Financial Times: por qué los europeos ya no sueñan con vivir en Estados Unidos

Antes era considerado un lugar para reinventarse. En el Viejo Continente le tenían envidia a los estadounidenses, ahora sienten compasión por ellos. Se parece a lo que ocurrió con Argentina en 2002

En la primera novela del escritor Franz Kafka, América (1927), un adolescente de Europa central es enviado a Estados Unidos como castigo por haberse dejado "seducir" por la criada de la familia. En el puerto de Nueva York lo espera su adinerado tío, que resulta ser un senador estadounidense. El capitán del barco lo felicita: "Ahora te espera una brillante carrera."

Kafka se burlaba del sueño europeo de vivir en Estados Unidos, que también había llegado a su propia familia. Su primo Otto había emigrado a Norteamérica sin hablar inglés y terminó fundando Kafka Export Company. Como innumerables europeos, yo también crecí soñando con EE.UU. La lenta muerte de ese sueño cambió la imaginación europea.

Cuando yo tenía 10 años en 1980, nos mudamos a Palo Alto, California, porque mi padre, un académico, daría clases en Stanford durante un año. En esos tiempos anteriores a los multimillonarios de la tecnología, Palo Alto era una encantadora ciudad universitaria donde el salario de un profesor nos alcanzaba para vivir en una amplia casa de madera sobre una avenida arbolada.

Una mañana soleada, poco después de llegar, vimos cómo un camión trasladaba una vieja casa a un lugar mejor. Esto, pensé, es Estados Unidos: si algo en tu vida no es perfecto, lo resuelves.

En 1993, regresé a EE.UU. para un año glorioso en la universidad. Una noche en una fiesta me encontré con un británico con acento londinense de clase trabajadora que había encontrado la felicidad en Boston, ciudad en la que nadie se preocupaba por ubicarlo en la escala de clases. EE.UU. era un lugar donde los europeos podían reinventarse. Empecé a buscar trabajo allí pero mis planes se descarrilaron cuando el Financial Times me hizo una oferta laboral. Decidí aprovecharla, pensando que Norteamérica seguiría ahí para más adelante.

Años después la vida en EE.UU. empezó a perder atractivo. En 2009, conocí a un palestino en el Golfo que le enviaba dinero a un pariente en California que había quebrado por la crisis financiera.

Actualmente, el ingreso promedio por hora en EE.UU. es más o menos el mismo que cuando me mudé a Palo Alto. Veo amigos estadounidenses que se pasan la vida preocupados por el pago de su salud, sus deudas universitarias, la educación universitaria de sus hijos y su propia jubilación. Me recuerdan al personaje de América que trabaja de cadete de día y estudia de noche. Cuando se le pregunta cuándo duerme, responde: "Dormiré cuando termine mis estudios. Por ahora tomo café negro".

La actitud de los europeos hacia los norteamericanos está cambiando; de tenerles envidia pasaron a sentir compasión por ellos. La pasada primavera, donantes irlandeses recaudaron millones de dólares para el pueblo nativo norteamericano Choctaw devastado por el coronavirus. El regalo fue un agradecimiento: en 1847, los Choctaw habían enviado dinero a los irlandeses asolados por lo que se llamó "la hambruna de la papa".

La respuesta obvia a todo esto es que la gente que vive en nuestra vieja casa de Palo Alto (ahora valuada en u$s 5,4 millones) son ricos más allá de lo que puedo imaginar y trabajan para empresas que dan forma a mi existencia. Es cierto, aunque en Escandinavia hay más chances de convertirse en multimillonario que en Estados Unidos. Es sabido también que la movilidad social en el norte de Europa ahora es mayor. También están los catastróficos incendios forestales en California que este verano iluminaron de color naranja los cielos de Palo Alto.

Lo que ocurre en Estados Unidos hoy me recuerda a Argentina. Cuando estuve en Buenos Aires en 2002 entrevistando a descendientes de italianos, españoles, británicos y polacos durante otra crisis financiera, pensé: sus abuelos se fueron al país equivocado. Deberían haber emigrado a Norteamérica.

Un historiador argentino me dio la razón: a principios del siglo pasado, esa gente tomó la decisión correcta. No podían saber que lo más valioso que dejaban atrás serían sus certificados de nacimiento europeos. En 2002, sus nietos hacían fila para obtener los pasaportes en los consulados españoles e italianos.

Del mismo modo, los pobres granjeros escandinavos que poblaron el centro de Estados Unidos eligieron a dónde emigrar de manera sensata. Pero sus parientes que se quedaron en su país terminaron viviendo mejor. Donald Trump quiere menos inmigrantes provenientes de "países de mierda" y más "de lugares como Noruega".

La pregunta es por qué los noruegos querrían ir hoy a Estados Unidos, excepto como trabajadores de ayuda humanitaria. Al contrario, sospecho que muchos estadounidenses de origen escandinavo, alemán e irlandés ahora están buscando en el altillo el certificado de nacimiento del abuelo.

Traducción: Mariana Oriolo

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