Después de Fidel Castro seguirá la apertura en Cuba

Esta vez, la noticia de la muerte de Fidel Castro es una realidad y no producto de una ilusión. La revolución cubana murió el viernes. Se hablará de su legado en los próximos días, pero irónicamente su fallecimiento es mayormente simbólico: La Habana hace años que se prepara para este momento. Desde que lo aquejó una seria enfermedad hace una década, lo reemplaza su hermano menor Raúl Castro, de 85 años.

Sin embargo, los símbolos son importantes. Durante los últimos ocho años, Raúl _impulsado por el derrumbe económico de Venezuela, el aliado más cercano de Cuba_, emprendió un modesto programa de reformas económicas. También recibió a Barack Obama, que visitó La Habana a principios de este año, la culminación de los esfuerzos del presidente de EE.UU. por reconciliar a los países tras medio siglo de enemistad mutua. Fidel se oponía a eso.

Aunque retirado, la línea dura lo trataba como tribunal de apelaciones contra las reformas locales. Incluso como abuelito inválido vestido con un cómodo jogging, era un símbolo para todos los que en EE.UU. se oponen a las relaciones más estrechas. Por lo tanto, la muerte de Fidel aumenta las probabilidades de que haya un cambio. Le da a Raúl espacio para hacer las reformas locales que tanto necesita Cuba. También eliminaría la barrera emocional a un mayor compromiso norteamericano.

Mucho depende de si el presidente electo Donald Trump decide apoyar o desafiar a La Habana comunista. Durante su campaña Trump dio mensajes contradictorios respecto a Cuba. Dijo en ocasiones que seguiría con la política de Obama de recomponer las relaciones diplomáticas y suavizar las restricciones para viajar, aunque conseguiría "un mejor acuerdo". En otros momentos aseguró que daría todo marcha atrás.

Trump podría presionar a La Habana para que otorgue concesiones _libertad para los prisioneros políticos o acceso preferencial para los productos estadounidenses al mercado cubano_ y demostrar así que es un hombre fuerte.

Es poco probable que Cuba brinde motivos inmediatos para que las relaciones sean cordiales. La respuesta habitual de La Habana frente a la incertidumbre es confinarse en el búnker. Puede haber represalias contra los disidentes. En medio de una semana de duelo nacional, el gobierno inició una campaña para que miles de cubanos firmen la promesa de ser fieles a las "ideas de Fidel y nuestro socialismo". La burocracia socialista es inherentemente opuesta al cambio. Y si Raúl deja el poder en 2018, tal como prometió, sus hijos y parientes políticos podrían sostener la dinastía.

Pero Cuba _que dejó de recibir apoyo financiero de Venezuela_ se encuentra en una posición de debilidad. Si Trump realmente cree que "Estados Unidos primero", se comprometerá con La Habana. A Norteamérica le conviene competir con Rusia y China en El Caribe, y permitir que las empresas estadounidenses ingresen a Cuba.

Cuba, que toma una postura dura contra el tráfico de drogas y jugó un rol clave en lograr que los rebeldes marxistas colombianos depongan sus armas, es un aliado natural contra el terrorismo. Continuar la reconciliación no garantiza un final feliz de la era Fidel, pero aumenta las chances de un aterrizaje suave. La alternativa es dar un portazo. Eso sólo entorpecería, en vez de acelerar, los limitados pero importantes cambios que se están produciendo en Cuba, que mejoraron la vida de muchos cubanos y debilitaron el control del Estado sobre sus vidas. Para Fidel, revertir ese progreso sería su última victoria desde la tumba.

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