Los aranceles de EE.UU. remiten más a una Guerra Fría que a una comercial

Los halcones comerciales de EE.UU. aprovechan la oportunidad para cambiar las relaciones con China

Sería fácil ver la última ronda de aranceles estadounidenses de u$s 200.000 millones contra China, que entró en vigor este lunes, como otra movida de un presidente estadounidense buscando distracciones en el extranjero conforme crece la amenaza de problemas legales en casa.

Pero eso sería un error. De hecho, lejos de ser una decisión política apresurada e imprudente que emana únicamente de la Casa Blanca de Donald Trump, esta última ronda de aranceles representa algo mucho más peligroso y duradero: un verdadero restablecimiento de las relaciones económicas y políticas entre EE.UU. y China, y el comienzo de algo que se parece más a una Guerra Fría que a una guerra comercial.

Este cambio es respaldado por facciones que se extienden mucho más allá de Trump, tanto a la izquierda como a la derecha. Por eso es un asunto tan serio. El presidente está realmente obsesionado con el déficit comercial entre EE.UU. y China, pero también es el tipo de persona que llegaría a un acuerdo para obtener beneficios personales, y es difícil imaginar que los chinos no puedan encontrar algo que pueda lograr que él cambie su postura a una más moderada.

No así los halcones económicos dentro de la administración, como Peter Navarro, el asesor comercial de Trump, y Robert Lighthizer, el representante comercial de EE.UU., quienes están viendo la situación desde un punto de vista muy diferente. Creen que para promover el interés nacional a largo plazo de EE.UU., el país se debe desacoplar económicamente de China.

Hay muchas personas en el Pentágono, así como algunos individuos en la facción laboral de la izquierda progresista, que están de acuerdo. Muchas de estas personas ocuparán puestos de poder mucho tiempo después de que este presidente haya dejado su cargo. Tienen diferentes agendas, pero se unen en torno a la idea de que EE.UU. y China están en una rivalidad estratégica a largo plazo y que, como resultado, las políticas comercial y de seguridad nacional de EE.UU. ya no deberían separarse.

Eso marca un cambio fundamental para los negocios globales. Los halcones económicos no sienten simpatía por los jefes ejecutivos multinacionales que se quejan de que la última ronda de aranceles es lo suficientemente amplia y profunda como para crear una presión inflacionaria real y obligarlos a subir los precios. De hecho, ven a estas compañías como traidoras que se han vendido —ingenuamente para recibir ganancias a corto plazo— a un país que no comparte los valores occidentales fundamentales y, que en última instancia, no les permitirá un acceso equitativo a los mercados.

Y actualmente han tomado control de la narrativa en el entorno económico y político. Los halcones pueden citar el robo de propiedad intelectual china, las violaciones de los derechos humanos y la agresión en el Mar del Sur de China como evidencias para validar su postura.

Los halcones también han sido bastante astutos hasta el momento sobre la elaboración de aranceles que minimizan el impacto en los precios al consumidor, a la vez que penalizan a las empresas que han cambiado las cadenas de suministro más sensibles a China. Pensemos en el fabricante de chips Qualcomm (que se ha encontrado en el lado equivocado del nacionalismo en ambos países); o en el grupo tecnológico Cisco, que presionó sin éxito para que sus enrutadores y conmutadores —que proporcionan servicios de alta tecnología a ciudades inteligentes en China al igual que en EE.UU. y Europa— no formaran parte de la última lista de aranceles.

Un Libro Blanco con recomendaciones para internalizar la cadena de suministro de EE.UU. —preparado por el Departamento de Defensa y que probablemente será publicado el próximo mes por la Casa Blanca— puede proporcionar alguna idea sobre la dirección que tomará la administración Trump con respecto a crear políticas industriales. Pero está claro que no todas las empresas sufrirán por igual en una guerra fría entre EE.UU. y China.

Las empresas tradicionales de consumo —por ejemplo, Starbucks o Walmart— podrán mantener una presencia en el mercado chino más fácilmente que las compañías de alta tecnología con acceso a datos confidenciales, o cualquier empresa que opere en áreas estratégicas como el mapeo o los vehículos autónomos. Apple, Facebook, Microsoft, Google y muchas otras multinacionales estadounidenses que tienen relaciones comerciales con China, posiblemente enfrentarán decisiones difíciles en el futuro si la guerra comercial se convierte en una Guerra Fría en la que ya no pueden ignorar las preocupaciones nacionales de los Estados en los que operan.

Es posible que China sea el primero en sentir las repercusiones negativas, ya que el país aún depende mucho más de las exportaciones que EE.UU. Pero a mediano y largo plazo, las empresas estadounidenses tendrán mucho trabajo por hacer en cuanto a la internalización de las cadenas de suministro.

Es política y logísticamente inviable que EE.UU. pueda internalizar todo para convertirse en "Fortaleza EEUU", lo cual significa que la administración Trump debe construir alianzas (lo cual no es una habilidad de este presidente) con socios comerciales en Europa y en otras partes si realmente quiere implementar una política industrial estadounidense.

Las empresas se enfrentan a desafíos más existenciales. ¿Qué significa para una compañía como, por ejemplo, Google, cuando lanza un motor de búsqueda censurado en China, mientras que su empresa matriz, Alphabet, se niega a enviar a su director ejecutivo, Larry Page, a testificar ante el Senado sobre la intromisión rusa en las plataformas tecnológicas estadounidenses? ¿Pueden los líderes corporativos estar por encima de la política? Ellos solían pensar que así era. Hoy, eso parece una ilusión.

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