Latinoamérica se corrió hacia el centro

Aun cuando Estados Unidos y Europa coquetean con el populismo, el amplio romance con líderes de izquierda que subieron al poder en la década de 2000 se transformó en furia frente a la corrupción y hubo un desplazamiento hacia perfiles radicalmente opuestos

Gabriela Michetti, confinada a una silla de ruedas como consecuencia de un accidente automovilístico que sufrió hace 22 años, no sucumbe fácilmente a la desesperación. Sin embargo, en diciembre de 2015, cuando la nueva vicepresidenta de Argentina ingresó por primera vez en el edificio estilo Belle Époque del Senado en Buenos Aires, rompió en llanto.

"Todo era un caos. Me enteré de que no habían habido licitaciones públicas durante años. En general, no había registros de nada. Me puse a llorar", dice Michetti, de 51 años. "El despilfarro de dinero de los contribuyentes era flagrante. El servicio de Internet que usamos ahora es siete veces más barato. Con lo que ahorramos, podemos reparar el edificio; estaba en ruinas".

La historia de Michetti de la malversación de fondos públicos es una parábola de la región. De pronto, en gran parte de Latinoamérica hay nuevos gobiernos. Aun cuando Estados Unidos y Europa coquetean con el populismo, un amplio romance con líderes de izquierda que subieron al poder en la década de 2000 se transformó en el "agotamiento del populismo", la furia frente a la corrupción avalada por el Estado y un desplazamiento hacia el centro político.

Al mismo tiempo, la desaceleración económica se pronostica que la producción regional caerá por segundo año consecutivo por primera vez desde la "década perdida" de 1980 obligó a volver a la ortodoxia.

"Muchos de los líderes populistas elegidos a fines de los 90 y principios de 2000 tuvieron la suerte de asumir en medio de un auge mundial de los productos básicos que financió sus proyectos de derroche y popularidad", afirma Chris Sabatini, profesor adjunto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Columbia. "Con la caída de los precios mundiales de las materias primas esa era está llegando a su fin, llevándose con ella a muchos de estos líderes".

En 2015, Argentina eligió como presidente a Mauricio Macri, un líder de centro, tras 12 años de gobierno populista de Cristina Fernández y su difunto esposo, Néstor Kirchner. Macri hizo de su gestión un grito de guerra y lanzó un programa de reforma económica.

Entretanto, el controvertido proceso de juicio político de Brasil llevó al reemplazo de la presidenta Dilma Rousseff por Michel Temer. Al igual que en Argentina, Temer quiere que las políticas económicas prudentes sean el sello de su gobierno y designó a funcionarios de alto calibre para el Ministerio de Economía, el Banco Central, la empresa de energía estatal Petrobras y el Banco Nacional de Desarrollo (BNDES).

Si bien en sólo siete semanas Temer se quedó sin tres ministros por denuncias de corrupción, el mandatario afirma que Brasil, que está atravesando la peor recesión del siglo, se "salvará" si el único legado de su gobierno es que el país conserve su equipo económico.

"Quizás un grupo de políticos corruptos reemplazó a otro, pero al menos este grupo está dando en el poste", sostiene un jefe económico del gobierno de Temer.

Los electores tampoco están cerrando la puerta a la izquierda populista. Los peruanos eligieron a Pedro Pablo Kuczynski, un economista, como nuevo presidente, por encima de la líder de derecha populista Keiko Fujimori, la hija del detenido ex presidente. Algo digno de destacar tratándose de un continente reconocido por la polarización política, Kuczynski ganó principalmente gracias al apoyo de la izquierda peruana.

A la sensación de que se termina un largo ciclo ideológico se suma el acercamiento de Cuba y Estados Unidos tras más de medio siglo de enfrentamientos y la continuidad de las charlas de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la guerrilla más antigua del hemisferio sur.

"Los símbolos de la tradicional guerra fría están llegando a su fin", afirma Sabatini. "Un repentino golpe de gracia" La sensación es profunda y rápida: El cambio regional se produjo en apenas seis meses. Dos factores lo aceleraron.

En primer lugar, tenemos el terrible ejemplo de Venezuela, el espejo que mira la región y se horroriza ante lo que ve. En medio de una inflación galopante y revueltas por alimentos, la mala gestión alcanzó un nivel tal que la comisión financiera de la Asamblea Nacional que controla la oposición estima que durante 17 años de chavismo se robaron o despilfarraron u$s 425.000 millones de fondos públicos.

"Una de las razones por las que ganamos las elecciones es que muchas personas vieron lo que estaba pasando en Venezuela y les preocupaba que acá pasara lo mismo", sostiene Michetti. Una situación similar se da en Brasil, donde los manifestantes que marchaban contra el gobierno de Rousseff reclamaban "Más Argentina, menos Venezuela".

Un segundo factor que impulsa el aparente cambio de aire en Latinoamérica es la furia popular ante la malversación de fondos públicos, en especial bajo gobiernos de izquierda que supuestamente defienden los derechos de los pobres. Cuando la crisis financiera de 2008 avivó la ira de los electores de Estados Unidos y Europa, en Latinoamérica también la dura situación económica por la que atraviesa la región desató la furia popular por la corrupción que surgió en los años de prosperidad.

"La intolerancia a la corrupción sólo ocurre en épocas de necesidad económica", revela Elisa Carrió, miembro del gobierno de coalición de Macri. "Así y todo, las investigaciones ahora se llevan a cabo en tiempo real. Esto es un cambio cultural".

