Un país que necesita unidad

España ha tenido una larga y amarga experiencia con el terrorismo. Pasaron sólo unos años desde que Eta, el grupo separatista vasco, finalmente puso fin a una violenta campaña que terminó con la vida de más de 800 personas en el espacio de 40 años. El país ha sufrido también la violencia islámica especialmente las bombas que provocaron 191 muertes en la estación Atocha de Madrid en 2004.

Los servicios de seguridad hace años que se mantienen alertas al riesgo de nuevos ataques y se sabía que Barcelona, cuyo subte fue blanco de un frustrado atentando en 2008, estaba en peligro.

Ahora sucedió, con una camioneta blanca que mató o hirió a más de 100 personas de más de 30 nacionalidades, en el corazón de la ciudad. Los atacantes bien podrían haber planeado usar armas más sofisticadas, pero terminaron copiando las tácticas de tecnología poco avanzada pero no menos devastadoras ya empleadas en Londres, Niza y Berlín.

Pero si bien las circunstancias del atentado tienen claras similitudes con otros que han tenido lugar en Europa, hay diferencias, y sensibilidades, esenciales en el contexto político.

En Francia, Gran Bretaña y Bélgica, el fenómeno del terrorismo autóctono generó un feroz debate sobre los fracasos de los respectivos enfoques hacia el multiculturalismo o integración. También alimentó un profundo sentimiento anti inmigración.

En España, si bien el país tiene una población musulmana considerable, éso en general no condujo al mismo grado de ansiedad. Hay gran conciencia de los peligros que implican el descontento entre los musulmanes jóvenes, especialmente en Cataluña, que tiene más historia de inmigración que otras regiones, y donde la ideología salafista se extendió entre los inmigrantes de segunda y tercera generación que se cuestionan su identidad.

Pero casi excepcionalmente dentro Europa occidental, España no ha desarrollado el virulento nacionalismo xenófobo que puso en un primer plano a los políticos de extrema derecha desde en Francia hasta Austria.

Esto es todavía más admirable dados los altos niveles de inmigración que estaba absorbiendo España en un momento en que su economía era una de las más afectadas por la crisis de deuda de la eurozona.

Los españoles acostumbrados a mudarse en busca de trabajo parecen sentir afinidad, y no resentimiento, con los extranjeros que se encuentran en un dilema similar. Y si bien cada vez son más los migrantes provenientes del norte de África y no de países latinoamericanos con culturas similares, no parece observarse un crecimiento generalizado de la islamofobia.

Es de esperar que los últimos ataques no provoquen cambios a esos valores de apertura y tolerancia. Sin embargo, hay otras grietas en la sociedad española; en particular las antiguas tensiones entre la identidad nacional y regional.

Se empezaron a ver más inmediatamente después de las bombas en Atocha, cuando el gobierno conservador de ese momento inicialmente sugirió que era ETA el responsable, una explicación que debía jugarle a favor en las inminentes elecciones. Cuando se produjeron los hechos, los votantes enojados por ese claro engaño le concedieron una inesperada victoria a la oposición socialista.

El ataque en Barcelona se produce en un momento especialmente sensible, cuando el gobierno regional catalán se prepara para hacer un referéndum sobre su independencia, el cual según un fallo del tribunal constitucional de España es ilegal. Los líderes de Cataluña recalcaron que los atentados no afectarán sus planes de llevar a cabo la votación. Pero, el primer ministro Mariano

Rajoy pidió la unidad nacional e institucional para enfrentar el terrorismo.

Esa unidad estuvo a la vista el viernes en Barcelona, cuando el pueblo se reunió para brindar homenaje a las víctimas. Es la respuesta correcta a un ataque que, al igual que todas las atrocidades terroristas, busca aprovechar y ampliar las divisiones de la sociedad.

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