NO HAY CERTEZA SI PODR PRESENTARSE COMO CANDIDATO

La condena a prisión para Lula divide a la población brasileña

El escándalo de corrupción Lava Jato golpeó a quien lidera las encuestas para las presidenciales de 2018. Sin Da Silva se prevé un escenario de fragmentación

A última hora del miércoles, grupos de manifestantes salieron a las calles de Brasil para protestar a favor o en contra de la condena del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva a casi 10 años de prisión por cargos de corrupción.

Los detractores de Lula, que marcharon a lo largo de la emblemática Avenida Paulista de la ciudad más grande de Brasil, San Pablo, pedían a los automovilistas que toquen bocina para celebrar el fallo. Entretanto, los simpatizantes de Lula, vestidos de rojo, el color del Partido de los Trabajadores (PT), tocaban tambores y agitaban banderas en apoyo al asediado líder populista.

"Gracias a Dios. Esto demuestra que el comunismo no se apoderará de Brasil. Esta vez se hizo justicia", señaló Caique Ferreira, un joven de 25 años que trabaja en un estacionamiento en el centro de San Pablo. La condena de quien supo ser un presidente sumamente popular -Lula da Silva terminó los ocho años de mandato en 2010 con algunos de los índices de aprobación más altos entre los dirigentes elegidos democráticamente a nivel mundial-amenaza con abrir las próximas elecciones de Brasil en 2018.

Si el tribunal de apelaciones confirma la condena, Lula da Silva quedará inhabilitado para presentarse en las elecciones del próximo año, lo que pondrá fin a sus esperanzas de protagonizar un regreso político y dejar afuera a uno de los posibles grandes candidatos de la izquierda brasileña.

"Se trata de un gran golpe a las aspiraciones políticas de Lula", sostuvo Thomaz Favaro, analista político de Control Risks.

Hay pocas figuras por estos días que dividan a los brasileños más que la del hosco ex obrero metalúrgico devenido en sindicalista que perdió parte de un dedo cuando trabajaba en una fábrica.Además de la "operación Lava Jato" por la que fue condenado, los brasileños también están resentidos por el otro legado de Lula da Silva: aprovechar la popularidad de que goza para instalar a su protegida, la ex presidenta Dilma Rousseff, como su sucesora. Durante el gobierno de Rousseff, que fue acusada el año pasado de cometer irregularidades presupuestarias, el país cayó en la peor recesión de la historia.

Moro culpó al ex presidente de aceptar sobornos por más de R$ 3,7 millones materializados en la utilización de un lujoso departamento ubicado sobre la playa, así como costosas refacciones del mismo, entre ellas un ascensor privado, a cargo de la empresa constructora OAS, implicada en el escándalo de Petrobras.
No obstante, Lula da Silva, que permanece en libertad a la espera de que se resuelva la apelación, todavía podría competir en las elecciones del próximo año en caso de que el fallo fuese revocado o no se hiciese lugar a la apelación antes de los comicios. Lula da Silva también tendría que sobrevivir a otras varias causas pendientes.

Los analistas sostienen que aunque se presenta en las elecciones, es poco probable que gane. Si bien viene encabezando las encuestas preliminares, el índice de desaprobación supera con creces a la mayoría de los demás candidatos posibles.

Según los analistas, si se obliga a Lula da Silva a quedar fuera de las elecciones, el escenario podría volverse más fragmentado. Los diversos partidos de izquierda del país presentarán una gama de candidatos menos destacados, como Ciro Gomes, un dirigente populista del pobre nordeste de Brasil.

Entretanto, en el ala derecha, la pérdida de un opositor fuerte como Lula da Silva podría debilitar la decisión de partidos como el pro empresarial PSDB de experimentar con nuevos candidatos.

Miembros novatos del PSDB, como el alcalde de San Pablo, João Doria, empresario devenido en político que se venía preparando para enfrentar a Lula da Silva, podrían quedar desplazados por figuras más consolidadas, como el gobernador del estado de San Pablo Geraldo Alckmin. Esto podría ser un error en un país en el que la aversión hacia los políticos tradicionales alcanza niveles récord.

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