El año pasado Mauricio Macri, el presidente saliente de Argentina, recurrió al FMI tras una significativa devaluación del peso en 2018 que se intensificó este año tras un pésimo resultado en elecciones primarias. Las dos partes acordaron las políticas que causaron la crisis en el marco de un paquete de rescate de u$s 57.000 millones, el mayor en la historia del Fondo. Ese programa fracasó y el pueblo argentino eligió la fórmula Fernández-Fernández emitiendo un voto de no confianza.
Kristalina Georgieva, la nueva directora gerente del FMI, hereda los errores de su predecesora, Christine Lagarde, y de Macri. Pero tiene una segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Por el futuro del país, la reputación del FMI y las perspectivas de la economía mundial, es esencial renegociar el paquete de medidas de manera tal que coloque a la Argentina en la senda de la estabilidad y el crecimiento.
Por los anteriores errores del FMI, muchos países emergentes y en desarrollo han acumulado reservas de divisas como forma de seguro, para evitar tener que acudir al Fondo. Esto equivale a una gran transferencia de riqueza hacia las economías avanzadas, capital que podría destinarse a inversiones productivas si el FMI funcionara de la manera en que fue diseñado.
Alberto Fernández prometió respetar todos los contratos y hacer un esfuerzo para pagar las obligaciones de Argentina. Sería equivocado describir al nuevo gobierno de irresponsable.
Georgieva y el directorio del FMI deberían evitar cualquier sugerencia de este tipo y trabajar para calmar los mercados, brindar un margen fiscal para que el nuevo gobierno pueda promover la recuperación y tener un rol en el reperfilamiento de las obligaciones de deuda externa argentina.
Fernández fue jefe de gabinete del difunto presidente Néstor Kirchner durante todo su mandato, de 2003 a 2007. Juntos, hicieron un esfuerzo responsable para renegociar las deudas de Argentina sobre una base sostenible. No sólo se redujo la deuda externa de u$s 140.000 a u$s 65.000 millones, sino que el gobierno también mantuvo superávit fiscal primario durante esos años.
El FMI debería tomarse más en serio su propia investigación sobre el papel de la política fiscal y la gestión de los flujos de capital. La misma demuestra que las políticas de austeridad tienen un impacto negativo en el crecimiento económico y el empleo, como admitió Olivier Blanchard, el entonces economista jefe del FMI y, por consiguiente, en las cuentas fiscales.
Esas políticas hacen que sea difícil enfrentar el aumento de la pobreza y aumentan la probabilidad de conflictos sociales en una situación ya de por si turbulenta. Los controles de capital son fundamentales para evitar la inestabilidad financiera y la fuga de capitales y, por lo tanto, son cruciales para la gestión macroprudencial. El Fondo los aplicó como política y se implementaron en programas para Islandia, Ucrania y otros países.
El FMI también debería coordinar con las principales instituciones financieras de desarrollo que operan en la región, como el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y el Banco Interamericano de Desarrollo para poner en marcha un paquete de crecimiento anticíclico que incluiría la inversión en infraestructura respetuosa del clima y socialmente inclusiva.
Fernández dijo que está dispuesto a negociar con el FMI. Pero necesita margen para mejorar la situación interna de Argentina. El Fondo tiene la oportunidad de estar a la altura de los ideales de sus fundadores en la conferencia de Bretton Woods, cuando Harry Dexter White y John Maynard Keynes lo vieron no como una herramienta para la promoción de los intereses de los acreedores por encima de todo, sino como una institución equilibrada capaz de promover el ajuste sin causar recesiones y malestar social.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Kevin Gallagher, profesor y director de la Escuela de Estudios Globales Pardee.
Matías Vernengo, profesor de Economía en Bucknell University
Traducción: Mariana Oriolo
Facebook Twitter Linkedin Whatsapp Instagram