Sobran los ejemplos, desde escándalos de corrupción que comprometen a políticos en Chile, Guatemala y Bolivia, hasta el escándalo de coimas de u$s 3000 millones de Petrobras que llevó a la detención de importantes políticos brasileños, o el oscuro caso de José López, el ex director de obras públicas de Argentina que fue arrestado cuando trataba de enterrar u$s 9 millones en un convento. En búsqueda de una visión Si nada volverá a ser igual, ¿cómo podría el futuro de América Latina ser diferente? Una respuesta pesimista es: Quizá no sea tan diferente. El populismo -decirle a los votantes lo que quieren escuchar, incluso cuando esas promesas, como el compromiso de Donald Trump a los electores estadounidenses de construir un muro en la frontera con México, sean irrealizables- siempre encuentra terreno fértil, especialmente en países con enorme desigualdad social.

Lo que tal vez se haya terminado es el "superpopulismo" de Venezuela y de la Argentina de Cristina Fernández. En cambio, el continente quizá simplemente regrese al "populismo normal" que caracterizó buena parte de su historia, comenta Moisés Naím de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.

Tampoco los latinoamericanos necesariamente viven apartándose de la desacreditada izquierda populista. "Las correcciones económicas que deberán efectuar los nuevos gobiernos serán impopulares y generarán oportunidades para que regrese la izquierda", agrega Naím.

A las complejidades se suman ls 55 millones de latinoamericanos que ascendieron a la clase media durante la última década, con enormes expectativas de progreso continuo, lo que dificulta aún más gobernar. ¿Hay alguna manera de cortar el círculo vicioso?

La respuesta más sencilla es seguir gastando, como lo viene haciendo Macri en Argentina. A pesar de subir 400% los precios subsidiados de la electricidad a principios de año, medida que llevó a tildar a su administración de "brutalmente neoliberal", el gobierno mantuvo los planes sociales y relajó el impulso previo de austeridad. Como resultado, se espera que el déficit fiscal llegue a 5% del PBI este año.

"La estrategia de Macri no está libre de riesgos", advierte Ignacio Labaqui de la consultora de riesgos Medley Global Advisors. "Pero mientras el mercado esté dispuesto a respaldar a Macri con financiamiento de deuda, como hasta ahora, esas cifras de déficit no deberían ser un problema".

No obstante, Macri es un caso bastante especial. Al igual que en Chile, Colombia o Perú, su gobierno goza de suficiente credibilidad para conseguir fondos relativamente baratos.

Eso no sucede con Venezuela, que está a un paso del default. Tampoco es hoy posible en países como Brasil, que gastaron los ingresos de la bonanza de productos básicos y ahora padecen presupuestos acotados.

En esos casos, la única manera de extraer fondos de la olla de dinero del gobierno es mediante una mejor administración y gobierno público... Ese grial escurridizo que se trata "un poco de las personas y mucho de las instituciones", como señaló Mauricio Cárdenas, ministro de Finanzas de Colombia.

Los servicios sociales son un ejemplo concreto, especialmente en lo que atañe a la mejora de la educación pública que América Latina necesita desesperadamente para desarrollar nuevas competencias económicas ahora que el boom de productos básicos terminó.

"El problema no es el dinero", sostiene Ricardo Paes de Barros, que ayudó a diseñar el muy elogiado programa de bienestar social de Brasil, Bolsa Familia, y actualmente es economista jefe del Instituto Ayrton Senna de San Pablo. "El gasto es el único objetivo educativo que Brasil ha tenido. Se trata, más bien, de un problema de gobierno".

Presión sobre las instituciones

A pesar de su aparente suavidad, el pedido generalizado y con frecuencia furioso de un mejor gobierno ilustra con claridad el ánimo político de América Latina. De Argentina a México, este reclamo se traduce en ciudadanos cansados de la erosión constante de los mecanismos de control institucional, y la corrupción que la acompaña.

Así se explica la popularidad de la purga anticorrupción de Brasil, liderada por un poder judicial independiente que envió a la cárcel a figuras intocables, como el empresario multimillonario Marcelo. También pone de relieve el de Colombia, donde un proyecto de ley para castigar el ausentismo en el Congreso fracasó debido a que no había quórum suficiente de senadores para su votación.

Los pedidos de un mejor gobierno pueden incluso llegar a alentar el cambio político en Venezuela. Otro indicio de la política cambiante de la región procede de la Organización de Estados Americanos, que se reunió para debatir la sanción a Venezuela por las violaciones de derechos humanos. El debate habría sido inimaginable un año atrás.

No obstante, si un mejor gobierno es el camino a seguir, eso genera sus propios problemas. Por ejemplo, las consignas de la "racionalidad" y la "institucionalidad" no sirven para acelerar los pulsos políticos. En Chile, el gobierno de centro-derecha de Sebastián Piñera llegó al poder en 2010 bajo el lema "somos buenos administradores", y pasó cuatro años con índices de aprobación de 30% a pesar de una economía en auge y un bajo nivel de desempleo.

"La buena administración es una condición necesaria, pero no es suficiente", sostiene Andrés Velasco, ex ministro de Hacienda de Chile. "Los electores actualmente necesitan sentir que los líderes administran bien, y tienen que sentir que su corazón está en el lugar correcto y que actúan en nombre del bien común".

Eso es tan cierto en América Latina, dada su trayectoria de populismo, como en otras partes, sea Gran Bretaña o Estados Unidos, donde la campaña para abandonar la UE y el ascenso político de Trump suelen explicarse en términos de las emociones, más que la razón, de los electores.

"El populismo genera cierta anestesia. Es una patología social, donde la gente prefiere vivir una falsa realidad", declara Michetti. "Esa anestesia está aumentando en Argentina, pero todavía precisamos un relato épico... una visión".

La última generación de líderes de América Latina aún no la encontró.
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