Cómo lograr que el capitalismo funcione para todo el mundo

Después de cuatro décadas de creciente desigualdad, la crisis provocada por el Covid-19 es una oportunidad para cambiar las reglas. Los cinco objetivos que éstas deberían cumplir para ser efectivas

La pandemia y el confinamiento demostraron cómo dependemos para vivir, no sólo de médicos y enfermeras, sino también de trabajos más modestos como los de limpieza y los de cuidadores, repositores, choferes y cajeros. El aplauso semanal para el personal de la salud consagró este nuevo reconocimiento.

Este fugaz momento de reordenamiento moral choca claramente con la realidad económica subyacente. En muchos países ricos, décadas de polarización económica dejaron a esos trabajadores no sólo con malos sueldos, sino con contratos temporarios, patrones de cambio erráticos e ingresos impredecibles. Esa "precariedad" implica una inseguridad laboral que empeoró con el confinamiento.

¿Cómo llegamos a esta situación? ¿Cómo llegó a ser mal pago y precario gran parte del trabajo considerado esencial? ¿Y cómo afecta la polarización económica la manera en que funcionan nuestras sociedades y la política? Éstas son preguntas que la pandemia de Covid-19 nos obliga a hacer. Ya eran difíciles de ignorar mucho antes de esta crisis.

La pandemia también pone de manifiesto las fuerzas que ya operaban antes. Donald Trump, los arquitectos del Brexit y los movimientos populistas en toda Europa lograron crecer apelando a grupos que se sentían olvidados por las élites y que consideraban que el sistema económico estaba armado en contra ellos. De hecho, han prometido engendrar el tipo de reordenamiento moral que vislumbramos ahora.

Desde fines de los '70 todas las economías occidentales, aunque algunas mucho más que otras, han sufrido fracturas económicas que también polarizaron a las sociedades política y culturalmente. Pasamos de una economía de pertenencia a una economía dividida entre los exitosos y los olvidados.

Es un error pensar que el cambio de una economía industrial a una economía basada en el conocimiento significó la desaparición de la manufactura o su traslado a China y otros países de mano de obra barata. De hecho, la mayor parte de las economías ricas producen actualmente casi la misma cantidad de cosas que siempre.

Lo que cambió fue que las fábricas ya no absorbían la misma fuerza laboral. La creciente productividad mediante la automatización y el mejor know-how provocaron que se necesitaran menos manos en las líneas de montaje. Se crearon nuevos empleos en los servicios, pero muchos de ellos eran menos productivos, peor remunerados y menos seguros que los que reemplazaban.

La transformación tecnológica no se limitó a los trabajos fabriles. La informática acabó con muchos empleos de oficina. Internet trastocó el comercio minorista.

En general, estos cambios no son culpa de la globalización, el chivo expiatorio de la insurgencia populista, sino de giros impulsados por la tecnología y combinados con políticas que reforzaron las fuerzas subyacentes de la divergencia. Por ejemplo, los países occidentales redujeron cargas fiscales sobre el capital y sobre los salarios altos.

El último efecto —la desigualdad regional— es quizás el más corrosivo para nuestra política. Los empleos altamente remunerados y el capital se concentraron en las grandes áreas metropolitanas, sobre todo en las ciudades capitales, mientras que las regiones periféricas se quedaron sin inversión de capital y buenas perspectivas laborales.

El momento de claridad moral provocado por la pandemia abre una oportunidad política para "reconstruir mejor" para que la economía funcione para todos.

La Gran Depresión fue un desastre económico tan grande que derivó en extremismos nunca antes vistos: en EE.UU., las hiperactivas reformas del New Deal de Franklin Roosevelt; innovadores compromisos entre capital y mano de obra en Escandinavia; y en Europa continental, el fascismo. ¿Podrían las consecuencias económicas de la pandemia de Covid-19 provocar un cambio radical y, de ser así, cómo podríamos convertirlo en una fuerza positiva?

No renunciaría a la globalización. En cambio, para zanjar las fracturas económicas que hemos permitido en los últimos 40 años, creo que cualquier programa necesitaría cumplir cinco objetivos.

Primero, descartaría los modelos de negocio basados en el uso de mano de obra de baja productividad y haría uso de la automatización en lugar de resistirla. Eso significa permitir que desaparezcan los empleos de baja productividad mediante la competencia por empleos de más productivos. Escandinavia ha demostrado hace tiempo que eso es posible.

Segundo, el programa tendría que desplazar más riesgos laborales de los empleados hacia los empleadores y el sistema de bienestar.

Juntos, estos dos principios apuntan hacia salarios mínimos más altos, un ingreso básico universal (o su equivalente que requiera menos presupuesto), generosos fondos públicos para educación y movilidad laboral, y una estricta aplicación de las normas laborales.

Tercero, podemos reformar los impuestos para contrarrestar la divergencia económica en lugar de intensificarla. Eso significa bajar los impuestos que penalizan la contratación. Para financiar eso se deben subir otros impuestos. Los mejores candidatos son un gravamen al patrimonio —el cual favorece a quienes usan su capital de manera más productiva— y aumentar los ingresos fiscales provenientes de las emisiones de carbono.

Cuarto, la política macroeconómica y del sector financiero puede reformarse en favor de los olvidados. Eso significa sostener una "economía de alta presión" que mantenga alta la creación de empleos; quienes están al margen del mercado laboral son los primeros despedidos en una recesión y los últimos contratados en una recuperación.

Y quinto, podemos trabajar para revertir la divergencia entre el centro y la periferia. Los cuatro objetivos anteriores contribuirían a esto. Pero se necesitan mayores esfuerzos políticos para brindar a las regiones una masa crítica de empleos del conocimiento para que puedan conectarse con la principal actividad económica en los centros urbanos.

Dados los daños económicos que deja la pandemia en las sociedades ya polarizadas, la acción política debe ser continua y radical. Lo que vamos a descubrir es para qué —y para quién— se utilizará ese radicalismo.

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