SON POCOS LOS PLANES PARA ALIVIAR LAS PENURIAS DE ESE SECTOR Y EL CRECIMIENTO SER BREVE

Las falsas promesas de Donald Trump a sus votantes pueden enojarlos más a largo plazo

Su programa de recortes fiscales, proteccionismo y reducción del gasto federal beneficiará a algunos sectores de la población, pero no a la clase obrera blanca

¿Beneficiará Donald Trump a la enfurecida clase obrera blanca que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos? Para responder esta pregunta hay que examinar sus planes y los deseos de los legisladores republicanos. También hay que considerar cómo esos planes pueden afectar la economía mundial. La conclusión es clara: algunas personas se beneficiarán, pero la clase obrera blanca no estará en ese grupo. Desde hace tiempo, los republicanos vienen alimentando una rabia que no consiguen apaciguar. Trump llegó esa estrategia en nuevas direcciones.

La única certeza parece ser la implementación de enormes, permanentes y regresivos recortes fiscales. Trump y los republicanos del Congreso están de acuerdo con esa política. El plan de Trump reduciría la alícuota máxima del impuesto a los ingresos personales a 33% y la tasa de impuesto corporativo al 15%. También eliminaría el impuesto a la herencia. Los contribuyentes de mayores ingresos el 0,1% de la población, aquellos con ingresos superiores a los u$s 3,7 millones en el equivalente de dólares de 2016 recibirían un recorte promedio de más del 14% de los ingresos después de impuestos. Las tasas del segmento más pobre se reducirían en un promedio de 0,8% del ingreso gravado. A quienes tienen, se les dará más.

Trump aunque quizás no los legisladores republicanos planea aumentar el gasto en infraestructura. Una medida deseable, pese a que hubiera tenido más sentido si los republicanos hubieran apoyado dicho programa en medio de la Gran Recesión. Pero tal y como lo señala Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de EE.UU., Trump principalmente depende de la inversión privada. Las experiencias en otros países sugieren que a menudo esa política conduce a la explotación de los contribuyentes y a que no se realicen las inversiones públicas que generan importantes beneficios sociales, pero que tienen retornos comerciales limitados.

El efecto neto de estos planes sería un significativo aumento de los déficits fiscales. Los cálculos realizados por el Centro de Política Tributaria (TPC, por sus siglas en inglés) del grupo de investigación de Brookings sugieren que para 2020 el déficit aumentaría 3% del Producto Bruto Interno (PBI). Con las previsiones actuales como referencia, y haciendo caso omiso de cualquier gasto adicional, esto significaría un rojo de alrededor de 5,5% del PBI en 2020. En el acumulado, el aumento de la deuda federal para 2026 podría alcanzar el 25% del PBI.

Republicanos del Congreso como Paul Ryan seguramente exigirían recortes que igualen a los gastos. Los desembolsos federales anuales rondan cerca de 20% del PBI. El gasto en materia de salud, de subsidios para personas de bajos ingresos, seguro social, de defensa y de intereses netos absorbió el 88% de estos recursos en 2015. La eliminación del gasto en todo lo demás (un error catastrófico) simplemente reduciría a la mitad el déficit prospectivo. En resumen, la lógica del plan conduce a enormes aumentos de la deuda federal en relación al PBI o a pronunciados recortes del gasto en programas de los que dependen los partidarios de Trump.

Sin embargo, el aumento previsto de los déficits fiscales estadounidenses sería expansivo, aunque la concentración de los recortes en los más ricos limitaría ese efecto. De cualquier manera, un significativo aumento en el déficit fiscal de EE.UU. aceleraría la decisión de aumentar las tasas de interés a corto plazo. Trump difícilmente podría quejarse ya que él atacó las bajas tasas de la Reserva Federal. Sin embargo, como lo señala Desmond Lachman, del American Enterprise Institute, la economía mundial es frágil. Una rápida suba de las tasas de interés estadounidenses podría desestabilizarla.

Por otro lado, la combinación de relajamiento fiscal con endurecimiento monetario resultaría en un dólar más fuerte y en un déficit creciente de la cuenta corriente a mediano plazo. EE.UU. volvería a emerger como el comprador global de último recurso, ayudando así a los mercantilistas estructurales del mundo: China, Alemania y Japón. Un dólar fuerte y crecientes déficits externos, como a principios de los años ochenta, aumentarían las presiones proteccionistas; el gobierno de Ronald Reagan fue bastante proteccionista durante su primer mandato. La respuesta que generó esa política fue la decisión de lanzar la Ronda de Uruguay de negociaciones comerciales multilaterales para liberalizar el comercio mundial.

Esta vez, sin embargo, un dólar fuerte reforzaría el sesgo del gobierno de Trump a favor del proteccionismo. Pero la protección contra las importaciones aumentaría aún más el valor de la moneda, trasladando el ajuste a los sectores no protegidos, sobre todo a los exportadores competitivos. En definitiva, un dólar fuerte debilitaría al sector fabril que pretende ayudar Trump.

Una probable respuesta sería persuadir a la Fed para desacelerar el endurecimiento monetario. Janet Yellen dejará su cargo de presidenta de esa entidad en 2018. A su sucesor puede pedírsele que atienda la meta de crecimiento de 4% de Trump. La última vez que se logró esa expansión en un período de cinco años fue antes de la crisis financiera del 2000, lo cual representa una advertencia ominosa. Si la Fed tratara de lograr ese objetivo, podría desencadenar inflación, inestabilidad financiera o, más probablemente, ambas. En todo este escenario parece haber pocas ganancias, si existe alguna, para los partidarios de Trump, pertenecientes a la clase obrera.

El presidente electo también prometió eliminar el Obamacare, o la Ley de Cuidados de Salud Accesibles, y la mayoría de las regulaciones ambientales y financieras. Es difícil creer que alguna parte de esa política pueda favorecer las perspectivas de la clase obrera. Los miembros de ese sector social serán más propensos a convertirse en víctimas de una cobertura médica peor, un ambiente más sucio, un comportamiento más depredador por parte de las instituciones financieras y, en el peor de los casos, incluso otra crisis financiera. El proteccionismo tampoco ayudará a la mayoría de sus partidarios. Muchos dependen de los bienes importados baratos. Y muchos se verían gravemente afectados por los terribles resultados que traería una guerra comercial global, como represalia. Mientras tanto, el rápido aumento de la productividad continuaría garantizando una constante caída en la participación del sector de manufacturas en el campo laboral de EE.UU., a pesar de la protección.

Trump promete una explosión de gastos en infraestructura, regresivos recortes de impuestos, proteccionismo, reducción del gasto federal y una fuerte desregulación. Un significativo aumento del gasto en infraestructura ayudaría a los trabajadores en el campo de la construcción. Pero casi nada más en estos planes daría un impulso a la clase obrera. Su programa podría, de hecho, generar un breve crecimiento económico. Pero las consecuencias a largo plazo probablemente serán desalentadoras, y no menos para sus enojados, pero engañados, partidarios. La próxima vez, podrían estar aún más enojados. Las posibles consecuencias de ese ecenario son aterradoras.

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