Joe Biden no podrá unir a Estados Unidos

Ningún presidente causó los enfrentamientos que se viven en el país y ninguno los disipará

Con cerca de 300 votos electorales, el presidente electo de EE.UU. se propuso "curar las heridas de la división" y trabajar para "todos los estadounidenses". La perspectiva de "un pueblo unido" no es tan exótica para un hombre criado en el bipartidismo del siglo XX.

Tal vez Donald Trump suprimió una sonrisa de satisfacción cuando ofreció ese gesto de paz hace cuatro noviembres. Pero Barack Obama, George W Bush y Bill Clinton hicieron los mismos ruidos en su propio ingreso a la Casa Blanca. Ya sea que los culpemos a ellos o a la crueldad de su oposición, la realidad es que todos fallaron. Sin duda, para Joe Biden , que "no ve estados rojos y estados azules", quizás la quinta sea la vencida.

No importa cuáles vayan a ser los logros de Biden como presidente, como el desarrollo de una vacuna, o el renacimiento de la OTAN, la unidad nacional no estará entre ellos. Una vez que preste juramento, los republicanos tenderán a redescubrir el conservadurismo fiscal que inexplicablemente pierden entre una presidencia demócrata y la siguiente. Sus nuevos miembros del Congreso, elegidos por Trump, aportarán frescura a la pelea entre partidos. Bloquearán cada paso que quiera dar Biden como jefe de Estado.

A sus dos predecesores demócratas le hicieron tal resistencia que pusieron en duda su legitimidad. Todos perdieron el Congreso en sus primeras elecciones intermedias por movimientos insurgentes que se desviaron hacia los bordes más salvajes de la retórica. La esperanza de que Biden escape de su destino parece descansar en su forma de ser y su inofensivo y aguado centrismo. El partidismo está en la estructura y cultura de Washington. No es una cuestión de éste o aquel presidente.

Éste sigue siendo un país en el que una gran minoría de demócratas se sentiría desdichado si su hijo se casara con un republicano -los republicanos son un poco más relajados frente a la situación inversa. Es un país en el que la ganadora compañera de fórmula, Kamala Harris, puede equiparar la victoria de su partido con simplemente el triunfo de la "ciencia".

Ella es más realista que su jefe. La semana pasada, Trump demostró que un presidente puede hacer casi cualquier cosa y ganar cerca de la mitad de los votos. Al lado de la lealtad de grupo a esta escala, la promesa Biden de "curar" y "unir" puede parecer infantil.

Como él se hizo en un Washington bipartidista, donde los republicanos votaron destituir a su propio Richard Nixon, Biden tiende a verlo como el orden natural de las cosas.  El problema es que el Washington de los 70 nunca fue natural o típico. Era el producto de circunstancias contingentes que ya no se sostienen. Entre ellas estaba la presencia enormemente disciplinadora de un enemigo extranjero.

Mientras EE.UU. enfrentaba una amenaza externa, había límites prudentes a sus disputas internas. Era normal ver una confirmación unánime de un juez de la Corte Suprema y un resultado de 400 votos electorales para un candidato presidencial. No se ve ninguna de las dos cosas desde 1988.

Decir que EE.UU. no se curará no es tener poca fe. El bipartidismo de antaño se conseguía a un precio muy alto: se partían las diferencias en los grandes temas, o directamente las evitaban. El corazón de la tregua posguerra entre los partidos fue un acuerdo tácito de posponer la cuestión de los derechos civiles, por ejemplo.

La mejor que puede hacer Biden para tener cuatro años armoniosos es no intentar nada importante. Si tan sólo la golpeada economía estadounidense o la economía mundial, lo ayudaran, podría darse el lujo de dejar que todo siga su curso.

 

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