El triunfo del hombre que puede desestabilizar la economía mundial
Sus propuestas fiscales otorgarían enormes beneficios a los estadounidenses ricos como él
Donald Trump ha ganado la presidencia, a pesar de haber perdido el voto popular. Como resultado, EE.UU. ha elegido como su próximo presidente a un hombre cuya inexperiencia, carácter, temperamento y conocimiento parecen no ser adecuados para desempeñar este alto cargo. Las consecuencias de una presidencia de Trump serán numerosas y diversas. Pero las económicas no serán las menos importantes. Su administración podría incluso revertir la globalización, desestabilizar el sistema financiero, debilitar las finanzas públicas estadounidenses y atentar contra la confianza en el dólar. La globalización liderada por EE.UU. ya es frágil. Y es probable que Trump la lleve a la tumba. Después de su victoria, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) parece haber muerto. Eso podría dar una oportunidad a una alternativa liderada por Beijing: la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, por sus siglas en inglés). Pero es probable que el TPP no sea reemplazado. El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés) estaba moribundo y ahora ha fallecido. Trump también ha sugerido la derogación o renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés).
Sobre todo, él ha sugerido subir los aranceles aduaneros, especialmente sobre las importaciones provenientes de China y México, "para disuadir a las compañías de despedir a sus trabajadores con el fin de trasladarse a otros países y enviar sus productos a Norteamérica libres de impuestos". Es casi seguro que estas medidas serían contrarias a las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Y también crearían el riesgo de generar represalias. Los costos para EE.UU., el comercio mundial y la credibilidad del sistema comercial podrían resultar extremadamente elevados.
Un segundo tema de preocupación es la regulación financiera. Trump ha apoyado la derogación de la Ley Dodd-Frank de 2010, que fue la respuesta regulatoria a la crisis financiera. Numerosas instituciones financieras la detestan. Sin embargo, la cuestión es si sería reemplazada por una alternativa más eficaz o por un regreso a la situación anterior a la crisis en la que todo estaba permitido.
Si sucede esto último, sin duda aumentarían las posibilidades de ocasionar otra crisis, posiblemente de mayor magnitud. Sin embargo, en materia de regulación financiera, a diferencia de en materia de comercio, el populismo de Trump podría proteger a EE.UU. de los peores instintos desreguladores de los legisladores republicanos, en lugar de lo opuesto.
Trump también quiere subir significativamente la inversión en infraestructura y bajar impuestos. Lo primero sería deseable, sobre todo si los proyectos fueran sensatos. De hecho, sería increíblemente irónico que Trump aplicara, con el apoyo republicano en el Congreso, precisamente el tipo de estímulo fiscal keynesiano al que los legisladores de su partido rotundamente se opusieron cuando la administración de Barack Obama lo sugirió en 2009. Desafortunadamente, el momento sería mucho menos oportuno, ya que la economía estadounidense de hoy está infinitamente más cerca del pleno empleo de lo que estaba en aquel entonces.
Las propuestas en relación con los impuestos otorgarían enormes beneficios a estadounidenses que ya son ricos, como el mismo Trump. Según el Centro de Política Tributaria, el plan más reciente de Trump elevaría los ingresos después de impuestos de aquellos en el tercer quintil de la distribución de ingresos en u$s 1010 ó 1,8%. Sin embargo, el 0,1% más rico de la población se beneficiaría de un recorte tributario medio de casi u$s1,1 millones, o más del 14% de los ingresos después de impuestos. El aumento acumulativo de la deuda federal podría ser de 25% del PBI en 2026. Los legisladores republicanos podrían querer compensar este último punto, al menos parcialmente, disminuyendo drásticamente los gastos, incluyendo en el seguro social y en la salud. Pero Trump se opone a esto.
Entonces, la unión del populismo de Trump con la obsesión por recortes fiscales de los republicanos podría ocasionar enormes y permanentes aumentos en los déficits fiscales. Por lo tanto, esto representaría un gran desafío para la Reserva Federal (Fed) de EE.UU. La respuesta obvia sería endurecer la política monetaria. Trump señaló que está a favor de hacerlo. Pero también ha indicado que la economía debería crecer a cerca de 4% anual. Eso parece imposible dado el lento crecimiento de la fuerza laboral.
Sin embargo, cuando opte por reemplazar a Janet Yellen, la presidenta de la Fed cuyo mandato finaliza en 2018, Trump podría buscar a alguien que maneje la política monetaria asumiendo que ese crecimiento sería factible. El resultado sería la clásica mezcla populista de políticas fiscales y monetarias ultrablandas. Es probable que los efectos sean una inflación creciente, mayores tasas de interés nominales a largo plazo y un dólar débil. Eso podría determinar una transformación en el régimen monetario global. Incluso podría generar el tipo de ambiente experimentado durante la década de 1970, cuando el presidente Richard Nixon y Arthur Burns, el presidente de la Fed, estaban a cargo.
Lo que realmente suceda dependerá de si Trump hará como presidente lo que declaró como candidato, y de su interacción con el Congreso. Algunos sugieren que personas más sabias contendrán sus excesos. Pero existe poco en su comportamiento pasado que sugiera que eso sea realmente posible. No nos equivoquemos: el triunfo de Trump podría desestabilizar la economía estadounidense y la mundial.