El nuevo secretario de Estado deberá agudizar su ingenio

Hay relatos encontrados sobre cómo y cuándo Rex Tillerson supo que había sido reemplazado. Lo que queda claro es que fue repentino, y que el secretario de Estado estadounidense no lo escuchó del presidente. Durante el día de ayer los dos no habían hablado, pero el presidente le dijo a los periodistas que Rex estará mucho más contento ahora. Esto resume el actual estado de la administración Trump, donde la mezquindad personal compite con el capricho autocrático en medio del caos general.

Tillerson es el segundo alto funcionario en dejar el gobierno en las últimas semanas, siendo el último Gary Cohn, que se desempeñaba como principal asesor económico del presidente. Ambos hombres representaban el ala globalista de la administración Trump: empresarios multimillonarios con gran experiencia que podían darse el lujo de estar en desacuerdo con el mandatario.

Las opiniones de Tillerson _sobre el acuerdo nuclear de Irán, Rusia, comercio, calentamiento global_ eran pragmáticas, como corresponde a un CEO que durante mucho tiempo condujo Exxon, el gigante del petróleo y gas. Sin embargo, el texano era un espantoso secretario de Estado. Presidió la aniquilación de cuerpos diplomáticos estadounidenses. Aparentemente, su objetivo era eliminar grasa. De hecho, llegó al hueso, por lo que perdió docenas de profesionales capacitados con gran experiencia a quienes llevará una década reemplazar. No es un tema menor. La diplomacia, tal como admite cualquier general de las fuerzas armadas, es la contraparte esencial del poder militar.

El equivocado golpe que le dio Tillerson al Departamento de Estado tuvo un impacto tangible. Las embajadas de, por ejemplo, Turquía, Egipto, Alemania y Corea del Sur siguen vacantes. Todos esos países son importantes desde el punto de vista estratégico, especialmente Seúl, donde el callejón sin salida nuclear en el que se encuentra con Corea del Norte podría conducir a una guerra en la península.

Entre las muchas tareas de Tillerson estaba llevarse bien tanto con sus superiores como sus subordinados. Y no pudo hacerlo. Su relación con el presidente fue fría desde un principio. No era capaz de evitar que sus desacuerdos se convirtieran en incómodas desaveniencias públicas. Con frecuencia lo tomaba por sorpresa algún pronunciamiento presidencial, como sucedió con la idea de armar una cumbre de alto riesgo con el líder norcoreano Kim Jong Un.

La eficiencia del Departamento de Estado depende de la relación con el presidente. Quienes contaron con la confianza del morador de la Oficina Oval se fortalecieron, especialmente James Baker junto al presidente George HW Bush a fines de la guerra fría. La buena noticia sobre el reemplazo de Tillerson _Mike Pompeo, jefe de la CIA_ es que filosóficamente está más cerca del presidente y tiene mejores posibilidades de mantenerlo contento. La pregunta es si la mayor armonía conducirá a una política exterior más coordinada, donde la diplomacia tenga un lugar adecuado en la mesa.

Pompeo, ex empresario convertido en legislador del Tea Party, es ex alumno de West Point. Es un halcón en cuanto al acuerdo nuclear de Irán pero, a diferencia de Trump, no tiene miedo de criticar a Rusia, especialmente por la toma de Crimea por parte de Moscú y la invasión del este de Ucrania.

El desafío de Pompeo será hacer lo que Tillerson notablemente no logró: moderar la actitud despectiva de Trump hacia los aliados de Estados Unidos que termina disminuyendo el poder del país. Debería también asegurarse de que las políticas del presidente hagan a un todo coherente. Con demasiada habitualidad, los esfuerzos de Trump para que EE.UU. primero llegue a un área _por ejemplo, los aranceles al comercio_ son negativos para los intereses norteamericanos en otras áreas, como armar una alianza contra Corea del Norte.

Pompeo podría fracasar por la simple razón de que su tarea es imposible. Trump aparentemente es incapaz de sostener el trabajo en equipo. Él prospera en el caos. Pero el mundo necesita un liderazgo estadounidense constante. Pompeo debería transmitir eso a Trump, no necesariamente en términos diplomáticos.

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