Para reformar Brasil se necesitan políticos honestos

Cuando el Congreso de Brasil destituyó a la expresidenta Dilma Rousseff el año pasado, los inversores compraron una tesis: que sus políticas populistas habían debilitado la economía, que la inflación estaba en aumento al igual que el desempleo, que la deuda nacional estaba creciendo, y que la moneda se había derrumbado. La destitución de Rousseff restablecería la confianza, revertiría una recesión de dos años y pondría fin a un mercado bajista. Todo parecía sustentar esa teoría, hasta este mes, cuando su sucesor Michel Temer se encontró en el centro de un escándalo basado en una grabación en la que él presuntamente aprueba una serie de sobornos.

Nadie pensaba que Temer era un santo. Aun antes de que asumiera el cargo, todos sabían que el político de 76 años de era un negociador en las sombras manchado por el Lava Jato, la inmensa investigación de corrupción en Brasil. Al inicio de su presidencia, tres ministros se vieron obligados a renunciar. Y aunque su administración tal vez no fuera menos corrupta que la de Rousseff, era más competente y contaba con el apoyo del Congreso.

La ortodoxia económica empezó a volver. El Congreso aprobó reformas laborales, al régimen previsional y a la seguridad social; todas difíciles, pero necesarias. Disminuyó la inflación, lo que permitió al banco central reducir las tasas de interés. A pesar del bajo índice de aprobación de Temer, aumentó la confianza del empresariado. Ahora que existe la real posibilidad de que Temer también sea obligado a dejar su cargo, esa teoría es mucho menos creíble.

La evidencia en contra de Temer es inconclusa y ha proclamado su inocencia. Su posición política es más fuerte que la de Rousseff hace un año. Las élites políticas y empresarias saben que una recuperación sostenible depende de sus reformas. Su coalición se está derrumbando, pero aún no colapsó; una de las razones es que no hay un evidente sucesor para reemplazar a Temer.

Sin embargo, el presidente brasileño está perdiendo apoyo en el Congreso, en las calles y posiblemente en el sistema judicial. El Temergate ha estancado sus reformas. El periódico O Globo que fue el primero en divulgar el escándalo, lo describió como un mandatario "descartable". Su presidencia tal vez se convierta en una causa de crisis en vez de una solución.

Es posible que Temer también lo vea de la misma manera. Según algunas fuentes, sólo desea un perdón estilo Watergate como el que Richard Nixon negoció con su sucesor Gerald Ford antes de renunciar. Por otro lado, es posible que se vea forzado a renunciar a su cargo si el tribunal electoral decide que él aceptó contribuciones ilegales junto con Rousseff y anula las elecciones de 2014. En cualquiera de las dos opciones Temer sería reemplazado por un presidente interino elegido por el Congreso. Entonces Brasil renguearía hasta las siguientes elecciones programadas para 2018.

La remoción de dos presidentes en dos años sería un hecho notable. Sin embargo, los mercados siguen firmes. Aparentemente, después de una liquidación inicial, ha regresado la calma. El lunes de la semana pasada, Petrobras, la compañía petrolera estatal, emitió bonos por un valor de u$s 4000 millones a su tasa más baja en cuatro años. Se estabilizó la bolsa de valores al igual que la moneda.

Los inversores calculan que la persona que reemplace a Temer no tiene "otra alternativa" más que continuar sus reformas. Cuanto más rápido se vaya Temer, mejor.

Ese punto de vista tal vez sea demasiado optimista. Brasil no está enfrentando una crisis financiera inminente. La inversión extranjera como la oferta de Glencore para adquirir la empresa de agronegocios Bunge, la cual tiene una presencia importante en Brasil sigue ingresando al país.

Sin embargo, ha aumentado la posibilidad de una recesión de doble caída. El futuro político del país está totalmente abierto. La purga de políticos corruptos, en todo el espectro ideológico, es necesaria. Pero también ha desprestigiado a todos los políticos. La percepción popular es que la élite está más interesada en no ir a prisión que en gobernar. Es un camino peligroso que podría abrir la puerta a oportunistas y populistas en 2018. La calma del mercado tal vez sea breve.

 

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