FT: una nueva crisis mundial en Asia Oriental sería peor que la pandemia

El orgullo y la paranoia de China son una combinación peligrosa para el mundo. El gobierno de Xi Jinping está implementando políticas más agresivas y crece la preocupación por el comportamiento de Beijing

¿Qué está haciendo China? Desde Hong Kong a Taiwán y desde el Mar del Sur de China hasta la frontera india, el gobierno chino, dirigido por el presidente Xi Jinping, está implementando políticas más agresivas. Existe una creciente preocupación acerca del comportamiento de Beijing, no sólo en Washington sino también en Delhi, Londres, Tokio y Canberra.

El gobierno chino tal vez crea que debido al coronavirus éste es un buen momento para actuar, ya que el mundo está distraído con otras cosas. La agitación en las calles de EE.UU. ha dividido y distraído aún más al Occidente. Pero las democracias no pueden darse el lujo de no prestarle atención a la situación en Asia Oriental. Una nueva crisis global podría estallar fácilmente, con consecuencias a largo plazo incluso más graves que la pandemia.

La creciente asertividad de Beijing refleja tanto orgullo como paranoia.

Después de 40 años de rápido crecimiento económico, China es ahora, según algunas medidas, la economía más grande del mundo. Su armada tiene más buques de guerra y submarinos que EE.UU. Su Internet está lleno de conversaciones nacionalistas sobre el surgimiento inexorable de la nación.

Junto con el orgullo, hay muchas razones para la creciente paranoia en los niveles más altos del gobierno en Beijing. En los últimos 12 meses Xi ha enfrentado una serie de amenazas y desafíos sin precedentes. A raíz de la pandemia, China fue ampliamente acusada de responsabilidad por una calamidad global. Un régimen que solía creer que necesitaba un crecimiento del 8% anual para mantener la estabilidad social ahora tiene que lidiar con una profunda contracción económica, agravada por una guerra comercial con EE.UU. Las protestas a favor de la democracia en Hong Kong continuaron por más de un año y representan un grave desafío para la autoridad del partido comunista. Y en enero, el presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen, obtuvo una aplastante victoria de reelección, una humillación para Beijing que había trabajado arduamente para socavarla.

Todo esto parece estar creando una mentalidad de asedio en el gobierno. En respuesta, Beijing intensificó su llamado al nacionalismo. El objetivo de la propaganda es unir a la gente en contra de las amenazas externas y desviar la ira sobre Covid-19 hacia el exterior, hacia el mundo más allá de China.

Las políticas externas e internas de Beijing son cada vez más audaces y agresivas. Se impondrá una nueva ley de seguridad nacional a Hong Kong, que amenaza con infligir censura al estilo continental en una ciudad libre. Se han intensificado los ejercicios militares y la retórica para intimidar a Taiwán. La actividad naval de confrontación en el Mar del Sur de China también ha aumentado, dirigida en contra de reclamantes rivales en la región como Malasia y Vietnam. Miles de tropas chinas han batallado con las fuerzas de India en su frontera en disputa, aunque sin muertes conocidas. Algunos funcionarios de línea dura en Delhi afirman que China se apoderó de cerca de 40 a 60 kilómetros cuadrados de territorio indio. Los países que se atreven a criticar a China por Covid-19 están recibiendo una dosis de diplomacia del lobo guerrero; Beijing incluso impuso aranceles a algunas exportaciones australianas, después de que Canberra solicitó una investigación internacional.

El hecho de que China sea la potencia en auge del siglo XXI significa que las acciones de Beijing ahora tienen implicaciones globales. 

La política de China siempre ha sido 'castigar' a los países que molestan a Beijing. Las naciones o líderes extranjeros que irritan a China son excluidos de las reuniones y acuerdos comerciales. Estas tácticas a menudo han sido efectivas porque la respuesta global está muy dividida. Los críticos de Beijing pueden ser objeto de castigo, como acaba de suceder con Australia. Con los años, China aprendió que una respuesta agresiva a menudo funciona, persuadiendo a los críticos extranjeros a retroceder.

Cambiar ese patrón de comportamiento requerirá una respuesta más unificada, basada en principios de las democracias del mundo, tal vez a través de la formación de un grupo de contacto permanente para discutir la política hacia China. Dada la paranoia y el nacionalismo en Beijing, existe claramente el peligro de que una respuesta más dura y coordinada provoque una reacción aún más agresiva. Pero el mayor peligro es que el mundo exterior tal vez está demasiado distraído, dividido e intimidado para responder de manera coherente. Eso puede persuadir a Beijing a tomar demasiadas decisiones riesgosas, hundiendo al mundo en una nueva y peligrosa crisis.

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