Jair Bolsonaro prefiere la guerra cultural que avanzar en reformas económicas

El presidente de Brasil privilegia su lucha contra "la amenaza comunista" y reivindica la religión, la familia tradicional y el uso de armas para defensa personal. Lo acusan de no tener interés en la economía.

Elton do Nascimento rastrilla su pistola 380 de fabricación brasileña y sonríe. "Finalmente tenemos un presidente que entiende lo que queremos", dice, luciendo una camiseta con el mapa de Brasil y la cara del líder de extrema derecha, Jair Bolsonaro, estampada en ella. "Yo sí creo", dice una inscripción, y él no es el único.

Do Nascimento es gerente de un supermercado en la ciudad rural de Treze de Maio, en el estado sureño de Santa Catarina, donde más del 89% de la población votó por Bolsonaro en las elecciones del año pasado. Eso lo convirtió en el municipio donde el presidente aseguró la mayor proporción de votantes.

Atribuye el apoyo de la ciudad a las promesas socialmente conservadoras del ex capitán del ejército. "Religión, familia, mano dura" lo impulsaron a dirigir la campaña electoral en Treze de Maio. "El tema de las armas" también fue crucial, dice el hombre de 28 años que posee tres armas de fuego que está capacitándose para convertirse en oficial de policía y cuyo hermano está estudiando para convertirse en pastor evangélico.

Los partidarios bolsonaristas ponen de manifiesto la división en el núcleo del gobierno que ya lleva ocho meses. Ya que la economía aún no salió del prolongado desplome, el presidente brasileño se encuentra bajo presión para impulsar nuevas reformas económicas, además de la prevista aprobación de una reestructuración del costoso sistema de pensiones. Algunos economistas temen que sin una agenda política sólida el país pueda volver a caer en una recesión.

Sin embargo, Bolsonaro prefiere dedicarse a la política de identidad. El presidente, sus hijos y varios de sus asesores clave quieren que Brasil sea un participante central en lo que consideran una guerra cultural global, inspirándose en nacionalistas como Donald Trump, Viktor Orban y Benjamin Netanyahu.

Después de intentar adoptar un tono pragmático ocasional en los primeros meses de su presidencia, en las últimas semanas intensificó su campaña en torno a los temas de las armas y el cristianismo. En repetidas ocasiones criticó el "marxismo cultural", la "ideología de género" y las "psicosis ambientales" ante la creciente deforestación. "Vamos a deshacernos de toda esta basura en Brasil, basura que es corrupta y comunista", dijo.

Treze de Maio, (13 de mayo) fue nombrado así por la fecha de 1888 en la que se abolió la esclavitud en Brasil. Sin embargo, la ciudad es mayoritariamente blanca y es el tipo de lugar donde se hacen eco las batallas culturales de Bolsonaro. Una mujer que va por el camino lleva una camiseta que dice "la mujer sabia estudia la Biblia". Los coches tienen calcomanías descoloridas en los parabrisas en apoyo al presidente. El dueño de un café imita aullidos de monos cuando tres inmigrantes ghaneses pasan por su tienda. Y luego está el tema de las armas. Al igual que muchos de sus vecinos, Do Nascimento afirma que es "un apasionado de las armas".

Bolsonaro, quien alguna vez fuera un marginado dentro de la política por sus comentarios hostiles sobre los negros brasileños, las mujeres y los homosexuales, así como su admiración por los torturadores de la dictadura militar de Brasil de 1964 a 1985, llegó el año pasado a la presidencia con el apoyo de más de 57 millones de votantes.

Frecuentemente se le describe como un "Trump Tropical" por sus vulgares opiniones derechistas y su uso mordaz de las redes sociales, su ascenso se hace eco de una reacción más amplia en otros países ante el liberalismo cultural.

Para los brasileños adictos a las redes sociales, atemorizados por la violencia criminal, decepcionados por la disminución de los niveles de vida e indignados por la corrupción generalizada durante más de una década de gobierno izquierdista, él ofrecía soluciones simples: una postura dura contra los delincuentes, más medidas enérgicas contra la corrupción y un regreso a los "valores" sociales conservadores. Las crecientes filas de fieles evangélicos, las asediadas fuerzas de seguridad y el grupo de presión de la agroindustria brasileña le brindaron un entusiasta respaldo.

Oponiéndose a los partidos centristas e izquierdistas que han gobernado en gran medida Brasil durante más de tres décadas desde que terminó la dictadura militar, Bolsonaro advierte constantemente sobre una amenaza roja en el país y el riesgo de seguir el camino de Venezuela.

Eduardo Wolf, profesor de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, dice que el presidente cree que "encarna los valores de la nación, la familia, la religión, la seguridad".

