Los países aliados enfrentan a un Estados Unidos menos confiable

Cuando era una república joven, Estados Unidos en el extranjero tenía como tarea mantener su supervivencia. Los fundadores no podrían haber sabido que su política exterior superaría esa exigencia básica y se convertiría en una fuerza que le da forma al mundo. Si hubieran visto el futuro —las tropas estadounidenses están estacionadas en la mayoría de los países del globo— podrían haber diseñado una presidencia con menos discreción en asuntos exteriores.

Toma fuerza el argumento de que Donald Trump, que actualmente cuenta con esa asombrosa discreción, buscó ayuda extranjera contra sus oponentes nacionales.

Lo que comenzó como una historia sobre Ucrania ahora se ha ampliado e incluye a China. Lo que se centró en una llamada telefónica en julio actualmente abarca una variedad de interacciones que se extendieron durante un período más largo. "Están mirando por el ojo de la cerradura", dijo Bob Woodward, cuyo informe derribó a Richard Nixon, refiriéndose a los demócratas que investigan al presidente. "Y es una panorámica".

Los principios legales y morales en cuestión son suficientemente serios. Las implicancias geopolíticas aún no se han abordado. El escándalo promete dejar a Estados Unidos en una posición menos confiable que nunca como actor en el mundo.

Si lo que se cree es que Norteamérica presionó a un país desesperado para que le proporcionara kompromat —información perjudicial sobre una figura pública— usando como amenaza la suspensión en la entrega de ayuda, la señal a otros aliados será nefasta. Una potencia revisionista, como Rusia, sugerirá que las naciones que confían en Estados Unidos lo hacen bajo su propio riesgo. Y será un argumento difícil de refutar.

La firmeza estadounidense ya ha sido cuestionada en los últimos años, debido al desdén de Trump por la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y su decisión de retirarse de varios tratados. Aunque hubo diferentes versiones de este unilateralismo durante administraciones anteriores, la controversia actual es de otro orden de gravedad. Implica que, en una relación bilateral con Estados Unidos, absolutamente todo es negociable, y bajo los términos de Washington.

Incluso el proceso de juicio político y la destitución del presidente podrían no ser una solución a este problema. Ningún aliado puede estar seguro de que un futuro líder norteamericano no se comportará de manera similar. Si ocurre una vez, es racional considerar que se pueda repetir, lo cual significa que es lógico hacer acuerdos alternativos. En eso radica la descomposición de las alianzas occidentales. Tal vez, Trump podría ser único en cuanto a en qué medida él equipara su propio interés con el interés de su nación. Pero ningún líder extranjero prudente puede asumir tanto. El punto es que ha generado la incertidumbre sobre la fiabilidad de Estados Unidos.

Quizás sería tranquilizador para los líderes extranjeros si hubiera otros miembros de la administración norteamericana que rechazaran el comportamiento en cuestión. Por el contrario, Mike Pence y Mike Pompeo lo han respaldado. El vicepresidente parece haber diluido su opinión de 2016 de que los gobiernos extranjeros no deberían involucrarse en la política estadounidense.

Mientras tanto, el secretario de Estado defiende el supuesto quid pro quo, o toma y daca, como diplomacia de rutina. "Si puedes ayudarnos con X, te ayudaremos a lograr Y", señaló, sin detallar lo que cada letra puede denotar.

Los aliados de Estados Unidos no serán los únicos que tomarán en cuenta esta mentalidad transaccional. Las potencias rivales podrían preguntarse si pueden neutralizar a Trump brindándole ayuda política. Los demócratas ya están sugiriendo que el presidente aprobará un acuerdo comercial suave con China a cambio de quién sabe qué. Pero luego los países competidores siempre buscarán superarse uno al otro. Los aliados necesitan poder contar con un nivel de confianza. La supuesta conducta de Trump causa estragos en esa confianza.

Los procesos de impeachment contra Andrew Johnson y Bill Clinton, así como la renuncia forzada de Richard Nixon, fueron asuntos internos. Comenzaron y terminaron dentro de EE.UU. Por muy tediosos que hayan sido, no debilitaron la credibilidad subyacente del país en el mundo. Solamente socavaron la credibilidad de una persona. El actual escándalo no se limita a una cuestión interna, sino que va más allá.

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