El odio se transformó en un factor electoral decisivo a nivel global

La política de la agresión personal diseñada para despertar la ira o el miedo se convirtió en moneda corriente. Las posiciones extremas fomentan lo que en Estados Unidos llaman "partidismo negativo"

En una fresca mañana de marzo de 2016 me desperté en el departamento de un amigo en Brooklyn y me dirigí a Peter Pan Donut & Pastry, un extraño local de donas y facturas de los años 50 ubicado en el aburguesado barrio de Greenpoint.

En cuanto me senté, me empezó a charlar un hombre ubicado al otro lado de la mesa -primero sobre su vida personal y luego sobre política. Iba a votar a Donald Trump en las elecciones de ese noviembre (si Trump se convertía en el candidato republicano, como se esperaba). Me sorprendió. Este señor encantador con fuerte acento neoyorquino, que había votado a Barack Obama en 2012, no era el tipo de persona que yo había imaginado como seguidor de Trump. La anciana sentada a su lado, también votante de Obama, dijo que creía que directamente no iba a votar. ¿Por qué?, les pregunté. Ninguno de los dos soportaba a Hillary Clinton.

Fue la primera de muchas conversaciones de ese tipo que tuve durante mi viaje de dos semanas por ambas costas de EE.UU. esa primavera. Se podía palpar un intenso odio hacia Hillary Clinton que desde el Reino Unido no se veía. Regresé de mi viaje convencida de que, a pesar de que las encuestas mostraban que llevaba la delantera, esta animosidad visceral hacia ella sería suficiente para entregarle la victoria a Trump.

Debido al coronavirus este año no pude viajar a EE.UU. en la previa a las elecciones del próximo mes. Pero cuando le pregunté a mi amiga qué opinaban ella y su marido sobre el debate presidencial del mes pasado, me respondió que no lo habían visto. ¿Por qué?, le pregunté. Ninguno de los dos soporta a Trump.

En los últimos años, el odio se ha convertido en un factor electoral determinante a ambos lados del Atlántico. En el Reino Unido, las encuestas muestran que la antipatía por el ex líder laborista Jeremy Corbyn fue crucial para el triunfo del primer ministro Boris Johnson en las elecciones de 2019. Durante el período previo al referéndum por el Brexit en 2016, el odio abierto a la "burocracia" de la UE -y la hostilidad más disimulada hacia los inmigrantes- fue clave en el mensaje de quienes hacían campaña a favor de abandonar el bloque.

El odio en la política, por supuesto, no es nuevo. Recuerdo que cuando era chica mi padre irlandés, un católico devoto, me alentaba a rezar por todos en el mundo excepto por Margaret Thatcher, la líder cuya rígida actitud hacia los problemas en Irlanda del Norte causaba furia. Estoy segura de que no fuimos la única familia criada para odiar a Thatcher. Pero en ese entonces, el odio no era una poderosa herramienta política desplegada por los que terminan ganando. El eslogan político de los Tories en 1979 "El laborismo no funciona" buscaba provocar emociones negativas, pero no odio hacia un individuo en particular. Hoy las agresiones personales diseñadas para generar sentimientos de odio o miedo se convirtieron en moneda corriente.

"Algo que sucede en las democracias de los últimos años es la movilización en torno a una amenaza compartida", contó William Davies, teórico político y sociólogo. "La idea de que estamos en peligro debido a 'esa persona de ahí' es un poderoso mensaje en los actos electorales."

Es muy fácil usar Internet -con todo su poder de agitación - como chivo expiatorio para esta respuesta emocional exacerbada, pero que definitivamente es parte de la historia. Las posiciones extremas tienen su recompensa en las redes sociales, y eso aumenta la polarización y fomenta lo que los científicos políticos estadounidenses llaman "partidismo negativo".

Explotar el odio de esta manera es malo para la democracia y para el debate racional. Pero, como bien sabe Trump, puede ser extremadamente eficaz. Pero esta vez se enfrenta a una tarea más difícil: "El Dormilón Joe" no provoca el tipo de emoción que sí generaba "Hillary, la retorcida". Y el presidente ahora es el mayor blanco de odio.

El problema de Trump es que sus propias tácticas se le volvieron en contra. Eso hará que le sea mucho más difícil ganar las elecciones.

Traducción: Mariana Oriolo

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