. Y todos se imaginan un estilo similar a la hora de ejercer la presidencia: negociar y llegar a consensos permanentemente.
Justamente, esta es una dinámica en la que las grandes compañías se sienten muy cómodas, ya que sus departamentos de lobby están muy aceitados.
Uno de estos ejemplos es del Grupo Koch, enorme conglomerado fundado por los hermanos Charles y David Koch, y que está diversificado en petróleo, productos químicos, energía, minería, pulpa y papel, fertilizantes, finanzas, ganadería y comercio. La empresa, ferviente aportante republicana, fue denunciada por Greenpeace por ser negacionista del calentamiento global.
Si bien las promesas de Biden de volver a la Cumbre del Clima de París y de apostar por energías renovables podrían poner en peligro varios de sus principales intereses, su poder de presión política es muy grande, con fuertes vínculos con el Congreso y la Casa Blanca, suficientes como para evitar que alguna nueva reglamentación los afecte.
ProgresistaUn aspecto con el que el próximo presidente deberá componer es con el ala más progresista de su partido, y sobre todo con la senadora Elizabeth Warren, gran enemiga de los fondos de private equity, a quienes acusó de beneficiarse de las rebajas impositivas de Trump y de "saqueo legal" de la economía.
"Me preocupa que la industria de private equity siga sacando provecho de esta crisis para extraer valor de las empresas en problemas", acusó la legisladora, que peleó en la interna demócrata contra Biden, Bernie Sanders.
Pero es probable que la necesidad de frenar la terrible crisis sanitaria que vive EE.UU. por la pandemia de COVID-19, así como la de reactivar la economía, se consuman gran parte de la energía del próximo gobierno como para imaginarse grandes cambios en el resto de los sectores de actividad. Por lo menos en los próximos cuatro años.
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