"Creo que Bolsonaro no sólo no tiene capacidad para gobernar, sino que tampoco le interesan los problemas que típicamente caracterizan al gobierno. Lo que le interesa — y también a los miembros más allegados e ideológicos del gobierno, sus hijos y su gurú — es la guerra cultural". Y añade: "Puede consumir al gobierno con sus locuras, pero no es un acto de gobierno. No se gobierna librando una guerra cultural. La guerra cultural es simbólica".

Durante los primeros meses de su presidencia, Bolsonaro hizo un esfuerzo por moderar su tono. Pero en las últimas semanas, el presidente intensificó su retórica de guerra cultural, incluso en momentos en que la agenda económica del gobierno está llegando a una fase crítica en el congreso.

Para deleite de sus admiradores, amenazó con encarcelar a un periodista crítico, se burló de las víctimas de la dictadura militar, de Emmanuel Macron y de Angela Merkel por desafiarlo a causa del aumento de la deforestación en la Amazonia, criticó a los potenciales líderes de izquierda entrantes de la vecina Argentina, amenazó con censurar la agencia estatal de cine y usó insultos varias veces para referirse al noreste de Brasil -la zona más pobre del país que ha relacionado con los excrementos-.

Bolsonaro, que fue criado como católico y rebautizado pentecostal en el río Jordán, rebatió la separación de la Iglesia y el Estado y dijo que quiere tener un juez de la Corte Suprema que sea "terriblemente evangélico".

Dejó atónitos incluso a miembros de su propio Partido Social Liberal (PSL), de tendencia conservadora. "Sólo tuvimos paz dos veces este semestre: cuando Twitter tuvo una falla y cuando le sacaron un diente", dijo Alexandre Frota, un actor de cine para adultos convertido en congresista, quien fue expulsado del partido este mes por criticar al presidente.

"Lo que estamos presenciando es un Bolsonaro cada vez más presuntuoso, inflado y atrevido", dice Daniel Lansberg-Rodríguez, experto en América Latina de la Universidad Northwestern.

A pesar de su cómoda victoria en las elecciones, Bolsonaro no pudo aún salirse con la suya. Enfrentó rechazo en el congreso y en la corte suprema a algunas de sus propuestas más polémicas. "Por ahora, al menos, el juego político parece haber demostrado que nuestros filtros institucionales han funcionado", dice Wolf.

Uno de los enfrentamientos se relacionaba con el uso de decretos presidenciales para relajar los controles de armas. El presidente cree que esto ayudará a combatir la delincuencia rampante al aumentar la disponibilidad de las armas. Sin embargo, el congreso rechazó rápidamente las directivas por ser inconstitucionales y Bolsonaro decidió retirarlas. Mientras tanto, la corte suprema votó a favor de criminalizar la homofobia, una decisión que fue denunciada por el presidente.

Algunas de las cuestiones que persigue Bolsonaro — entre las que se incluyen la relajación de las leyes sobre armas de fuego, la reducción de los fondos para las universidades federales y la autorización de un mayor desarrollo comercial de tierras protegidas en la Amazonia — no gozan de apoyo universal. Una encuesta muestra que más del 65% de los encuestados dijo que la retórica de Bolsonaro es un impedimento para el país y su gobierno.

Sin embargo, los partidarios de Bolsonaro no se han rendido. "Los ciudadanos brasileños siempre tuvieron la aspiración de tener una cultura de armas, pero nunca tuvieron la oportunidad. Es sólo ahora, con un gobierno de derecha, que podríamos tenerla", dice Waldir Soares de Oliveira, un congresista del PSL, y añadió que el proyecto de ley "seguramente" se aprobará este año.

Una crisis que condiciona a la política

Aunque el presidente respalda a su equipo económico, no le interesan mucho las reformas que preparan, señalan algunas personas que trabajan en el gobierno. Algunos temen que el mandatario, con la mira puesta en la reelección en 2022, utilice su capital político en su agenda social para estimular a sus partidarios más leales.

"Una vez que se implementen las grandes reformas económicas, vamos a ver cosas potencialmente escalofriantes", advierte un alto diplomático en Brasilia.

Brasil corre el riesgo de caer en una recesión en el segundo trimestre. El ministro de Economía, Paulo Guedes, busca una serie de reformas económicas, incluyendo privatizaciones, reforma tributaria y reforma previsional, que se considera clave para fortalecer las finanzas públicas.

La capacidad del presidente Bolsonaro para impulsar sus objetivos políticos depende en gran medida de si la economía de Brasil acelera su crecimiento y disminuyen las altas tasas de desempleo, dice Julian Borba, politólogo de la Universidad Federal de Santa Catarina en Florianópolis.

"El éxito económico ayudaría a poner en práctica su agenda de valores con legitimidad, lo cual movilizaría aún más a sus partidarios", dice Borba.

"El mayor riesgo para el 'bolsonarismo' como proyecto nacional es una economía en crisis", asegura.

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