López Obrador debe aceptar la realidad económica de México

El presidente de México obtuvo una arrolladora victoria electoral el año pasado prometiendo cambios estructurales. Hablando de corrupción e inequidad, Andrés Manuel López Obrador proponía una combinación de soluciones: austeridad del gasto público, funcionarios honestos y frugales y el fin de las políticas "neoliberales".

Algunos inversores no le creían. Observaban sus antecedentes como alcalde relativamente pragmático de Ciudad de México y sugerían que López Obrador bajaría el tono de su retórica una vez en el poder. La repentina renuncia esta semana de Carlos Urzúa, el ministro de Finanzas y la voz más fuerte de la prudencia fiscal dentro de la administración, indica que esas esperanzas estaban equivocadas. La carta de dimisión de Urzúa no deja dudas de las razones de su partida tras sólo siete meses en el cargo. Acusó al gobierno de tomar decisiones sin justificación y de designar funcionarios no calificados para puestos clave con claros conflictos de intereses.

Los mercados respondieron con bajas de 2% en acciones y en la moneda. El presidente azteca reiteró su compromiso "de cambiar la política económica impuesta hace 36 años". Hace 36 años, en medio de una extrema crisis económica, México hizo un giro histórico, después de décadas de nacionalismo y política económica estatista, hacia una nueva era de libre comercio orientado al mercado y a una mayor integración con EE.UU.

Eso tuvo sus desafíos: en particular, la crisis del peso de 1994, cuando el excesivo endeudamiento en dólares casi hunde la economía y el país recibe un rescate de u$s 50.000 millones encabezado por EE.UU. Pero el libre comercio le brindó a México mayor prosperidad, el acuerdo del Nafta, la membresía en la OCDE y una reputación de gestión económica prudente. López Obrador proclama el fin de esa era. No quedar claro si puede reemplazarla por algo mejor.

El presidente ya enojó a los inversores cuando canceló el tan necesitado aeropuerto nuevo, a semi construir, en Ciudad de México por cuestiones mayormente políticas. Su insistencia en que Pemex, la endeudada petrolera estatal, debe construir una refinería nueva de u$s 8000 millones que tiene poco sentido para el negocio, preocupa aún más los mercados. Los analistas temen que las débiles finanzas de Pemex contaminen la calificación crediticia soberana de México.

Con el presidente Donald Trump amenazando con una guerra comercial para presionar a México para que reduzca la migración hacia EE.UU., y con la inversión de las empresas paralizada, la partida del ministro de Finanzas no podía producirse en peor momento. El rápido reemplazo de Urzúa por su segundo Arturo Herrera contuvo parte del daño. Pero López Obrador debe demostrar que escuchará los consejos de Herrera y que le permitirá recuperar la credibilidad en los mercados. Debería también aceptar noticias desagradables, y dejar de confiar en sus propios datos, que son diferentes.

El tan demorado plan de negocios de Pemex se anunciará en pocos días. El borrador del presupuesto 2020 debe presentarse en septiembre. Los mercados serán implacables si esos documentos indican mayores desviaciones de la realidad económica. El presidente mexicano aún puede cambiar las percepciones de los inversores pero el tiempo se acaba.

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